14. ¿La mejor decisión o la correcta?

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Cuando se habla de placeres se puede hablar de pecados también, su mayor horror era caer en esa miseria en la que tenía que actuar como una sufrible pecadora para obtener lo que se volvería una adicción a los placeres, o eso es lo que se decía a si misma para no ofender a los dioses.

Ella no sabía de los placeres correctos de aquellos que los dioses obsequiaban a aquellas almas que lo merecían, porque naturalmente estaba bien. Y aquel, Oh aquel beso... Ella no sabía que unos labios resecos de un Alpha sangre pura podían hacerle ver las estrellas de día, no sabía que sentir su aliento junto al suyo ahogándose en un suspiró estaba correcto o que las enormes manos del General Lucius se posaran en sus caderas auxiliándose de toda su paciencia y autocontrol fueran a estar perfectamente bien.

El Alpha no sabía que la pequeña Omega con un pequeño suspiro o jadeo podía llevarlo al extremo del autocontrol que tenía sobre si mismo. Lucius no sabía que su pequeño cuerpo comparado al suyo podía causarle estragos al suyo propio por su prolongada paciencia, y no sabía que aquel aroma a paraíso podía volverse tóxico en el instante en que contrastaba junto a su piel.

Ninguno de los dos sabía que unir sus labios era tocar el cielo con los dedos, sentir sus pieles juntas era como recordar sus vidas pasadas en las que se amaban intensamente, y verse a los ojos era el éxtasis como si supieran que se habían encontrado para adorarse.

— ¿Qué fue eso? — Susurró la pequeña Omega sin dejar de ver esos zafiros. — He pecado ¿Verdad? — Preguntó dispuesta a hacer las reverencias y plegarias necesarias en los templos de los dioses. Las comisuras de los labios de Lucius se elevaron, y le daba gracias a los dioses por la paciencia de su lobo, porque el calor del sol en la mañana parecía que iba sofocarlo.

— Es lo correcto, no hay ningún pecado o confusión en esto. — Decía observando sus lindos ojos.

— Majestad eso no es lo que dirán los dioses. — Confesaba Nephthys, sintiéndose morir por dentro al saber que nunca tendría la oportunidad de mantenerse a su lado.

— No sabes lo que dirán si no te detienes a escucharlos. —

— Aunque me detenga a escucharlos sé que mi persona no podría tener sentido... — Suspiró cuando él la hizo callar con otro pequeño beso en las comisuras de los labios haciéndolo ver la gracia de los dioses con aquel toque.

— Eso es porque no sabes lo que dicen. —

— ¿U-Usted sabe lo que dicen? — Le preguntó cautelosamente intentando alejar de su cercanía.

— Susurran que perteneces a mi lado. — Ella suspiró cerrando sus ojos avergonzada, porque quería negarse, tenía miedo de que aquel hombre correcto se hubiera visto corrompido y la engañara, pero besar sus labios se había sentido como observar el ocaso un pequeño simple momento se había sentido como algo hermoso.

— No quiero creer eso. — Dijo finalmente cerrando con fuerzas sus ojos y negándose a caer en los encantos del Alpha, vaya suerte la que tenía que las especias siguieran en su sistema porque podría controlarse y resistirlo, al menos hasta que su efecto pasara.

— Yo... General Lucius. Bájeme por favor. — Pidió avergonzada de que sus pies no tocarán el suelo desde hace mucho por mantenerla a su altura, y que sus ojos mirarán los suyos tan intensamente, porque no quería tocar del todo su piel, sabía que su celo se adelantaría otra vez y está vez no tendría las especias necesarias.

— Claro. — Asintió él de inmediato, como si fuera un comando.

— Sin nada más que decir. Me retiro. — Hizo una reverencia para salir en busca de Kyla.

Lucius se quedó en su lugar, él no era quien para forzar las cosas, él sabía que tarde o temprano la Omega se daría cuenta cuando las especias pasarán de su efecto, y entonces él podría darle todas las razones necesarias por las que debía quedarse a su lado. Por ahora tenía que conformarse con simple afecto de su parte y aromas, que siendo como era él podía tener toda la paciencia del mundo, pero tal vez eso lo terminaría de llevar a la locura.

La tarde se pasó con calma para una Nephthys que pidió a las servidoras que le indicaran donde podría tomar un baño porque se sentía extraña, fuera de sí misma como si un brebaje le hubiera sido suministrado.

— Ya no hay más especias. — Le decía Kyla a Nephthys mientras le ayudaba a peinar su cabello entre los cubos de agua que lograron adquirir para darse un baño.

— Tendremos que regresar a casa mañana. — Le decía Nephthys a Kyla, pues sabía que las feromonas terminaría por hacerle perder la razón. — ¿Kyla? —

— ¿Si? —

— ¿Tengo tu favor? —

— Claro. —

— No le digas a mi padre o a mi madre que dormí en la alcoba del General Lucius. — Pidió avergonzada y Kyla quiso reír.

— No iba a hacerlo de todas maneras. — Nephthys le agradecía de corazón. — ¿Y porque olías tanto al General en la mañana? — Las mejillas de Nephthys se tiñeron nuevamente.

— Sólo quería preguntarle la razón de su extraño llamado. —

— ¿Y Cuál ha sido? — Preguntaba Kyla terminando de lavarse.

— Dice que los dioses se lo susurraron. — Kyla frunció el ceño, ellas sabían que habían personas que hablaban con los dioses sin embargo muy poco recibían respuestas o escuchaban su voz tan clara.

— ¿Si es así, piensas quedarte? — Nephthys no sabía realmente lo que quería, sabía que su Omega se regocijaba en el aroma del General Lucius, si bien nunca tenía contacto con ella porque tenía que mantenerse bajo control con las especias, se daba cuenta fácilmente que el General causaba sentimientos en ella que no podría controlar si se quedaba más tiempo.

— No lo sé. — Negó con sinceridad. — Iré al templo está noche y elevaré mis plegarias a los dioses. —

— Rogaré porque tomes la mejor decisión para ti, y la correcta. — Confesó Kyla, ella tenía el entendimiento de los regalos de lo dioses a sus adorados, pero también entendía de algunos caprichos de la realeza.

Sin embargo ella no podía acusar al General Lucius de ser caprichoso o avaricioso Porque los dioses conocían su corazón, su favor estaba con él, y su honra lo elevaba sobre el Rey incluso. Así que Kyla sabía la respuesta que su amiga buscaba y no encontraba, sabía que los dioses habían sido afables con ella y que había derramado su gracia en sus ojos por la forma en la que el honrado y correcto General la miraba. 

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now