37. Nuevo Rey.

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La Omega se sintió aliviada y un poco feliz, pensó que su cachorro había caído de la cama, pero este reía por haber llamado la atención de su madre, además de su gracioso rostro preocupado.

— Vas a matarme. — Río yendo a su lado a cargarlo con cariño. — Tu padre va a enojarse mucho si no te portas bien. — Decía riendo, esos cachorritos llenaban de alegría su vida. — Vamos a secarte y luego vamos a ir a ayudar a Kyla ¿Si? —

El pequeño sonriente ni siquiera podía pronunciar palabra alguna, así como entre balbuceos le comunicaba a su madre que estaba bien. Pero entre sollozos alcanzó a escuchar a su otro cachorro que la miraba muy asustado y con muchas ganas de estar en sus brazos, la Omega lo tomó con su otro brazo y dejó escapar de esas feromonas que la ayudaban a relajarnos para que estuvieran tranquilos, los cachorritos hundieron su naricita en el cuello de su madre, sintiéndose de inmediato muy protegidos y felices.

— Tranquilo cariño, no pienso irme. — Negó sonriente. Colocó a cada uno un harapo para cubrirlos y llevar a uno en su espalda y a otro lo llevaba en una fuerte tela que rodeaba en su cintura. Cubrió su rostro antes de salir como era de costumbre, para ocultar sus rasgos llamativos, así como algunas joyas que aún usaba de su Alpha.

— ¿Quiere que le ayude señora? — Preguntó Lateef en su lugar, y Nephthys negó.

— No te preocupes Lateef, estaremos bien, mejor hay que ir a ayudar a Kyla. — Él asintió, tenían que ir pronto a ver si Kyla había podido hacer un trato con el mercader.

(...)

— Creo que hice un buen trato. — Decía Kyla orgullosa en su lugar, ambas llevaban túnicas con el aroma que las resguardaba de Lateef.

— Los dioses tal vez nos bendiga está vez. — Ambos asintieron, sabían que aunque la señora no lo demostrará extrañaba mucho a su Alpha. — ¿Tus hombres no han dicho nada? — Lateef negó.

— Ni siquiera regresaron. Así que supongo que todavía no ha regresado el General Lucius. — Decía, cuando vio el triste rostro de la Omega su orgullo de Alpha se vio doblegado. — No se preocupe Alteza, el General Lucius prometió regresar por usted. — Lateef tomó a uno de los cachorros en brazos, eran dos pequeños demasiado adorables y exóticos. — Y por sus cachorros, estoy seguro señora, los dioses no van dejarnos de su mano. —

Kyla sonrió dándole ánimos a su amiga, muchas Lunas habían pasado, pronto se terminaría la estación y las prosperidad de la nación aún era palpable en sus cultivos, pero muchas Lunas y soles habían pasado desde que Nephthys había visto al favorecido de los dioses y el padre de sus cachorros.

— Estoy segura de que los dioses nos escuchan. — Decía Nephthys con una sonrisa amable.

Ninguno de los tres se percató de la presencia de un par de soldados que los habían estado observando y siguiendo.

(•••)

Lucius estaba vendándose bien el brazo, esa noche sería el duelo.

— General, creo que Ishap está tendiéndonos una trampa. — Hablaba Khalid a su General. — Me niego a creer que Lateef se haya aprovechado de la amabilidad que los dioses le dieron al servirle. —

— Mi amabilidad o no, me ha escupido en la cara por no tenerla a salvo donde debería ser su lugar. — Habló con mucha molestia en su voz, porque podía sentir a su tierna Omega a través de la conexión muy feliz mientras su corazón se estaba partiendo en muchos pedazos.

Khalid entendió al General, así que decidió que fueran los dioses los que juzgarán a Lateef y a su mujer si habían hecho mal. Lucius se decía a sí mismo que tenía que ganar su lugar, tenía que tomar el lugar donde los dioses lo que querían tener en el trono, así ya no tuviera a la inspiración de su vida ahí con él.

— Debería esperar a que sane, mi hermano no se detendrá sólo por su brazo roto. — Negó Menwi quien había entrado a la sala vacía en la que Lucius esperaba ser llamado por el combate.

— Yo no tendré lástima de él tampoco. — Menwi suspiró.

— Tarde o temprano sabía que iba a saber la verdad sobre ella. ¿Qué esperaba, General Lucius? ¿Qué una Omega que no podría tener ni siquiera el estatus de servidumbre podía ser Reina? — Lucius simplemente quería que dejarán de hablar de ese tema. — Los dioses nunca van a permitirlo. —

— Menwi, por favor abstente de meterte en temas que no son de tu incumbencia. — Negó él levantándose e irguiéndose en su lugar.

— Los dioses te abrirán los ojos algún día. — Decía Menwi saliendo de ese lugar.

La Luna y las Antorchas iluminaban la enorme arena del coliseo, los gritos del pueblo y las personas que acudieron al evento apenas dejaban que fueran escuchados. Todos sabían o al menos tenían la certeza de quien ganaría, los dioses lo habían decidido años atrás.

Cuando ambos salieron a la arena, los gritos retumbaban en toda la Ciudadela. Se decidiría esa noche quién tendría el trono del Reino del sol.

Lucius sujetaba con fuerza su espada con su mano izquierda, mientras que su derecha la tenía sujeta en una venda apretada, su brazo dolía, pero más era su orgullo y su voluntad.

— Que los dioses te sonrían. — Decía Ishap casi con burla a Lucius, a diferencia de Lucius, él no estaba cansado ni lastimado, era diestro en combate y no tenía ningún hueso roto, esa noche el pueblo aprendería a temerle y respetarle, iba a hacer pedazos a su primo.

— Que sea la voluntad los dioses. — Dijo simple Lucius, él no iba a burlarse de su contrincante aunque tenía todas las razones para hacerlo porque su pecho desnudo lleno de cicatrices de guerra demostraba su amplia experiencia en combate.

El primer choque de espadas había tomado por sorpresa a los espectadores de la arena. Sus gritos decían que querían ver sangre corriendo, y no la del favorito de los dioses. Tot y Epi, en su lugar estaban nerviosos, sabían que su hijo estaba pecando de soberbia, aún si fuera a combatir con su espíritu el General Lucius ganaría.

Aprovechando de la manera en que Lucius se desestabilizó por su brazo, Ishap casi le saltó encima, enfrentándolo con un rugido que clamaba la sangre de su primo. Lucius alcanzó a esquivarlo, y contraatacó dejando caer el acero con todas sus fuerzas, pero dio en la espada de acero de Ishap, quién alcanzó a detenerlo.

Un fuerte grito de descontento fue escuchado cuando Ishap en su desesperación golpeó de manera deshonorable el brazo roto de Lucius, haciéndolo desestabilizarse. Entonces Ishap se lanzó un fuerte golpe a Lucius con la esperanza de partirle en dos, pero él golpeó en el vacío pues Lucius advirtió del peligro un segundo antes y alcanzó a desviar el cuerpo, echándose hacia un lado. El brutal impulso empleado en la estocada desequilibró al Alpha Ishap, quien se fue hacia delante, tropezó, cayó de rodillas y su espada golpeó contra el suelo.

— ¿Ya no hay honor en ti? — Preguntó Lucius molesto por haber visto a su primo caer tan bajo en combate, ambos tenían perlas de sudor escurriendo en sus cuerpos.

— ¿Qué importa el honor cuando yo voy a ganarte? — Dicho esto Ishap dejó salir a su lobo interior, y tenía una clara ventaja sobre su primo, pero Lucius decidió enfrentarse aunque el dolor agudo en su brazo lo detuvo, se vio pillado a transformarse.

El asombro y miedo de la gente en el coliseo fue palpable, en la enorme arena una bestia gigante había hecho acto de presencia, un descendiente directo de los dioses. Lo sabían por sus enormes dientes y su enorme tamaño a comparación de un lobo normal, sus rasgos no parecían los mismos estaban seguros que eso no era un lobo, estaban aterrados.

Tot y Epi pensaron que ya habían perdido a su hijo cuando la bestia se lanzó contra este, y lo hizo humillarse a base de gruñidos y crujidos, quebrando, rompiendo huesos y tendones.

Cuando la forma de Ishap se había visto casi reducida regreso a la normalidad justo antes de casi morir. Dejó de ser atacado.

Y la enorme bestia en la arena emitió un rugido que resonó por todas las paredes y columnas del coliseo, haciendo con ello que las personas temblaban y luego emitieran un grito de júbilo, la nación del Sol tenía un nuevo Rey.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now