6. La llevaré conmigo.

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— ¿Porque saliste? — Fue lo primero que su madre preguntó. La pequeña Nephthys no quería mentir, al menos no a su madre.

— El general ha pedido que vaya a terminar de curar sus heridas. — Dijo con simpleza, pero su madre alcanzó a oler las motas del olor del general en el cuello de su hija. Dejó salir un largo suspiro.

Sabía que su hija no se quedaría con ella para toda la vida, sabía que tarde o temprano los dioses pondrían en el camino de su hija una persona merecedora de compartir su vida junto a ella, pero no, no le agradaba que fuera alguien de la realeza, porque si los descubrían mandarían a encerrarlos o a matarlos. Y nada de eso le agradaba.

— ¿Te gusta? — La pequeña apenas logró bajar sus ojos y no ver a su madre a los ojos, porque la desesperación parecía querer comérsela por dentro, su madre alcanzó a notar aquello, así que tan pronto pudo la ayudo a llegar a su lecho.

— Iré por algún brebaje. — Le decía su madre asustada por el adelantado momento de su hija. Por lo general su hija lograba controlarse, lograba no faltarle el respeto a los dioses.

Pero en ese momento Nephthys se sintió morir, sus pensamientos estaban acabando consigo misma, porque por alguna extraña razón los ojos zafiro del general venían a su mente, su piel junto a la suya también, y sus dientes enterrados en su piel. Se sintió pecar por desear a aquel Alpha tan correcto y honrado, el orgullo de la nación había despertado un sentimiento perverso en ella que no sabía que si quiera podía existir, porque solo se sentía arder.

Su madre logró regresar antes que todo saliera de control. Y le trajo la planta con un poco de especias que siempre la ayudaba. Nephthys dio gracias al cielo, porque el calor de la habitación la estaba ahogando, casi haciéndola quitarse la ropa. Suspiró aliviada cuando sintió sus síntomas retroceder. Haciéndola alcanzar el sueño en un limbo en el que el general Lucius estaba presente como si fuera la peste, porque se sentía intoxicada por él, su aroma y esencia.

(...)

— Ya es hora de partir. — Decía su segundo al mando, el general Khalid, el general apenas ladeaba su cabeza mientras comían en una sala común de la posada.

— ¿Está todo listo? —

— Desde antes que la Luna desapareciera del firmamento. — Asintió Khalid. Luego observó a su alrededor y entendía la preocupación de su general, si el padre de la chica sabía que había estado a solas con él la noche anterior en una habitación, seguro la apedrearían o intentarían encerrarla al menos. — ¿Porque no la lleva con usted? — Se atrevió a preguntar.

— No es tan fácil. — El general Lucius sabía que muchos esperaban el día en el que él tomará a una pareja, pero todos esperaban que fuera alguien de la nobleza, y si bien él ya se lo había planteado antes, fuera de la nobleza o no, la chica tenía algo que quería hacer solo suyo. — ¿Hiciste lo que te pedí? —

— Nuru y Lateef están dispuestos a quedarse con su cuadrilla. — El general asintió. Ellos se quedarían en la ciudad junto a otros soldados más a velar por la seguridad de la chica.

Cuando la chica pasó por el salón caminando como si nada, haciendo reverencias como si todo estuviera bien se alivió, sin embargo pensó en lo que sucedió anoche, y ella no parecía perdida por nada. Olfateo en su dirección y se alivió de saber que nadie más que su madre había tocado su piel.

La hora de partir se acercaba. Lucius por primera vez en mucho tiempo se sentía desesperar por no verla una última vez antes de partir. El padre de Nephthys y su madre estaban ayudándolos a su despedida, después de todo ellos eran enviados por los dioses. Los padres de Nephthys estaban haciendo las reverencias necesarias, presentando sus respetos mientras los soldados hacían una formación.

El general aún no subía a su caballo, esperando ver a Nephthys. Ella salió última. Y su madre notó la forma anhelante en el que el general miraba a su hija. Un shock fue para todos que aún con las armaduras reales ya puestas en el cuerpo del general. Este camino hacía la pequeña beta que cubría su rostro con el velo, y ella se asustó de hacer algún mal movimiento. Todos casi soltaron un suspiro de susto cuando el general puso su rodilla en el suelo antes de besar la mano de la chica en despedida. Ella quería removerse, pero estaba asustada por tener todas las miradas encima.

— Voy a volver por ti. Nephthys. — Dijo lo suficientemente fuerte como para que casi todos escucharan. — La llevaré conmigo. — Su padre quiso saltar en su lugar para pedirle alejarse de su hija, pero su esposa le señalo la armadura real que este portaba y no podrían ir contra eso.

— Lo prometo. — Dijo cuándo se levantó y besó su frente, haciendo que la pequeña beta temblara en su lugar al recibir su primer beso.

El general regresó a su lugar y subió a su caballo, no sin antes dedicarle una mirada a la beta, y otra de advertencia a quienes estarían al cuidado de su seguridad mientras él lograba regresar por ella. Cuando se despidió, todos comenzaron a avanzar en sus caballos y carretas.

El padre de Nephthys no soportaba las miradas de curiosidad que muchos le brindaban a su hija. Su rostro lo decía todo, no la dejaría salir un tiempo para no arriesgarse a ser descubiertos.

(...)

— Podría causarle problemas. — Alcanzó a decir Khalid.

— Eso solo hará que tengan miedo de dañarla, saben que los dioses los castigarán si intentan hacerle daño. — Él estaba en lo cierto.

— ¿Cree que de verdad los dioses los castigarían? — El ceño del general se frunció con molestia.

— Voy a quemarlos vivos si le hacen daño. — Decía con su palabra de Alpha. Y entonces Khalid entendió que el general no solo tenía un simple interés por la beta, estaba casi seguro que quizá se trataba de la que los dioses habían escogido para él.

Los soldados seguían su formación con confusión, después de las batallas cuando regresaban al reino el general tomaba su tiempo en cada provincia, casi parecía desfilar con gracia mostrando el poder del Rey en los ejércitos que ostentaba su reino, así como la gracia que tenía el Alpha más honorable de la región, el que tenía el favor de los dioses en su presencia. Pero esta vez estaban cabalgando, con ansías de llegar al palacio, la razón solo el general y su segundo al mando la sabían.

El general solo tenía en mente resolver los preparativos de su cumpleaños, resolver todas sus propiedades y riquezas, él nunca prestaba atención a lo que tenía porque solo podía vivir con buena comida, ropa que vestir y la disciplina, honor que ceñía su espalda, pero ahora era necesario. Su instinto le decía todo lo que tenía que ser capaz de hacer, de tener y ostentar para llevarse con él una hermosa rosa del desierto y que está no se marchitara a su lado. 

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now