41. La arena no ayuda.

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El Rey mandó a llamar a Khalid ese día, ni siquiera se atrevió a alejarse de sus cachorros inquietos o de su Omega que ni siquiera se acercaba del todo a él.

— Quiero que traigan a Lateef y a su mujer Kyla, la doncella de mi Omega. Y voy a hacer un banquete en su honor. — Khalid tomado por el asombro, observó a la pequeña Omega en su lugar quién tenía un morete en su hermoso rostro.

— Algo más ¿Majestad? —

— Quiero que traigas a todos mis servidores del otro palacio. — Pidió. — Quiero que sirvan como testigos. Además quiero a todas las servidoras que ayudaban a mi Omega. Les será pagado lo justo. ¿Qué clase de Alpha sería si no les pago cuanto merecen y más por haber cuidado de mi familia en mi ausencia? — Khalid sonrió haciéndole una reverencia a la Omega.

— Me alegra Majestad. Alteza Real. — Se despidió haciéndole una reverencia a la Omega. Y todos los soldados y guardias en el lugar lo imitaron, pues habían juzgado mal a la Omega si ahora el Rey estaba protegiéndola. Y los que sabían la verdad, se afligieron en su lugar porque si no hablaban pronto, correría su sangre.

— Ven conmigo. — Pidió y la Omega siguió el camino de su Alpha que lo guiaba a una alcoba, está estaba inundada en su adictivo aroma.

— ¿Qué deseaba? — El Alpha puso al cachorro que llevaba en su brazo en los suaves y cómodos aposentos. Y le indicó a la Omega que se sentará. Ella fue con su otro cachorro también, y espero en el lugar atenta a los movimientos del Alpha. Un momento después y la puerta a la enorme y gran alcoba fue tocada.

— Esto es para la señora. — Una servidora se acercó al lugar, seguida de otras.

— Dejen las cosas en su lugar. — Lucius abrió la puerta, donde llevaban grandes cajas extrañamente adornadas a los costados, y en la mesa una servidora colocó las plantas, así como extractos de estas, paños y agua que él había pedido. — Gracias ya pueden retirarse. — Dijo esperando a que todos salieran, todos hicieron una reverencia antes de salir y el Rey cerró la puerta asegurándose de que nadie pudiera entrar.

— ¿Q-Qué va a hacer? — Tartamudeó la Omega en su lugar con una de sus mejillas rosas cuando el Alpha se acercó a su lugar quitándose sus túnicas dejando al descubierto su pecho desnudo.

— Sólo iba a implorarte que me ayudarás con esto. — Pidió su Alpha, quitando la venda de su brazo roto, muy lastimado e hinchado.

Ella se vio a si misma preocupada, y asintió de inmediato, levantándose de su lugar y tomando un banco para que él se sentará cerca de la cama, y ella pudiera atender ese brazo, luego alcanzó a ver otro par de heridas de batalla, y se quedó observando cómo estás tenían arena, negó viéndolo de reojo.

— La arena no ayuda a las heridas, Majestad. — El Rey sonrió en su lugar.

— En el desierto esa es la mejor opción para detener el sangrado. — Ella terminó de colocar las compresas de plantas y vendar su brazo otra vez luego de limpiarlo.

— Eso sólo hace más difícil el trabajo. — Suspiró tomando cuidado del resto de sus heridas, con un paño húmedo se aseguraba de limpiar las heridas llenas de polvo y arena. — ¿No pudo pedir ayuda a algún curandero? —

— Con todo lo que ha pasado, me olvidé. — Habló Lucius con sus ojos fijos en la preciosa Omega.

— Debió tomar más cuidado. — Negó ella. Uno de sus cachorros emitió un pequeño gruñido para llamar la atención de su madre, ella entendió el llamado de inmediato y sonrió.

— ¿Siempre son tan territoriales? — Ella asintió con una sonrisa.

— En realidad Atsu sólo tiene hambre. — Decía viendo de reojo con una sonrisa a su cachorro. — Ya te voy a alimentar cariño. — Decía ella soltando esas feromonas que relajaban a sus cachorros, olvidándose de la presencia de su Alpha justo frente a ella. — Lo siento. — Dijo la Omega al percatarse de ello, y su Alpha negó con los ojos negros.

— No-No, no te preocupes. — Decía su Alpha sintiéndose abrumado y afortunado de sentir tan delicioso aroma otra vez, una completa delicia sentir el aroma tierno de una preciosa y hermosa Omega que resguardaba a sus cachorros con cariño y amor.

— ¿Está bien? — Él asintió otra vez.

— Claro. — Mentía, el aroma de su Omega le quitaba el poco aliento que tenía, ella siguió con el cuidado de sus heridas, cada roce en su piel quemaba, y se sentía quebrar por dentro, ambos anhelaban y extrañaban sus deliciosos toques, la tibieza de su piel junto a la suya, o la manera tan agradable de sentirse juntos y no tener suficiente del otro. Con mucho cuidado terminó de vendar las heridas de su Alpha.

— He terminado. — Anunció la Omega al ver que su Alpha no se movía cuando terminó con su herida por tener su mirada fija en ella. — ¿Se siente mejor? — Él asintió, sabía que sanaría pronto, pues era el mandato de los dioses que sus heridas sólo fueran curadas por su preciosa Omega.

— Mucho mejor gracias. — Él casi contra su impulso se levantó del lugar para no incomodarla. — Esos eran regalos que había comprado para ti de camino al sur. — Dijo apuntando las enormes cajas que habían dejado en la habitación. Ella asintió sin tomarle mucha importancia, podía ver las joyas, además de un par de cosas que no llamaban su atención y él lo supo de inmediato.

— Son vestimentas para tu... Tu cargo. — Decía él acercándose a su primogénito, ella asintió viendo ahora las ropas finas que estaban en una caja que su Alpha había abierto para ella.

— Gracias. — Decía confusa tomando a Atsu en sus brazos. — Creo que debo retirarme, yo debo alimentarlo. — Decía agachado su mirada y viendo con cariño a su pequeño.

— Quédate aquí, sino te molesta. Traeré lo necesario para los cachorros. — Pidió su Alpha. — Yo no me acercaré a la cama si te molesta y puedes hacer un nido, traje lo necesario. — Le apuntó a una caja con muchas telas fabricadas tan finas y suaves que lo sabías con sólo verlas.

— Majestad, no quiero molestar, mis cachorros... — El cachorro en sus brazos casi parecía querer sollozar por no alimentarse. — Sólo nos quedaremos un momento. —

— Cuidaré de Jahi. — Ella asintió y las suaves sábanas de la cama del Rey le hacían al sobre nombres tan terriblemente cómoda que se sintió en el cielo, el aroma del Rey Lucius la inundaba y entonces si parecía el cielo.

Avergonzada quitó por completo los velos que cubrían su cuello, así como también las mantas que cubrían su cabello, con cuidado soltó un poco las cintas de sus harapos, y dejó que su cachorro se amamantará tranquilo en su seno, su pequeño cachorro sonrió al olfatear el aroma de amor que emanaba su madre y su necesidad estaba siendo saciada con cariño, la Omega sonreía al ver a su cachorro tranquilo.

Volteó a ver a su Alpha quién cargaba tranquilizando al mayor, su aroma no pudo controlarse al ver a su Alpha quién cargaba con orgullo a su cachorro, y besaba su coronilla, mostrándole el balcón con vistas a la ciudadela.

Tras amamantar a sus cachorros el sueño dominó a la Omega, y su Alpha sonrió orgulloso en su lugar al ver a su Omega ahí acurrucada con sus cachorros, el delicioso aroma que flotaba en el aire era a su hogar, uno que los dioses le habían dado el privilegio de proteger y aunque casi había fallado sabía que los dioses le dieron una nueva oportunidad de tener está vez a su familia unida y a salvo, y no pensaba desperdiciar esa oportunidad.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now