34. Ya han nacido.

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Entre los largos días y las frías noches pasaban para aquellos que extrañaban a sus seres queridos en la Ciudadela central del Reino. Los soldados del ejército habían logrado llegar al terreno de batalla.

Lucius había logrado enviar a un par de espías, estos habían estado enviándole cartas informando de la situación real. Y supieron la realidad que los golpeó fuertemente cuando llegaron a esa provincia más alejada en el sur, las personas vivían entre el calor del sol abrasador, sin agua a la que acudir a resguardarse, e incluso vieron a aldeanos morir a su causa, no se trataba de una provincia rebelde sin causa alguna, sino que se trataba de aquellos que estaban tomando el valor de luchar por aquello que les era arrebatado.

Lucius lo supo de inmediato cuando vio a quien lideraba el famoso ejército en la provincia. Suspiró derrotado cuando los dioses le hicieron ver que era lo que pasaba realmente y se sintió dichoso por escuchar sus susurros.

— Baja eso. — Pidió al ver a un beta que enfrentaba con valentía a una de las cuadrillas de su ejército, con una espada ni siquiera bien afilada.

— Los dioses ya saben de tu espíritu guerrero y yo no dudo de ello. — Le habló el General sin agachar la cabeza. Los hombres que lo apoyaban negaron, sedientos de la sangre de la realeza, aquella que los habían condenado de nacimiento.

— No recibo tus órdenes. Ni de nadie que huela a ladrones con corona. — Lucius bajo de su caballo y sus soldados se pusieron alerta al ver como su General se dirigía al rebelde.

— No uso corona. — Negó el General, quitándose su armadura en el proceso, tendría ahí mismo un duelo para que nadie de sus hombres saliera perjudicado. — Mi espada y mi armadura son testigos. — Habló fuerte. — Pero estoy dispuesto a escucharte si terminas con esto antes de que la verdadera guerra venga al reino. — El rebelde no entendió y sus hombres reconocieron con rapidez la armadura, sabían que durarían poco. Porque el favorecido de los dioses había llegado.

— Contaremos la verdad, pero sólo si somos escuchados. — Habló uno al fondo, el más inteligente del resto, él sabía que el General los escucharía, que él intercedería a los dioses por ellos.

— Escucharé atentamente. — Asintió Lucius pero sin bajar guardia alguna.

(•••)

Lateef se encontraba con el resto de hombres de Lucius en el gran salón del palacio, todos estaban entre cohibidos y emocionados, los cachorros del General Lucius estaban por venir al mundo, o eso decían los gritos de una Omega muy valiente entre una tormenta que se avecinaba.

— Ya nacieron. — Kyla salió a informarle a los hombres que esperaban atentos fuera, dieron gracias al cielo y a los dioses en ese instante.

— ¿Cómo está la señora? — Preguntó Lateef a la doncella.

— Bien, ella está muy bien no tienen de que preocuparse. — Decía Kyla con una sonrisa a los hombres que se veían más tranquilos y relajados al saber que la señora estaba bien.

Nephthys sonreía cargando por primera vez a sus cachorros, que tenían sobre todo las facciones de su padre.

— ¿Ya sabe cómo les pondrá, Alteza? — Le preguntaba una de sus servidoras, pero a pesar del cariño que inundaba la habitación se sintió confundida y un poco perdida, además de adolorida.

— Dejemos que su padre escoja sus nombres. — Negó. Sabía que él no podía estar ahí con ella en ese momento, pero no podía negarle el derecho al padre de sus cachorros de nombrarlos.

— ¿Cree que deberíamos pedirle a los dioses por los cachorros? — Preguntó una de las servidoras, más la Omega negó, con sólo olfatearlos sabía que ambos estaban bien, pero el aspecto de ambos era demasiado exótico.

— Estarán bien, fueron bendecidos. — Negó la Omega acariciando con cariño a sus cachorros en los aposentos, adormitada. Sus pequeños cachorritos no habían nacido con los preciosos ojos de azules de su padre si no que con uno azul haciéndole honor al cielo oscuro de la noche y el otro color Avellana-Durazno casi dorados como el reino y el día.

(•••)

— Ya han nacido. — Le informaron Lunas después al Rey Ishap, sobre el nacimiento de dos cachorros al General Lucius.

— Entonces ya es tiempo. — Decía este con una sonrisa. Y su hermana alcanzó a escuchar, ella más que nada la quería muerta.

— ¿Y los cachorros? — Preguntó Menwi.

— Maten a uno y al otro Déjenlo vivir. — Dijo simple, y los hombres eso harían.

— Si pienso unirme a Lucius él privilegiará a ese cachorro sobre los que yo pienso darle. — Negó su hermana e Ishap todos los ojos con molestia.

— Mata a ambos y a la mujer tráiganla ante mí. Luego podemos matarla. — Menwi suspiró sin atreverse a ver mal a su hermano.

— ¿Piensas tomarla? —

— Podría disfrutar de su belleza entre la agonía si... — Asintió el Rey. — Luego la mataré.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now