28. Una Omega Domadora de bestias.

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— No sabía que eras Omega. — Se acercó al balcón Menwi con su estilizada figura y sus doncellas. La pequeña Omega se sintió intimidada por el aura de la beta casi de inmediato.

— No pensé que fuera necesario decirlo. — Admitió sin más.

— No te veo hacer la reverencia que debes. — Pidió Menwi, porque al ser la princesa, debía ser reverenciada. Pero ella no sabía que la Omega era la que debía ser adorada.

— Su Majestad el General Lucius me pidió que no lo hiciera. — Decía convencida de que no quería hacer enojar a su Alpha.

— ¿Estás diciendo que te crees por encima de mí? — La Omega negó de inmediato, pues su intención no había sido ofenderla.

— Claro que no Alteza. Simplemente a mi Alpha no le gustará. — Negó. Menwi frunció su ceño en público por primera vez, molesta de verdad ante la mención de un Alpha como Lucius en boca de una Omega cualquiera.

— Él no está por encima de mí, y tú mucho menos. — Negaba a punto de impactar la mejilla de la Omega con su mano, porque se había atrevido a sostenerle la mirada. Su mano no impactó en el rostro de Nephthys porque su amiga Kyla la detuvo antes.

— Si el General Lucius se entera que ha querido tocar a su Esposa va a molestarse mucho Alteza, así que pido con la mayor humildad del mundo que se retire de su presencia. — Pidió Kyla. Sabiendo que Nephthys era aún muy ingenua y tendría miedo de los dioses si tocaba a alguien de la realeza. Pero Kyla había aceptado la misión que los dioses le habían confiado desde niña, cuidar a la futura Reina y se sentía sumamente dichosa por eso.

— Vas a ser ejecutada. — Alcanzó a vociferar la princesa Menwi. Porque ninguna sirvienta le había levantado la mano antes. — Y ninguna otra mujer está encima de mí. ¿Entiendes? —

— Aún. — Habló Lucius llegando al lado de su Omega y sujetando su cadera de manera firme, para que no cediera ante la beta. Dio gracias a los dioses que las mujeres que le servían estuvieran cerca, así como de la osadía de la primera doncella de su esposa. — Pronto llevará la corona, una que tú ni siquiera podrás usar en tu vida. — Le advirtió el Alpha a su prima Menwi.

— ¿Una Omega Lucius? ¿Has estado bajo el sol mucho tiempo, no? ¿Crees que los dioses van a aceptarlo? — El Rey y su otro primo se acercaban, porque últimamente su hermana olvidaba su lugar, porque podía ser la mujer más privilegiada, pero todos sabían que ese era un título que pronto perdería.

— Los dioses ya lo aceptaron. — Habló Lucius. — Lo puedes saber con sólo escuchar los latidos de mis cachorros creciendo en su vientre. — Decía con orgullo. Y todos ellos pararon en seco a prestar atención a pesar del bullicio y sólo entonces podrían ser capaces de escuchar esos fuertes latidos.

— En hora buena, primo. — Habló Kazem llegando al lado de Lucius, pues sabía que su primo se merecía una familia. — ¿Cuánto hace que han comenzado a crecer los cachorros? — Se acercó a la pequeña Omega queriendo olfatear su vientre, pero Lucius detuvo su paso, porque no iba a permitir que ni de lejos otro Alpha la tocará. — Relájate sólo... —

— Apenas dos Lunas llenas desde que decidimos unirnos. — Admitió Lucius. — Y simplemente no quiero que otro Alpha se le acerque. — Negó con honestidad. Kazem asintió comprendiendo.

— El orgullo y el honor ciñe tu espalda y tú frente, simplemente haces lo que es correcto para tu esposa en su estado. — Completó.

— Los dioses te han bendecido. — Habló Ishap. — Y yo creyendo que sólo era alguna de tus concubinas. — Decía con una sonrisa totalmente falsa. — Es muy hermosa. Tanto que ha quitado el aliento a muchos Alphas en el lugar. — La Omega casi le hacía una reverencia al Alpha, pero de inmediato detuvo su impulso. — Incluso a mí, el Rey. —

— Estoy seguro que no te quedará aliento alguno si sigues regocijándote en la hermosa presencia de mi esposa. — Le advirtió Lucius sin una pizca de gracia.

— Entendemos. Tú instinto como Alpha orgulloso que espera a sus cachorros no te permite que nos dejes acercarnos a ella. — Habló Kazem comprendiendo. — Es un verdadero placer por fin conocerla, Majestad. — Y entonces la pequeña Omega que había estado un poco tensa en su lugar, mostró una verdadera sonrisa genuina. Cautivando el corazón de quién la observará.

— Domadora de bestias. — Completó Kazem, al ser testigo del verdadero regalo de los dioses a su primo, y conoció la razón por la cual los dioses la habían escogido.

No era sólo su hermosura, sino que dominaría a la bestia del General Lucius cuando fuera necesario, estaba seguro que ella podría ser la única que le devolviera a su sentido si la bestia escapaba, y quizás lidiaría con él como si de un animal manso se tratará.

— El placer ha sido mío. — La Omega alcanzó a sostener la mano del Alpha, y este estaba por besarla. Pero un irritante carraspeo de Lucius fue suficiente como para que se alejara.

— Y el mío también. — Dijo Ishap sosteniendo su mano, cuando su primo Kazem la soltó, sólo entonces pudo sentir como la tibia piel de la Omega casi le hacía derretirse, era muy hermosa y se preguntaba qué hubiera ocurrido si ese regalo fuera para sí, pero algo le decía que está vez su primo de verdad no la cedería.

— Lo mismo digo Majestad. — Comentó Nephthys, pero su Alpha la detuvo de seguir sosteniendo la mano del Rey.

— Suficiente. Es hora del banquete. — Habló Lucius.

— Tenemos todo el tiempo del mundo primo. Puedes dejar que nos divirtamos con tu esposa un momento más. — Con una mirada Lucius hizo que sus servidoras y hombres acompañarán a su esposa al banquete que pronto terminaría y del cual pronto se irían.

— Tienes todo menos tiempo Ishap, disfruta de los últimos días en el trono. — Sentenció Lucius. — Y no menciones a mi esposa con tu boca en vano, porque yo mismo seré el que te estirpe la lengua si la mencionas otra vez o intentas manchar su honor y el mío. — Negó con molestia, porque no sería todo un Alpha sino la defendiera de todos los malos pensamientos también, aunque pronto estos tendrían su fin.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now