26. Mi maravilloso regalo.

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El enorme carruaje digno de la realeza seguía cerrado de no ser porque Lucius se acercó a él para abrir la puerta, extendió de inmediato una mano para sostener la pequeña y delicada que se asomaba, sus vestimentas de colores exóticos tenían todas las miradas puestas en su cuerpo. Y sus joyas nunca antes vistas la hacían parecer lo que en realidad para Lucius era, un precioso y reluciente tesoro, uno que era sólo suyo y que le pertenecía.

— Gracias. — Dijo de manera casi tímida la Omega al sostener la mano de su Alpha, se sintió avergonzada de inmediato por recibir una sonrisa que le prometía todo y más de lo que merecía.

— Yo estoy de tú lado y los dioses también. — Le sonrió transmitiéndole la confianza a la Omega que no tenía.

Sus vestimentas eran largas con bordados de hilo de oro y polvos de plata, sus pies adornados de bellas sandalias con piedras preciosas incrustadas y hechas a su medida para que no le incomodaran, su rostro seguía cubierto y lo agradecía con verdadera sinceridad pues sus mejillas la delatarían.

Su camino fue guiado por su Alpha quién la sostenía de la mano guiándola con caballerosidad, pero verdadera preocupación, sabía que sus hombres estaban en cada rincón y que no iba a dejarla un segundo sola, porque ese vientre abultado les ofrecería al trono a sus verdaderos herederos.

En el palco de la realeza donde observaban los espectáculos, los parientes de Lucius tenían verdadera curiosidad por su esposa, unos más que otros porque pocos habían visto su rostro y quienes lo hacían pecarían por ello.

Cuando llegaron a subir el último escalón, la pareja Real que faltaba en el lugar y el banquete que pronto se ofrecería, un par de betas se quedaron en silencio sin saber cómo reaccionar, porque nadie la conocía, no sabían con qué clase de princesa se había casado porque su aroma olía así, olía a una deliciosa agonía que merecía ser adorada, más sólo podían oler poco de su esencia porque el aroma del General Lucius protector y celoso la rodeaba.

Epi y Tot sonrieron en cuanto vieron que está vez Lucius no estaba sólo, que está vez no era sólo su imponente aura de Alpha Sangre pura, sino ahora gritaba que estaba completo, orgulloso de que la mujer que lo acompañaba tuviera sus marcas.

— El sol guió tu camino. — Le saludaba Epi quien fue al lado de su sobrino a saludarlo.

— Sólo quería complacer a los dioses. — Admitió porque era cierto, los dioses habían cumplido dejándole escuchar los latidos de sus primeros cachorros.

— ¿Ella fue el obsequio de los dioses? — Lucius asintió.

— Mi maravilloso regalo. — La Omega estaba por inclinarse cuando tomó la mano de Epi para mostrarle sus respetos, pero fue detenida por su Alpha.

— No debes inclinarte, Amor. No debes inclinarte ante nadie. — Tot entendió de inmediato a lo que su sobrino se refería al decirle eso a su esposa.

Ahora Tot y Epi entendían que el Reinado de su hijo pronto tendría su fin, la nación estaría mucho mejor a manos de un hombre honorable como Lucius y completo como el que pronto tendría sus primeros cachorros y familia completa, no como Ishap quién se regocijaba de someter a la muchedumbre, se revolcaba en excesos que pagaba el pueblo y él no regresaba a ellos lo que merecían.

En cambio el Alpha Lucius, sabía lo que ser de la realeza conllevaba una responsabilidad más allá de los excesos él debía devolverle al pueblo lo que le daba cuidando de ellos, protegiendo su honor y viendo que vivieran lo mejor que él pudiera ofrecer a su pueblo porque los dioses lo decidían todo al final.

— Lo siento. — Se disculpó a su Alpha por su torpeza y Nephthys simplemente creyó no soportar la presión de tener a todo el mundo observándola.

— No se preocupe Alteza, sabemos que sólo está tomando el hilo a su nueva familia. — Hablaba Tot poniendo aún más nerviosa a la Omega. ¿Cómo le había llamado? ¿Alteza? Ella simplemente asintió aún más avergonzada y se dejó llevar por su Alpha a su asiento cerca de más Alphas que olían a la realeza.

Cuando llegaron a sus lugares para ver el espectáculo el resto de doncellas y servidores no podían evitar reverenciarle porque la esposa del General Lucius lo merecía, olía a Luna, una que debía ser adorada. Ishap no podía quitarle la mirada de encima, a pesar de tener el rostro cubierto parecía ser la única mujer del lugar que merecía ser con toda la palabra adorada.

— ¿Tanta es tu molestia con Lucius que ansías robar su mujer? — Su primo más cercano le pregunto, el hijo del hermano menor de Tot.

— No metas tu espada donde no te incumbe Kazem. — Contestó con molestia Ishap.

— ¿Qué pasa? ¿El mismo Rey no disfruta de las fiestas a los dioses? ¿Qué es lo que turba tu espíritu como para que te molesten mis inofensivas palabras? — Ishap le dio una última mirada de advertencia a Kazem.

— Es sólo que su mujer ya debería estar muerta. — Mencionó sin más, pero Kazem sabía que su primo había envidiado de toda la vida a Lucius y seguramente era por eso.

— ¿Por qué? —

— Siente su aroma es una vil y sinvergüenza Omega. — Algunos servidores alcanzaron a escuchar la molestia del Rey y otros de sus primos también, todos ahora estaban curiosos por eso, porque no, una Omega no podía ser una esposa y menos ser la esposa del General Lucius.

— Quizás por eso la escogieron para él. — Habló Kazem. — Seguramente tenga algo de especial, sabes que los dioses siempre le dan lo mejor a Lucius. — Y aquello sólo había puesto de peor humor al Rey.

(•••)

— ¿Estás cómoda? — Le preguntó su Alpha a su lado. Ella apenas pudo asentir y ver al suelo por su naturaleza sumisa.

— Eso creo. — Admitió porque no se sentía del todo cómoda por las miradas de odio que recibía por parte de las doncellas de Menwi y por la princesa misma casi, la hacían sentir mareada, tanto que casi quería vomitar.

— ¿Son los cachorros? — Ella intentó negar y parecer fuerte para su Alpha. Pero él ya sabía que estaba incómoda. La hizo levantar con una mano y sentarse en sus piernas ignorando por completo que llevara su armadura real. Hizo su casco a un lado. Y dejó que su Omega se fundiera en su cuello para olfatear su aroma a seguridad.

— ¿Mejor? — Le preguntó quitándole el velo del rostro, causando conmoción en las personas a su alrededor porque ahora podían ver su belleza además de poder sentir las deliciosas notas dulces que flotaban en el lugar, gritándole a todos que sí, era una preciosa y hermosa Omega, una Omega del Alpha sangre pura que era el heredero legítimo al trono, y todos los sabían pronto iba a reclamar su puesto y su lugar.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now