61. Dioses increíblemente generosos.

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La Omega sonrió acariciando el pequeño bulto en su vientre al ver a la lejanía como su padre y su esposo charlaban amenamente luego de regresar del entrenamiento de los soldados y la escolta Real, ellos ahora se llevaban bien.

— Al parecer si van a quedarse. —

— Oh Dioses así sea. — Asintió la madre de Nephthys con una sonrisa, ella quería ver a sus nietos crecer.

— He de ser más que feliz ahora. Gracias a los Dioses. — Asintió la Reina, augurando con su hermosa sonrisa que las estaciones por venir estarían llenas de prosperidad en todo el Reino.

Preparó una copa de agua fresca al ver como su esposo se acercaba a los jardines con los velos que las cubrían en una tienda de campaña armada por los servidores.

— Majestad. — Reverenció la madre de Nephthys con una sonrisa, imitando la acción de la Reina. — Me retiró. — Comentó para después ir con sus nietos y su marido.

— ¿Ha ido bien la plática verdad Majestad? — Preguntó Nephthys ansiosa y curiosa por saber.

— Ha sido reveladora digamos. — Asintió el Rey a su Omega de lindas mejillas. Recibió un abrazo fuerte de su pequeña Omega que exudaba dulzura y amor en cada poro de su piel.

— Lo ha sido, claro que si. Gracias por invitarlos a vivir en la ciudadela. — Le agradeció la Omega. — Por ser paciente y bondadoso con mi padre también. — El Rey sonrió, bebiendo de la copa de agua fresca que su esposa le ofrecía con gratitud.

— ¿He sido un buen Alpha, verdad? — Ella asintió con una sonrisa dejándose envolver por sus brazos tibios, con su Alpha envuelto en sudor perfumado y candente.

— Así es Majestad. —

— Ahora ¿Podría tu Alpha obtener, lo que una buena Omega hace también? — Ella río avergonzada.

— Más tarde será... — La Omega río y siguió hablando antes de la protesta de su esposo. — Ahora el cachorro aquí tiene deseos de bayas dulces, tal vez arándanos estarían bien. — El Alpha suspiró, él no estaría tranquilo hasta que cada mínimo deseo de su hermosa Reina estuviera satisfecho pues cargaba a ese cachorro en su vientre.

La cena con las estrellas de testigos, y las amenas charlas fueron un buen momento para memorar, eso sin mencionar que pronto el Rey cumpliría años otra vez, y eso contando que el podría celebrarlo en su Reino no como otras vez que por cumplir sus responsabilidades había tenido que evitar las celebraciones.

— ¿Puede el Gran Rey Lucius acompañarme un momento? — Preguntó la tierna Reina en un susurró a su esposo, quién volteo a ver a sus invitados, los músicos y los servidores que alegres cantaban y algunos danzaban en los grandes jardines iluminados de antorchas y candiles próximos al gran salón.

— Los cachorros... — La Reina volteó a ver como sus padres cuidaban de sus cachorros inquietos, unas pequeñas fierecillas que les mostraban a sus abuelos como jugaban a las escondidas con los serios soldados, y la escolta Real.

— Ellos estarán bien durante un momento sin nosotros. — Comentó la Omega con una encantadora sonrisa, el Rey observó de reojo como la escolta de los príncipes cuidaba de ellos y de sus suegros. Así que asintió y siguió a su esposa que lo guió entre los pasillos a sus aposentos.

— ¿Quiere decirme la Reina cuál es ahora su deseo? — Preguntó pues al estar en espera de un cachorro tenía que mirarla todo lo que le fuera posible. Ella apenas sonrió.

— Tengo algo que creo que va a gustarle al Rey. — El Rey Lucius simplemente estaba ansioso por cualquier cosa que tuviera que ver con su hermosa esposa. — Pero podría ahora sentarse un momento Majestad, por favor. — Pidió llevándolo con calma hasta sus aposentos donde lo hizo sentar en su colchón.

Él sólo no podía evitar verla con una enorme sonrisa en el rostro, parecía que por su mirada iba a devorar a la pequeña Omega en cualquier segundo si se descuidaba.

— Cierre los ojos Majestad. —

— Es demasiado cruel negarme tu belleza. — Negó Lucius de inmediato fijándose en la hermosa figura de su Reina con esos adorables y exquisitos vestidos.

— Por favor, Alpha. — Pidió con sus hermosos ojos brillando y acariciando con calma su vientre, a punto de realizar un puchero para hacer que su Alpha hiciera lo que le pedía, Lucius tuvo que suspirar.

— Que sea rápido. — Murmuró el Rey Lucius cerrando los ojos con cierta impaciencia.

Luego de que la linda Omega asintiera tras asegurarse que su Alpha no veía nada, apuró a quitar las cintas de sus túnicas. El Alpha favorecido de los dioses sonrió sentado en el colchón desde donde alcanzó a escuchar a su Omega deshacerse de sus ropas.

— Los dioses son increíblemente generosos conmigo ¿Verdad? — Preguntó el Rey sabiendo que no había Alpha más afortunado que él tras escuchar el tintineo de muchas monedas y joyas moverse un poco alrededor de su esposa.

— Han sido aún más generosos conmigo gran Rey. — Respondió esa inconfundible voz melodiosa. — Ya puede abrir los ojos. — Aquellos zafiros azules casi se incendiaban en llamas, entonces de verdad tenía ganas de devorar a su Omega a mordidas.

— ¿Qué gran hazaña he logrado para merecer este tesoro? — Observó la vestimenta roja con algunos tonos púrpuras de Omega que portaba su esposa, dejándola ver aún más seductora de lo que naturalmente era.

— Ha sido bondadoso y generoso con su Reino, mi Gran Rey. Y sumamente paciente y gentil con mi familia, sin embargo ha logrado que mi corazón sólo le pertenezca a usted siendo apasionado y amoroso con su Omega y sus cachorros, Alpha. — El Rey Lucius sonrió, no había cosa que lo hiciera sentir más orgulloso que el tener el reconocimiento de su hermosa esposa y Omega.

— Seguramente he debido salvar el mundo entero en mis otras vidas para merecerte en esta. — Ella sonrió tiernamente y se dispuso a hacer lo que su Alpha quería de ella desde hace muchas noches, pero no había tenido la oportunidad para ser complaciente y generosa con el Rey.

La música aún llegaba hasta su alcoba a través de las ventanas enormes y del balcón, y la linda Omega siguió el ritmo de la música mientras movía sus anchas caderas, su delicada cintura y sus manos para seducir a su Rey con todos sus encantos de Omega.

Sus hombros se movían de manera delicada, a pesar de tener el rostro cubierto por un velo, Lucius podía ver la sonrisa sincera que su esposa tenía en el rostro mientras bailaba, manejó con cuidado sus caderas con armonía mientras volteaba muy lentamente entregándose a su Alpha con amor.

Bastaron unos pasos más mientras la linda Omega bajaba hasta quedarse de cuclillas, serpenteando casi de manera hipnotizante esas perfectas caderas anchas que la hacían parecer una diosa donde hacía tintinear las pulseras de oro en sus muñecas y el resto de joyas que llevaba. Aquel baile seductor y encantador fue demasiado para que luego un rugido del Alpha le advirtiera que parará de bailar.

— ¿No le gustó? — Preguntó un poco desilusionada parando de moverse mientras recuperaba la compostura.

Mi Paraíso Contigo. © Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt