51. Excusa vacía.

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Ignorante de que el Alpha a sus espaldas no fuera su esposo, y sus sentidos más humanos apagados, apenas la recorrió un escalofrío cuando sintió una mano rozar su espalda desnuda, emitió un jadeo avergonzada, pero lo necesitaba, necesitaba a su Alpha.

— Por favor Alpha... — Gimoteó en su lugar. — Por favor. — Su hermoso rostro sonrojado se despegó del colchón un momento.

El príncipe Kaeem sintió una punzada atravesar su entrepierna, su miembro se puso erecto de inmediato, era una muy hermosa Omega con sus mejillas rosadas y abultadas, sus labios carnosos rosas, y un aroma que desprendía y podría volver loco a cualquiera, tan hermosa que planeaba robarla y hacerla suya.

No le importaba la marca de otro Alpha en su cuello, o el aroma del Rey en su piel, él iba a encargarse de borrarlas. La hizo voltear en la cama, y disfrutó de una última prenda erótica que portaba, su figura era exquisita tan preciosa y femenina que seguro era descendiente directa de una diosa, o la diosa del amor.

— ¿Cómo es que las estrellas te visten? ¿Y tú piel responde a mis deseos? — Preguntó, la Omega jadeo en su lugar, pero había algo extraño en la voz de su Alpha, diferente y aunque quería volver a sus sentidos, estaba sometida de lleno al celo. — Respóndeme. — Pidió hablando con dominio, sin embargo e ignorante de un Alpha que no era el suyo, no vio necesario responder.

El príncipe Kaeem haló con fuerza una de las piernas de la Reina Nephthys y decidió colocarse entre ellas, abrumado por el intenso aroma que emanaba de su cuerpo, un aroma a vida que lo llamaba a dejar sus cachorros en ese tibio lugar, su falo punzó con fuerza y ganas de preñarla, era más que suficientemente hermosa como para ser la madre de sus más hijos, porque a pesar de tener muchas mujeres y que cada una de ellas le hubiesen dado herederos, quería tenerla en sus aposentos, con razón el Rey la hizo suya, una hermosa joya del desierto como esa no era una simple dama de compañía, que lastima que dejaría muy pronto de ser Reina.

Porque se la llevaría con él a su Reino, si lograba su cometido sería la más hermosa de todas sus mujeres, y dejaría que esos otros cachorros se quedarán aquí, pues seguramente el Rey ni siquiera los seguiría, o eso pensaba él cuando decidió descender y plantar besos en ese exquisito cuerpo de Omega, una que comenzó a gimotear en su lugar por la necesidad. Y aunque esos labios no eran los mismos, ignorante a ese hecho y su juicio nublado se frotó contra el bulto en su entrepierna, uno que no tenía el mismo enorme y descomunal tamaño de siempre, uno que la ponía a temblar con sólo sentirlo.

El Rey Lucius agradecía al hecho de que las antorchas estuvieran apagadas en pasillo a su alcoba en el palacio, y que su escolta y servidores le dieran el espacio que necesitaba, su sangre estaba ardiendo, sobre todo porque él mismo había controlado su celo para esperar por su linda y tierna esposa, tenía las ganas de olfatear otra vez ese aroma lechoso y cremoso ese aroma a vida, llenaría ese vientre nuevamente de pequeños cachorros, con la esperanza de que fueran hembras está vez porque quería tener herederas con la belleza de su esposa.

Su ceño se frunció al escuchar jadeos y gimoteos, no porque fuera extraño escucharlos, sino por los gruñidos de molestia que sus hijos emitían desde la cuna, sus pequeños Alphas lo llamaban molestos con gruñidos, y en su cuna transformados con molestia, el aroma que los pequeños príncipes desprendían era uno muy territorial.

Al entrar a su alcoba, su sangre hirvió de ira, sobre todo al ver como un Alpha descarado y sin escrúpulos se restregaba contra su esposa y la retenía entre sus brazos, mientras la Omega se quejaba aún entre jadeos.

— Detente. Por favor, no lo hagas... —

Alcanzó a dilucidar que no era su Alpha, no era el tamaño, no eran sus fuertes brazos mucho más acogedores, o su aroma a seguridad, sino el maloliente aroma a un Alpha de baja categoría en brama que se restregaba contra ella a punto de quitarle sus últimas prendas, y abrirle las piernas que habían estado reticentes, cuando se enteró que no era su esposo, para lograr su cometido.

— Pronto no dirás... — Sintió como de la nada era halado hacía atrás, perdió el equilibrio cayendo de espaldas, golpeándose.

Era el Rey Lucius que con su espada en mano estaba por cortarle el cuello por haber tocado a su Reina. Al príncipe Kaeem no le quedó alternativa más que escapar por el balcón lanzándose y transformándose en el proceso, pensó que escaparía así, pero cuando estaba abajo adoptó su forma humana, pensando en pasar desapercibido.

No volteó a ver como el Rey se lanzaba desde su alcoba con verdaderas ganas de trozar su cuello. Los invitados y soldados se levantaron alertas al ver al Rey que corría tras el príncipe Kaeem, entre las antorchas y jardines.

— Señor, no... — Alcanzó a decir mientras evitaba el filo de la espada de Lucius. — No fue... No fue... — Estaba sin aliento. — Yo no la he tocado, no la he tocado... — Repitió, pero Lucius no iba a perdonarle haber puesto una mano en su esposa, pues había abusado de la confianza que les había dado al entrar a su palacio.

— Pare Rey Lucius mi hermano ha tenido quizá un mal entendido. — Habló el Rey Mosi.

— Malentendido es que entre a mí, alcoba. ¡Con mi mujer! ¡La Reina! Y se aproveché de su celo para pasear sus sucias manos sobre ella. — Los soldados y la servidumbre exclamaron con horror, eran hombres muertos.

— No señor, le estoy diciendo que... — Kaeem no sabía que más excusas dar y volteo a ver a su hermano en busca de ayuda.

— Rey Lucius. Nuestros Reinos han sido amigos desde generaciones antes de las nuestras, no arruinemos eso por un mal entendido. O peor por una Omega. —

Khalid quién observaba junto a Lateef tomando un poco de cerveza, se levantó al igual que otro par de generales, ellos sabían que ver de menos a la Reina le iba a costar muchas muertes y una sola guerra, lo decía el rostro de enfado de Lucius.

— ¿Por una Omega dices? — Lucius sonrió, blandiendo su espada una vez más y arrastrándola por las tierras de los jardines. — ¿Por una simple Omega? ¿He de recordarte que esa Omega es una Reina? No sólo eso. ¡Es mi esposa! ¡Mi mujer! ¡Mi Omega! Aun así, tu hermano no sólo osa entrar de insolente en mis aposentos, donde duermen mis cachorros, y donde mi Omega descansa, sino que se atreve a ponerle una mano encima. -

— Lucius no te exaltes. Mi hermano es un Alpha... Sabes que no podría ir contra sus instintos. — Aquello hizo reír a Khalid, Lateef y los demás generales, pues ellos habían resistido toda la tentación de la Reina por respeto al Rey, esa era una excusa vacía.

— Ah. — Habló Lucius. — ¿No podría ir contra sus instintos? ¿En serio? ¿Es ese un verdadero Alpha? ¿El que no puede ir contra sus instintos? — Los pasos que comenzó a dar hacía el hermano del Rey Mosi, lo asustaron. — Quédate quieto no pienso matarte aún, pero vamos a cortarte los instintos. — Nadie pestañeo lo suficiente si quiera cuando el Rey Lucius se acercó con su espada en mano a Kaeem, y cortó desde la raíz el miembro viril del Alpha intruso de sus aposentos, la sangre se derramó en la tierra.

— Parece que esos instintos no eran muy grandes. — Los Alphas rieron en sus lugares mientras los chillidos y alaridos del príncipe Kaeem hicieron que el Rey Mosi pensará que tenía una oportunidad contra Lucius transformándose. Nadie movió un musculo si quiera más que sólo los servidores del otro Reino que los acompañaban, y se acercaron a auxiliar a Kaeem.

El lobo de Mosi pensó tener el control, pero fue una sorpresa ver la verdadera forma de un sangre pura, una bestia que te haría temblar con sólo escuchar un gruñido.

Estaba por ejercer su dominio y destrozar al otro lobo del Alpha, pero el chillido y un gemido de su Omega desde sus aposentos lo alertó, en su celo ella no podría defenderse ni aunque quisiera. Así que no tuvo alternativa más que ver a Khalid y un par de generales, por su conexión se supo que no los matarían aún, pero los encerrarían hasta que Alpha pudiera salir en unos días de su alcoba.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now