50. Ofensa.

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Un par de espectáculos más y el Rey a pesar de entablar conversaciones con el Rey Mosi, estaba más alerta de su Omega, pues el aroma que rondaba en el aire sólo era comparable a su primer celo, y él sólo quería acudir a la necesidad de su Alpha de proveerle a su Omega cuanto necesitará y cubrir todas sus necesidades. Decidió tocar las manos de su Omega que estaban moviéndose en sus piernas con nerviosismo, pues no aguantaría mucho más, y sabía que pronto iba a rogar.

— ¿P-Puedo hablar con usted a solas mi Gran Rey? — Preguntó su esposa llamando la atención, y el Rey asintió, indicándole con miradas a su guardia Real que mantuviera un ojo sobre el otro Regente, y demás invitados.

— ¿Estás bien? — Preguntó el Rey a su esposa cuando llegaron a uno de los balcones de los jardines más apartado. Su Omega negó, tenía un poco de fuego circulándole las venas y ella lo sabía.

— No quería hablar sobre eso Majestad. — Negó la Omega, porque aunque pensaba que pronto su celo estaría a flor de piel si no es que ya, la preocupación en la mañana no se había ido.

— ¿Qué agita tu corazón entonces? —

— Mi señor, lamentó haberle fallado, pero... — Fue difícil para ella hablar viendo sus hermosos ojos azules, aquellos ojos que le prometían cumplir con su deber como Alpha, y su imponente aura.

— ¿Con qué? — Preguntó Lucius ya preocupado por el rostro de su Omega.

— Sus cachorros Majestad. —

— ¿Pasó algo con ellos? — Ella tragó fuerte, y un poco asustada de su reacción.

— Nadie más lo ha visto, pero... — Decidió ser valiente, quizá su Alpha tendría una respuesta. — Se transformaron hoy por primera vez en sus baños, en las piscinas privadas... Y. — Tragó fuerte asustada por la reacción de su Alpha, no quería que se molestará con ella.

— ¿Cómo son? — Preguntó el Rey Lucius con una sonrisa en su rostro, un poco decepcionado por haberse perdido la primera transformación de sus hijos.

— No son como el resto de Lobos, Majestad. Son como... — Suspiró preocupada. — Pequeñas bestias que... — Su Alpha carcajeó, perdiendo la compostura y asombrando a su Reina. — No es gracia Majestad. — Negó a punto de molestarse y soltar un poco del aroma que lo pondría de rodillas.

— ¿Qué esperabas? Son mis hijos. — Siguió riendo el Rey, a lo que ella no entendió.

— ¿Cómo? —

— ¿Nunca me he transformado frente a ti? — Ella negó.

— Que bueno porque seguramente te habría destrozado y no en un sentido muy sangriento. — Murmuró Lucius aun riendo por la inocencia de su Omega, ella lo vio aún sin entender, pero se sintió un poco más aliviada cuando él se acercó a olfatearla de cerca, y pasear su nariz por su cuello exquisito.

— Te dije que eras Domadora de bestias y monstruos. Mi hermosa Reina. —

— Aún no le veo el sentido. — Negó ella ignorante de la verdadera forma de su Alpha.

— Mejor que ni siquiera lo veas, va a intentar someterte en su forma... —

— Eso ni siquiera es posible. — Negó ella, pero su Alpha río.

— Te sorprendería. — Busco sus labios, pero su Omega se alejó de inmediato causándole al Alpha un poco de incertidumbre.

— Lo siento Majestad, pero no creo que sea lo correcto dejar a nuestros invitados plantados en el salón y... — El líquido que comenzó a escurrir entre sus piernas olía a gloria para Lucius quién lo notó de inmediato, haciéndola sonrojarse ante su mirada azul.

— ¿Estás intentando negarme no sólo la intención de ayudarte, sino mi deber de proveerte y hacer lo que tu Alpha debe de hacer? — Ella negó de inmediato, pero ser envuelta entre sus brazos la hacía sentir en un horno.

— No es... — Negó ya sin voz, quebrada y asustada porque más servidores se enterarán de su condición. — Iré a la alcoba y usted puede ir al banquete, Majestad. Yo tomaré un par de especias para... —

— ¿Soy un mal Alpha acaso? ¿Qué clase de esposo tendrías si dejará que vagaras con la incertidumbre hasta nuestra alcoba? — Negó él. — Regresaré contigo y no beberás nada que dañe tu naturaleza. — Ella tragó fuerte al ver la decisión del Alpha en sus ojos.

Pero entendía así que se dejó llevar entre los brazos fuertes de su Alpha, se sintió más a gusto cuando sintió el aroma a su Alpha envolverla en su tibio colchón, escuchó como Lucius dio órdenes para que salieran de la habitación y que los guardias se alejarán, porque el Rey sabía que no habían muchos Alphas que se resistieran al aroma de una Omega en celo, y menos una tan seductora como su esposa.

— Los invitados. — Gimoteó su Omega casi en limbo, casi a punto de olvidar el protocolo. Su Alpha soltó un gruñido de molestia que sólo la hizo soltar más de su aroma, y perderse a sí misma, pero ella tenía razón, iría a despedirse de ellos pues saldría del lugar hasta en un par de días si es que no en una semana.

— Ya vuelvo. — Depósito un beso húmedo en su clavícula que la hizo jadear casi perdida. Ante el horrible ardor doloroso que se estaba instalando en su vientre bajo, la Omega decidió intentar soltar sus cintas, porque sabía que su Alpha destrozaría su ropa.

La oscuridad de la noche envolvió de la nada el pasillo, como si las antorchas fueran apagadas a propósito. En el limbo en el que estaba la Omega no alcanzó a sentir del todo la presencia de un Alpha que no era su esposo entrar la alcoba.

— Nunca he estado con una Omega en celo, menos con una casada y con cachorros. — Decía el Alpha, dejando caer su túnica al suelo, observando de reojo a los cachorros que dormitaban en su cuna. Ella apenas podía embriagarse en el imponente aroma de su Alpha, ignorante de que otro Alpha la observaba restregarse contra el colchón, en busca de calmar el fuego que la quemaba.

— Alpha. Por favor. — Rogó al escuchar un ruido a sus espaldas, esperando que su esposo se apurara.

( • • • )

— ¿Y el príncipe Kaeem? — Preguntó el Rey Lucius, mientras estaba a punto de regresar a la alcoba, luego de despedirse de sus invitados.

— Creo que fue por ahí en busca de una de sus servidoras. — El Rey Lucius frunció el ceño.

— Espero que no haga ninguna ofensa a mi gente o a mí. —

— No te preocupes Lucius, Mi hermano puede ser joven. Pero sabe cómo no ofender su hospitalidad. —

— Eso espero Mosi. Porque eres testigo de honra. No quiero fallar a mi honor o que los dioses quieran derramar fuego sobre otro Reino. — El Rey Mosi negó.

— Claro que no Gran Rey. —

— Eso espero. — Habló retirándose oficialmente del banquete, sabiendo que a su suerte no volvería a verlos en días.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now