42. Mi Reina.

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La Omega no resistió la tentación de usar ropas más cómodas que estaban en esas cajas con adornos. Decidió usar unas cuantas pues quería sentirse cómoda para cuidar de sus cachorros a gusto. Suspiró cuando las tomó y vistió también, justo después de limpiarse.

Sus manos fueron a las cintas de sus vestidos delatando sus nervios cuando la puerta de la habitación del Alpha se abrió y ella se sintió atrapada, el Alpha sonrió de inmediato al verla, aunque su rostro aún tenía ese horrible moretón, su esposa era muy hermosa.

— Sólo fui a pedir tu desayuno. — Confesó el Alpha, ella agachó su cabeza avergonzada.

— ¿Dormí toda la noche en su cama? ¿Porque no me despertó? —

— Creí que los cachorros estarían mejor durmiendo a gusto con mi aroma en su piel. — La Omega asintió, pues ahora el aroma del Rey Lucius la rodeaba por completo.

— ¿En dónde...? —

— En los sillones de en frente, notarás que son muy cómodos. — Ella alcanzó a sonreír, parecía que su Alpha había regresado.

— Seguramente, no lo dudo. — Ella se ruborizó cuando tuvo la mirada del Alpha sobre su cuerpo, inconscientemente sus piernas se debilitaron, extrañaba sus brazos acogedores, y simplemente ignoró su instinto de Omega de lanzarse a sus brazos.

La puerta sonó avisando que los servidores habían llegado con sus desayunos, el Alpha fue a abrir, y luego ayudó a que llevarán los desayunos al balcón sobre una capa que recibía al sol en la mañana y desde la cual podía apreciar el esplendor de la ciudadela.

— ¿Vienes? — Preguntó Lucius a su Omega y está asintió, por un momento volteo a ver a sus cachorros que dormían profundamente en la cama del Rey. Pero se sentó con tranquilidad a tomar su desayuno en la mesa frente a él. Ella no estaba incómoda con su Alpha, pero aun así no podía evitar sentirse cohibida y un poco asustada.

— ¿Te gusta? — Ella asintió en su lugar tomando con calma los alimentos, y el Rey volteo a verla con sus ojos perdidos por su esposa.

— Aliméntate bien, estás amamantando a los cachorros, así que necesitas ser fuerte. —

Las mejillas de la Omega se tiñeron de rojo, asintió con su interior feliz porque su Alpha le estaba proveyendo otra vez, y se preocupaba por ella. Anhelo con locura luego de ingerir alimentos el acurrucarse en sus brazos como era antes su costumbre.

— ¿Terminaste? — Ella asintió observando de reojo la habitación en la que estaban sus cachorros. — ¿Quieres sentarte aquí? — La Omega observó su regazo, claro que lo quería, pero no se atrevía a enfrentarlo. Así que su Alpha se atrevió a ser valiente y fue a su lado a arrodillarse frente a su Omega quién se sintió incomoda.

— Un Rey no debe arrodillarse ante nadie Majestad. — Negó ella.

— Un Rey como yo sólo puede arrodillarse frente a su Reina. — Respondió él y sus mejillas si que se tiñeron de rojo. — Permíteme adorarte otra vez. Prometo cumplir con todas mis promesas y te pido que perdones por todas mi fallas. — La Omega supo en ese instante que era cierto, el corazón de su Alpha latía en arrepentimiento podía verlo en sus ojos.

— No hay nada que perdonar Majestad. Seguramente fue una confusión. — Ella decidió ser valiente y tocar la mejilla de su Alpha. Lucius besó sus manos con delicadeza, y decidió atreverse a probar sus labios de algodón.

En su lugar el corazón de la Omega latía desbocado tocando el cielo con la punta de los dedos con un sólo beso tierno y sincero. Sintió un sabor metálico entre sus labios, y saboreó aquellos labios resecos, pero que le mostraban maravillas entre el manjar de la saliva de su Alpha. Y este sonrió cuando recuperó el aliento.

— No soportaba verte así. — Dijo él con una sonrisa mientras acariciaba su mejilla que pronto recuperaría su color natural.

El Alpha retomó sus tiernos y deliciosos besos con sabor a su sangre, ella gimoteo en su lugar cuando sintió la sangre del Alpha fluir por su sistema, no era un secreto que su sangre era curativa, al menos para ella, cuando ambos se quedaron sin aliento la Omega volteo a ver los ojos azules de su Alpha.

— Le extrañe mucho. — Admitió con sus pequeños ojos anhelantes. — Mis cachorros ansiaban su aroma también. — Confesó la Omega mientras se derretía con cariño entre sus brazos.

— Lo lamento, de verdad lo siento. — El Alpha abrazó a su Omega con fuerza, reconfortándola y marcando con sus sobreprotector aroma. Hundió su nariz entre la cavidad de su cuello, disfrutando de su más preciado y delicioso paraíso. Se alzó en su lugar y se aseguró de cargar nuevamente a su Omega entre sus brazos como le gustaba hacer y tenerla.

— Déjame darte lo que quieras a cambio por mi falta. Te daré cualquier cosa que quieras o desees. — Ofreció el Rey. — Todas mis riquezas serán tuyas, mi nación y mi reino también, sólo apiádate de tu Alpha, y no dejes que mi amor por ti se vaya al exilio y vague entre las dunas del desierto buscándote Mi Reina. — Ella sonrió en su lugar, suspiró acariciando tiernamente la mejilla de su Alpha.

— Sólo anhelo algo. — Admitió por su atrevimiento. — Los dioses son testigos de mis noches en vela rogando por su bienestar, por usted y su corazón Majestad. — Ella suspiró.

— ¿Qué es eso que deseas entonces? — Ella tragó fuerte atreviéndose a pedirle al Alpha todo lo que iba a decir.

— Anhelo que guarde su corazón, y que en medio de la adversidad recuerde siempre lo mucho que está humilde Omega lo ama. — Él sonrió.

— Así haré Mi Reina. — Asintió él prometiéndoselo a sí mismo. — No sólo eso te daré mi corazón también para tu lo cuides como debe ser. — Ella alcanzó a reír cuando su Alpha repartió tiernos besos en su cuello, pero luego dejó de reír intentando estar seria.

— Su brazo Majestad. — Negó ella, y él río.

— ¿Qué con él? —

— No va a sanar. — Y él pasó el peso de su esposa a su brazo que había sido roto.

— Ya no duele. — Ella negó con desaprobación.

— ¡Majestad! — Negó al ver que él casi hacía acrobacias con su cuerpo y su brazo lastimado.

— Dame un beso y te bajaré. — Pidió el Rey. Y ella sonrió.

— Le daré algo mejor Gran Rey y Comandante Real de todos los ejércitos. — Su Omega soltó de esas feromonas tóxicas que ponían a dormir a sus hijos en segundos haciéndolo perder el equilibrio y reduciéndolo de rodillas al suelo en el proceso.

El Alpha se quedó boqueando en su lugar, las feromonas de la madre de sus hijos, y su Omega pronta al celo lo tenían dominado, su naturaleza instintiva era someterse a su dulce Omega que lo tenía controlado.

— ¿Qué pasa Rey Lucius? Parece tan sumiso como un cachorro. —

Por primera vez en su vida la Omega se sintió orgullosa por su travesura riendo en su lugar y separándose de su Alpha para ir con sus cachorros, contoneando esas anchas caderas perfectas que le anunciaban que era la mujer para Reinar a su lado.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now