20. Mi regalo sagrado.

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— ¿Debo vestir así? — Preguntó avergonzada.

Por los trajes increíblemente hermosos que las servidoras le extendían, tenían unas cuantas partes transparentes haciendo resaltar su cintura estrecha y sus caderas pronunciadas, eran unos suaves pantalones ajustados en sus tobillos y sueltos que dejaban ver un poco de sus muslos, los colores púrpura, rojizo y rosa la vestían. Así como unas mangas muy sueltas y traslúcidas. Pero algo internamente le decía que a su Alpha no le agradaría regresar y verla vestida así paseándose por el palacio sin ningún tipo de velo en el rostro, así que se puso uno. Le extendieron también las piedras preciosas que el General había ordenado que usará, unos collares de piedras preciosas y más pulseras que adornaban sus tobillos.

— Es lo que una Omega debe vestir. — Asintieron sin embargo ellas no habían visto aún su cuello por el pelo suelto de la Omega. Le ayudaron a vestirse y en cuanto vieron la marca en su cuello y otras más en su espalda. Casi todas sintieron lástima por ella.

— ¿Qué sucede? — Preguntó al ver que sus rostros estaban afligidos.

— ¿Nephthys dejaste que el General Lucius te marcará? — Ella tragó fuerte sintiéndose asustada, simplemente no pudo, ni quiso oponer resistencia a la marca.

— ¿Está mal? — Preguntó asustada.

— Nephthys l-las omegas. — La sirvienta mayor no sabía ni cómo explicarle a la ingenua Omega. — No pueden emparejarse con la realeza. — Negaron sintiendo lástima por ella. Porque pensaban que el General la había marcado sin esa intención. Ella no sabía que significaba eso.

— ¿Van a matarme? — Todas agacharon la cabeza.

— Si el Rey se entera, muy posiblemente. — Asintió la mayor. Ella tragó fuerte, pero levantó su cabeza en alto, ella sabía que amarlo podría traer consecuencias. Y ella simplemente hizo caso a los susurros de los dioses, así que ya no tenía miedo del porvenir.

— Por ahora sólo preocupémonos de hacer lo necesario. — Negó la Omega con una sonrisa, su Alpha regresaría para el almuerzo y ella ayudaría a las demás servidoras también, decidió colocar siempre su velo, aunque el atuendo para Omega que llevaba puesto era demasiado seductor para su gusto, suponía que debería acostumbrarse si ahora sería parte del Harem del General.

(...)

El General Lucius intentaba calmar su ira a cada escalón que subía del palacio Real. Los soldados que se supone que no debían moverse le reverenciaron por la esencia de su Alpha que iba soltando en el camino, imponente mucho más que el Rey, y no era que Lucius se enojará porque sí, nunca lo hacía, pero se sintió simplemente muy molesto de que gracias a la estupidez de su primo se viera interrumpido en el celo de su Omega.

— Lucius. — Los ojos de la princesa Menwi brillaron, y Lucius recordó la conversación con su Omega, que Menwi le había pedido que no se acercará más a él, cosa que lo había hecho molestar.

— Princesa. — Saludó, más no reverenció como siempre. — ¿Dónde está Ishap? —

— Esperando con nuestros padres en el gran salón. — Decía extrañada de su actitud molesta.

— Con permiso. — Ella lo siguió de cerca por los pasillos siendo seguida por sus doncellas, quería preguntarle por la ramera con la que dormía, pero para su suerte no tuvo el valor.

Los antiguos Reyes estaban jugando un juego de piezas en una mesa del Gran salón, y Ishap estaba entretenido con una de sus mujeres que lo seducía de forma vulgar. Esa era la diferencia entre un hombre correcto y la razón por la que el Reino prefería al honorable Lucius, que a un Rey de chiste.

Mientras el General salía a luchar sus propias batallas y a acudir a cada provincia del reino a conocer sus problemas y enfrentarlos, él Rey Ishap no conocía algo más que suaves almohadas y las excesivas comidas de los banquetes reales, no conocía algo más que no fuera ser aclamado y con suerte podía presumir saber controlar la espada.

Lucius no se quedaba en la provincia central, él conocía cada rincón de su país al que había dado servicio militar desde muy joven, con lo cual conocía a la gente y no sólo lo que quería sino también lo que necesitaba.

— ¿Para qué demandabas mi presencia? — Preguntó interrumpiendo al Rey y esa corriente beta vulgar.

— Lucius, pensé que al final te estabas escondiendo primo. — Río Ishap un poco quitándose a la mujer de encima, haciendo que se fuera a su lugar con sus demás mujeres. Sus padres fueron donde Lucius también.

— Es absurdo. Yo no conozco la cobardía. — Negó de inmediato soltando un poco de su esencia haciendo sentir menos al Rey, él era un Alpha sangre pura y no iba a doblegarse ante la absurda esencia que apenas desprendía el pobre Alpha del Rey.

— Guarda tu esencia para la corte. Serás juzgado está misma noche. ¡Guardias! — El Rey llamó a los guardias con esperanza de que lo encarcelaran, pero lo único que logró fue que ni siquiera se atrevieran a verlo, nadie iba a oponerse a una bestia como el General, uno experimentado en batalla más que muchos otros en el palacio.

— ¿Ahora qué? ¿Sobre qué van a juzgarme? — Preguntó queriendo reír del numerito que sólo lograría dejar en vergüenza a su primo como Rey.

— Vamos a la corte. — Solicitó tomando su brazo Epi, Lucius suspiró y supo que no podría regresar para el almuerzo con su Omega.

No sentía ni una pizca de miedo mientras era conducido a la corte con el respeto que su sangre Real merecía. Pero todos podían sentir en su esencia que algo había cambiado en el General, no sólo olía a un Alpha que los mataría a todos si lo hacían enojar más, olía a un aroma celestial, tan dulce como la miel y el más delicioso postre.

— ¿De qué se me acusa? — Preguntó estando frente a más de sus primos, personajes sobresalientes de la realeza, y un consejo de ancianos que lo rodeaban. A todos les parecía extraño que el hombre más correcto estaba a punto de ser juzgado.

— Di lo que viste Menwi. — Habló Epi, ella también quería una explicación de su sobrino.

— Hace siete Lunas fui al templo a elevar mis plegarias a los dioses por mis aflicciones y observé como una beta pedía ser condenada por el amor que sentía a un Alpha. — Todos fruncieron el ceño.

— Cuando salí del templo el General entraba a este y pensé en saludar, pero en cambio vi como él Gran General Lucius arrodillarse frente a una simple beta. — Los sonidos de exclamación y horror no se hicieron esperar. Lucius sabía que no había pecado, no cuando ella era ahora también de la realeza.

— ¿Qué respondes ante eso? — Preguntó Tot, esperando que todo fuera un malentendido.

— Los dioses la enviaron. — Más sonidos de total desconcierto fueron escuchados.

— ¿Qué pruebas tienes para eso? — Preguntó esta vez el Rey sintiendo que no podría salirse con la suya, pero es que él no sabía que había perdido desde que había intentado inculparlo.

— Mi marca en su cuello y muy posiblemente mis cachorros en su vientre. — Menwi palideció de inmediato, y sus doncellas alcanzaron a sujetarla antes de que cayera en el suelo por el desmayo. Tot y Epi sonrieron en su lugar, nadie sabía que el General tenía mujer, menos que ya estaba marcada o posiblemente en cinta.

— Si es así ¿Cuándo nos mostrarás pruebas? —

— No pienso dejar que mi mujer salga del palacio para exponerla. — Negó de inmediato.

— Los dioses te demandarán si no lo haces. — Habló Ishap y vería si era cierto aquello.

— Los dioses están de acuerdo conmigo con que cuide de ella. Los dioses la enviaron como mi regalo sagrado. — Ishap quiso chillar de la cólera, eso significaba que ni siquiera los hombre de Lucius le debían su lealtad porque le habían mentido.

— Esto ha terminado. — Habló Tot ya más tranquilo y sonriente.

— Los dioses nos han bendecido. — Casi todos se enorgullecieron al escuchar la grata noticia. El hombre favorecido por los dioses tendría a su descendencia muy posiblemente pronto, así que todos se alegraban. Ishap apenas lo podía creer, ni siquiera él había recibido susurros, sonrisas o regalos de los dioses.

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