8. Una promesa de los dioses.

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Todos en el reino comenzaban con los preparativos para la celebración especial, la fiesta de los dioses a uno de sus favorecidos, de sus adorados. Las personas en el reino decoraban las calles y preparaban los alimentos típicos. En el palacio los guardias se preocupaban de la seguridad, las grandes cantidades de servidores se preocupaban por atender bien a los invitados de otros reinos o incluso de otras provincias.

El General era ayudado a prepararse con sus atuendos reales por las doncellas, que aunque no podían evitar pecar y verlo, él no era como el Rey que tomaba a las mujeres que quería.

Las mujeres no solo admiraban la belleza con la que los dioses bendijeron al Alpha, admiraban su honorable forma de ser. El respeto que le daba a cualquier otra persona, a los servidores e incluso a las mujeres, a quién así no fuera de la realeza, eso hacía que las mujeres terminaran de querer pecar por él. Cuando él estaba listo la princesa Menwi se adentró a su alcoba.

— Las estrellas te visten esta noche. —

— No tanto como a ti vistiéndote todos los días. — Decía educadamente el General, enfundado su espada con muchas piedras preciosas incrustadas. Naturalmente Menwi estaba sonrojada, pero eso solo le daba el valor que no tenía para confesarse como su regalo de parte de los dioses.

— Sé que es una petición. — El General volteó a ver a la princesa extrañado cuando los servidores los dejaron solos, solos en la compañía de la doncella de más confianza de la princesa, Anat.

— ¿Que deseas? —

— He escuchado de mi hermano que piensas tener nuevamente tu palacios para ti solo, tus aposentos también. Pero yo no soportaría tenerte lejos por que solo puedo ver tu rostro poco a comparación de lo mucho que te ansía mi corazón cuando estás lejos. — El ceño del General se frunció. — Deseo fervientemente ser tu regalo de parte de los dioses. — La princesa estaba por arrodillarse ante él, pero Lucius impidió que hiciera siquiera una reverencia.

— Princesa. Me halaga saber que mi persona esté en tus pensamientos. — Admitió el General. — Pero el obsequio de parte de los dioses. Mi regalo está esperando por mí en la provincia más alejada del reino. — El mundo de Menwi pareció querer caer a sus pies. — No solo está esperando por mí, yo estoy esperando traerla conmigo. — El General Lucius sabía que el corazón de Menwi no tenía una pizca de maldad, como si podía ser con su hermano.

— Te confío esto. Ella está nublando mi pensamiento desde que sentí su delicioso aroma. Y las estrellas no se ven tan hermosas como en su compañía. — Admitió él contando su secreto, uno que martillaba su corazón a cada paso que daba.

— ¿Ella es tú deseo? No hay problema si quieres tener un Harem no estoy en contra de eso Lucius... — Menwi casi iba a desesperar y su primo la contuvo con una de sus miradas de Alpha.

— No se trata de un Harem. — Confesó. — Se trata de una promesa a los dioses. Sabes que no puedo ir contra ellos. No quiero ir contra ellos. Su regalo ha sido magnifico, y espero con ansias poder tenerla conmigo. —

La verdad simple era que Lucius no quería ir contra los dioses porque le gustaba el resultado, le gustaba ese aroma dulce que aún recordaba de la beta, le gustaba ese aroma a hogar.

— Vamos afuera. — Pidió y la princesa no se movió de su lugar aun cuando el General Lucius sí.

— ¿Está bien mi señorita? — Le preguntó Anat a su princesa, y esta negó con lágrimas en sus ojos.

— Claro que no. -

Luego de numerables homenajes al General Lucius por su cumpleaños. La demostración de combate con espadas, el entretenimiento. Y la hermosa lluvia de estrellas que los dioses lanzaron en la noche, y más fiestas en las que Lucius contemplaba que las estrellas no se veían tan bonitas como en la provincia más alejada.

Los más cercanos a Lucius lo notaban, notaban que sus ojos ni siquiera le prestaban atención a las hermosas bailarinas que habían sido pedidas solo para él.

Sus tíos notaban que algo estaba más extraño de lo usual con Lucius y en última instancia los antiguos Reyes los padres del actual Rey sabían que Lucius no le estaba tomando nada de importancia a las fiestas.

— ¿No es de tú agrado? — Le preguntó directamente la madre de Ishap, quién prestaba atención a su conversación.

— No es eso. — Admitió con una sonrisa a su tía Epi. — Admiró y estoy agradecido por el esfuerzo que todos han puesto. — Khalid sonrió en su lugar, él sabía lo que su General anhelaba en ese momento. — Solo estoy esperando con ansías mudarme a alguno de mis palacios. — Dijo sencillo.

Todos fruncieron el ceño, la realeza sabía que Lucius no era de los que le gustarán las comodidades y los lujos, así que estaban extrañados de preguntará por sus propiedades.

— ¿Cuándo te mudarás? —

— En tres días estará listo. — Contesto el Rey.

No sabía si el General Lucius lo había pedido por eso, pero pidió uno de los palacios que el Rey más envidiaba, uno cerca del arroyo y un par de cascadas que terminaban en uno de los pozos más grandes de la región. Ese palacio había sido obsequio de su propia madre a su sobrino, por ser el más exótico y paradisíaco muchos lo envidiaban y Epi sabía que su sobrino cuidaría bien de ese palacio. Khalid se levantó entonces con una sonrisa al terminar de comer. Todos los vieron extrañados.

— ¿A dónde te diriges con tantas ansias? Khalid. — Preguntó el padre Ishap, Tot a uno de los soldados de alto rango.

— Los dioses dieron su obsequio al General hace unos días. — Todos fruncieron los ceños extrañados. — Con mucha curiosidad por ese obsequio. — Yo solo me encargaré de traerlo a salvo y seguro. — Todos notaron como el General Lucius perdió la compostura.

— No se preocupe General Lucius usted puede terminar con el resto que le confiere. Yo y los soldados regresaremos al cabo de la siguiente Luna llena sino es que antes. —

Lucius tenía confianza en su segundo al mando Khalid era un buen guerrero, diestro en combate y la lealtad estaba hacía él. Así que asintió encomendándole hasta el momento su tarea más importante, al menos para Lucius. 

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now