16. Oh estrellas.

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— Majestad. — La Omega sólo se sentía cada vez más apenada de que el General le hiciera reverencias, como si ella las mereciera. — No haga eso los dioses... — Se vio callada de inmediato cuando Lucius se levantó y aprovecho su diferencia de altura para depositar un beso en su frente.

— ¿Terminaste tus plegarias? —

— Algo así. — Asintió avergonzada porque no podía seguir confesándose al menos no frente a él.

— Regresemos entonces. — Le decía indicándole el camino hacia afuera. Ella asintió y está vez cuando subió al carruaje discreto él también lo hizo y se quitó el casco dejando su cabellera castaña libre. Sus ojos la traicionaban porque no podía dejar de ver su magnífica presencia, y él no podía quitar sus ojos de la hermosa Omega.

— ¿Qué pasa? — Le preguntó mientras observaba como ella intentaba mantenerse en el rincón más alejado del carruaje. — ¿Sucede algo? — Quiso sonreír.

— Como le he suplicado antes Majestad. Tengo que regresar a casa. — Él asintió dispuesto a dar otra excusa, pero no pudo evitar sonreír ante la razón de la Omega. — Mis especias se acabaron hace un par de días y yo... La verdad no he pasado ni un solo de mis celos controlándome sin las especias. — Decía agradecida de no poder ocultarlo algo tan importante a él.

— Deberías quedarte y esperar a que el celo pase ya que podría ocurrir en el camino y ser aún más peligroso para ti. — Ella tragó fuerte sintiendo la garganta seca, sabía que le quedaba muy poco tiempo, quizás sería esa misma noche para que su celo explotará y no quería avergonzarse a sí misma si el General se enteraba.

— Majestad yo no pue... —

— Es más, es una orden. No quiero que vuelvas a beber algo para controlar tus celos. — Él sabía lo dañino que podía ser a la larga para ella el no actuar bajo su propia naturaleza. Ella cerró sus ojos con fuerza conteniéndose en su interior porque no podía evitar querer obedecerlo. Deseaba con todas sus fuerzas obedecerlo.

— Yo estoy para servir Majestad. Pero si es así debo seguir todas las órdenes de la realeza. — Él frunció el ceño ante aquella mención. — Entonces debo alejarme de su presencia. —

— ¿Puedo saber porque? — Preguntó a la dulce Omega como si aquello no fuera más que una vil broma.

— He sido torpe y he molestado a la princesa Menwi al no reconocerla. Y me ha pedido que me aleje del Alpha que ha intentado dejar su aroma sobre mí. — El General en mucho tiempo se sintió molesto.

— No tienes por qué obedecer. Como te he dicho antes, tú no naciste para eso. — Eso hizo reír un poco a Nephthys y Lucius pensó que jamás había escuchado una melodía tan magnífica.

— Entonces tampoco debería obedecerlo... — Decía con un brillo divertido en sus ojos. Él sonrió y se acercó haciendo tragar fuerte a la Omega levantó su mano para acariciar suavemente su mejilla, causándole más estragos en su interior porque se sentía derretir como la miel ante su tibio y delicioso toque.

— Mis órdenes son diferentes. — Susurró.

— Majestad. Sin ofender, pero órdenes son órdenes. — Decía la pequeña Omega tomando el valor necesario para verlo tan cerca a los ojos, parecía que sus almas se conectaban si lo hacían.

— En poco tiempo te mostraré la diferencia entre mis órdenes y sus pedidos. — Lucius decidió acercarse a rozar su nariz por su mejillas y la extensión de su cuello sintiendo un aroma lechoso y cremoso, tan dulce o más que cualquier otro postre en la tierra, un aroma que le aseguraba su maravillosa fertilidad. Que le aseguraba que la Omega pronto entraría en celo, causándole sólo más impaciencia.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now