60. Es el Rey.

37.9K 3K 120
                                    

La sonrisa en el rostro de la Reina mientras veía como su esposo entrenaba a sus hijos lo decía todo. La madre de Nephthys también podía ver las estrellas derramadas en los ojos de su hija cuando observaba a su familia, a pesar de su notable cansancio.

— ¿Ha sido él? — La pregunta salió por sí sola.

— ¿Qué cosa? —

— ¿La razón de tu desvelo? — Las mejillas de la Omega se tiñeron de rojo delatándola.

— ¿Ni siquiera cuida bien de tu salud? — Su padre a su lado exclamó molesto más Nephthys negó ante cualquier suposición.

— Ha sido mi culpa. — Negó con una sonrisa nerviosa. — El cachorro en mi vientre puede ser egoísta a veces. — Culpó a su vientre avergonzada. — Además el olor de su padre me ayudó a dormir pronto. — La madre de Nephthys sonrió, ella sabía cuándo su hija mentía y le pareció hasta tierno.

— No seas un suegro tan crudo, es el Rey. — Le reclamó la madre de Nephthys a su esposo.

— No se casó con cualquier mujer. Se casó con mi hija. —

— Y te ha brindado un par de nietos hermosos, y seguramente un par más vendrán, así que si quieres seguir siendo testigo de su crecimiento no tientes tú destino. — Negó la beta.

— ¿Van a quedarse? — Preguntó Nephthys asombrada, porque jamás se pensó proponérselo a sus padres pues amaban su posada.

— Tu esposo nos lo propuso en el desayuno. — Comentó tranquila su madre. — Él nos pidió que lo meditáramos. Pero que podríamos mudarnos a la Ciudadela para estar más cerca de ti y los cachorros. — La sonrisa de la Reina suponía una semana llena de bendiciones por los dioses.

— Oh Dioses míos. ¿Han hallado gracia en los ojos de su sierva? — Alabó con verdadero gozo, porque a pesar de que su padre aún guardará su compostura con sus brazos cruzados, su mirada anhelante a sus nietos era el verdadero regocijo en su corazón.

— Aún no hemos tomado una decisión. — Negó Haji, su padre.

— Papá ¿Me amas? —

— Porque te amo, siempre desearé lo mejor para ti. —

— Los dioses me han dado lo mejor, tengo una familia ahora, amo con el corazón a mis hijos, y adoro a mi esposo con mi alma también. ¿Ves descontento en mi espíritu? No, porque mi Alpha es bueno, él es el mejor hombre que los dioses pudieron darme el honor de conocer y de amar también. —

— Es que... —

— Dale una oportunidad, es el Rey. Se ganará tu corazón así como se ha ganado y merecido su Reino. — Pidió la dulce Omega, su padre no pudo decir que no a los tiernos ojos de su hija.

— No significa que voy a hacer cuanto quiera... — La Omega río.

— Es el Rey Haji. — Negó con una sonrisa su esposa. Más este sólo tuvo que levantarse para ir a la arena, donde un Rey, y el Alpha favorecido de los dioses les mostraba a sus hijos como utilizar la espada de madera, aquellas mismas espadas que él había tallado con sus manos llenas de cariño y esfuerzo.

— Van a golpearse. — Negó Haji, con las manos a sus espaldas al ver como sus nietos regresaban y recibían los golpes de su oponente, en su caso del mismo tamaño, porque su padre sólo juzgaba desde una distancia cercana a sus hijos.

— Son Alphas. — Negó el Rey.

— ¿Qué con eso? ¿No son niños también? — Preguntó Haji al esposo de su hija.

— Que crecerán como Alphas con honor. —

— ¿Qué si no crecen así? —

— Nunca serán dignos de ninguna corona. —

— De donde vengo la corona no interesa, sino la forma correcta de hacer las cosas. —

— En donde estamos señor, si no hay honor no se tendrá derecho a nada, él honor se gana, y no solamente haciendo las cosas correctas, sino lo que un Alpha debe de hacer. —

— ¿Dejarán de ser Alphas si no hacen las cosas que deben hacer? —

— Puede sonar cruel, pero perderán su honor y dignidad en el camino, sino aprenden de ello desde niños. — Decía con calma el Rey, y es que no pensaba dejar que sus hijos crecieran para convertirse en hombres desagradables como muchos de sus primos y miembros de la familia Real.

— Son mis nietos. Y creo que esto es demasiado. —

— Son mis hijos y esto no sólo es necesario, esto es algo que ellos también requieren. —

Él no había obligado a sus pequeños cachorros a levantar su espada, su instinto se los reclamaba, sus miradas decididas lo decían todo, esos pequeños cachorros crecerían para ser los mejores Alphas, pero sólo si seguían el buen ejemplo de su padre y no se perdían en el camino.

Haji estaba a punto de abandonar el lugar y regresar con su hija, porque el Rey no sólo le parecía engreído, sino que su sola presencia le molestaba.

— Pero tiene razón en algo, una corona no tiene valor si las cosas no se hacen bien, ni de la manera correcta... — Afirmó Lucius observando a los ojos al padre de su esposa.

— No ha sido nunca mi intención ofenderlo a usted o a su gente. Mucho menos decidí aprovecharme de mi posición o familia para traer a mi joya del desierto conmigo. Hubiera cumplido mi palabra así yo hubiera sido un simple campesino, mi esposa estaría conmigo también. Lo sé. —

Él detuvo a sus cachorros, quienes rieron cuando cayeron a la arena, ignorando la plática de los adultos, Lucius tomó sus pequeñas espadas para que recuperarán el aliento.

— Le doy mi palabra cuando digo que si no fuera por su hija, no hubiera deseado está corona. La obtuve como un obsequio a su amor. Como protección para nuestra familia, y al Reino también. Aprendí eso de ella. Así que si bien la corona nunca tuvo que ver en lo que siento por su hija, y tampoco hice de la forma más correcta las cosas, jamás voy a arrepentirme de nada... No voy a arrepentirme porque es la mejor decisión que tomé por gracia de los dioses. —

Haji, podía ver el fuego y el mismo hielo en los ojos del Rey hablando de su esposa, supo entonces que su amor era sincero. El amor que le tenía a su hija era real, y eso compensaba un par de errores del pasado.

— Que bueno que los dioses te favorecieron muchacho. — Asintió finalmente Haji, aceptándolo como el Rey y el padre de sus nietos que era.

Observando como los cachorros buscaban a su padre con esos pequeños y tiernos ojos llenos de admiración, una que estaba también en los ojos de su hija, de sus servidores, soldados y gente.

Aquel Rey no era un adorno, era un Alpha de hueso y carne que descendía de monstruos y bestias, tenía uno mismo dentro, su esposa y Reina era la más hermosa joya del desierto, una hermosa Omega que tenía la gracia de los dioses derramada en su ser, quién había traído al mundo a los príncipes que eran el orgullo en hombros de su padre.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now