36. Mala noticia.

30K 3.1K 122
                                    

A medida los soldados llegaban a la ciudad, las personas se alegraban de recibirlos, se dirigían al palacio Real en donde como era la costumbre serían recibidos.

— ¿Cómo? — Khalid que había recibido la impactante noticia no podía ni siquiera creer lo que escuchaba.

— Así es General... Pensamos en informarle a usted primero. Antes que al General Lucius. — Dijeron observando al suelo, no sabían cómo se tomaría la noticia el General, pero si estaban seguros que muchos iban a morir.

— No le mencionen nada aún. — Negó Khalid. Implorando a los dioses que le dieran la idea sobre qué hacer con la información.

— General Khalid. — Lucius llamó desde su cabello negro, su nombre y sus hombres con él se atormentaron. Se acercaron a él avanzando en la formación en la que marchaban.

— ¿Si General? —

— Tus hombres nunca regresaron, ¿Qué pasó? ¿Le informaron a mi esposa? ¿Lograron ver a los cachorros? — Preguntó con su mirada sería, pero con su corazón latente y desbordante de ansias por conocer a sus cachorros.

— Me temo que soy el portador de malas noticias mi General. — Lucius lo volteo a ver fijamente, no quería malas noticias ahora.

— ¿Ella está bien? — Él sabía de la destreza de sus hombres, sabía que darían su vida por protegerla, y sabía que estaba bien, su conexión lo decía, podía invocar a los dioses y sentir el corazón latente de su Omega feliz. — ¿Lo está? —

— No lo sabemos con seguridad. —

— Infórmenle lo que pasó. — Intervino Khalid.

— Los hombres del Rey estaban custodiando su palacio. — Decía uno sin atreverse a ver al General a los ojos.

— Hablamos con sus hombres y dijeron que la esposa del General Lucius había escapado. — Su ceño se frunció de inmediato e ignoró por completo el hecho de que pronto estarían en el palacio Real, frente al Rey que pensaba retar a un duelo.

— ¿Cómo? —

— Sólo eso dijeron. — Él de verdad que no entendía lo que sucedía, pero lo iba a saber pronto.

— Hermano, los dioses han iluminado tu camino. — La voz del Rey Ishap lo sacó de su ensoñación.

— Ojalá pudiéramos decir que lo mismo a tu Reino. — Ishap frunció el ceño cuando su primo Lucius no se acercó a abrazarlo como de costumbre, y simplemente se bajó con su brazo vendado.

— ¿Ese brazo tuyo ha robado tu buen espíritu? — Lucius volteo a ver a sus hombres.

— Dale el banquete que merecen tus ejércitos. — Dijo viéndolo seriamente, sus ojos estaban por arrojar fuego y de alguna manera Ishap intuía su mal humor.

— ¿Tus hombres ya te dieron la noticia? — Preguntó con una sonrisa en el rostro su primo.

— ¿Qué noticia? —

— La mujerzuela que tenías por esposa escapó con uno de tus hombres. ¿Cuál era su nombre? Lateef creo que se hacía llamar. — Lucius se quedó evaluando la información recibida, volteo a ver a Khalid. Y todos sus hombres y soldados sabían que Lateef era hombre muerto, había robado el más valioso tesoro del General Lucius, e incluso los dioses iban a demandárselo.

— ¿Esa información recibiste? — Le preguntó a uno de los hombres de Khalid, quien asintió.

— Quiero que la busquen ahora. — Mencionó y sus hombres asintieron.

— Los dioses no te sonríen como siempre. — Ishap disfrutaba en ese momento de ver molesto a su primo.

— ¿Qué va a saber de las sonrisas de los dioses alguien quién nunca ha visto una? — Habló Lucius con mucha ira invadiendo sus venas y sistema. — Ellos nunca le han sonreído a tu Reino. Te veré en el banquete y luego en la corte. — Decía saltándose el protocolo por su mera rabia, iba a matar a su primo.

El camino a su palacio se hizo corto. Los hombres del Rey temieron del General Lucius de inmediato y de manera escurridizo dejaron de custodiar el palacio. Sus servidores tenían la cabeza gacha, su mujer no estaba ahí.

— ¿Y mi esposa? — Le preguntó a una de sus servidoras, quien tenía lágrimas en los ojos. No podía hablar del miedo y terror que se olfateaba en el aire, el aroma del General era putrefacto, olía a terror y muerte. Siguió su olfato llegando a entrar a su palacio buscando el delicioso aroma de su Omega.

No podía percibirlo bien, apenas quedaban unasmotas de aroma en la cama, y olor a cariño que había extrañado, sus aromasjuntos habían florecido, estaba seguro que sus cachorros habían nacido sanos,podía sentirlo.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now