57. Un corazón triste.

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La Reina tuvo que cuidar que la cena de bienvenida para su Rey, sus soldados fuera tan grande como la gracia y bendiciones derramadas a ellos al mantenerlos a salvo durante su camino y trayecto.

La cena fue ostentosa, la Reina se aseguró que los soldados que estaban en el castillo y sus generales comieran bien, y se entretuvieran con servidores, hombre y mujeres bailando, el incienso con aroma a frutas y canela rondaba el aire, así como las risas y felicidad de los que comían bajo el palacio.

El Rey comía su cena viendo de lejos y a los ojos a los invitados de la Reina los recordaba más humildes, pero el aroma que el padre de Nephthys liberaba sin querer era a sucia indiferencia. A pesar de que el Rey hubiera hecho su reverencia con sinceridad y respeto cuando entró al salón, el padre de Nephthys simplemente lo hizo por compromiso.

Aún sentía que habían robado su flor y la habían llevado lejos, y aunque sus bendiciones luego de que Nephthys abandonará la posada habían crecido, aquello no representaba nada para él, porque sólo sabía que la habían tomado como diversión para el General, y aunque su sorpresa fue grande al saber que la hermosa Reina de la nación que tenía la gracia de los dioses era su hija aquello no apaciguaba su rencoroso corazón.

— ¿Es de su agrado la cena? —

— ¿Lo es para usted gran Rey? —

— Para mí lo es. — No lo negó. Se sentía, extraño en incómodo el que el beta lo mirada de una manera extrañamente desafiante, como si él hubiera cometido un gran pecado.

Las grandes puertas se abrieron dejando ver la armoniosa y dulce presencia de la Reina. Ella sonrió a sus padres y su marido, realmente feliz por tenerlos en el mismo lugar. Fue a besar en las mejillas a sus padres, y luego caminó a su lugar junto al Rey, sus túnicas cómodas de seda no eran muy ostentosas, pero lo suficientemente preciosas como para tener la atención de todos sobre ella.

— Lamento la tardanza, los cachorros han estado jugando mucho. — Confesó, y se sentó en la silla ostentosa luego de que su Rey se levantará para recibirla.

— Ha de ser difícil llevar la corona en tu estado. — Comentó su padre. — No me imagino, peor aún con la ausencia de un Alpha. — Nephthys tragó fuerte avergonzada, por el desplante que su padre le estaba haciendo no a un Alpha cualquiera en su mesa y palacio, sino al Rey.

— Los dioses me iluminan con su sabiduría en las mañanas, y he hallado la gracia a los ojos de los servidores, ellos me ayudan con su buen gesto. —

— ¿Hay algo que te esté molestando para que lo mencioné tu padre, mi Reina? — Ella negó de inmediato.

— Para nada Mi gran Rey. — Murmuró negando. — Mi padre sólo se refiere a mis débiles sentimientos. Porque me temó que no he dejado de extrañarte. — Admitió con verdadera sinceridad.

— Ni yo he de negar que he extrañado tu presencia en mi larga travesía... — Besó tiernamente su mano, incitándola a cenar. — Hablando de travesías, ¿Cómo estuvo su viaje? —

— Asombroso Majestad, la Reina envió por nosotros y nuestra comodidad, hemos de ser testigos de su grandeza. — Habló por primera vez la beta, madre de su esposa.

— Grandeza de nuestra gente y tierra. — Asintió el Rey a su suegra, al menos veía aprobación a sus ojos.

— No veo donde sea grandeza suya, las personas buscan salir adelante por sí solas. — Decía el padre de Nephthys, quien recibió una reprimenda con la mirada de su esposa.

— Por ello mismo, yo sólo busco que su esfuerzo no se vea opacado por el mío. —

— ¿Esfuerzo suyo? Algo me dice que un Rey no se esfuerza por lo suyo. —

— Le sorprendería saber que he tenido que sacrificar cosas valiosas para estar donde estoy. —

Y es que sino no sería amado por su pueblo o sus ejércitos ni respetado, porque para estar donde estaba había tenido que luchar por ello, había librado las batallas necesarias para cuidar de su gente, y había sido testigo de tantos compañeros de batalla perdidos en el combate que para honrar sus vidas había asumido la responsabilidad de las vidas que nadie quería asumir, pero que él lo hizo, y dando todo de sí.

— Seguramente eso incluye a mi pobre hija Omega de la cual sus hombres la trajeron como si fuera un simple... —

— Era la voluntad de los dioses. — Le interrumpió Lucius.

— Era el capricho de un simple hombre que estoy muy seguro no la merecía. — Los servidores en el lugar tuvieron que apartar la mirada, porque sabían que si hablaba demasiado no importaba si era padre de su Reina, iba a pagar según la Ley los insultos.

— ¿Capricho es traer a la mujer que amo a donde pertenece para ofrecerle cuanto merece y desea a mi lado? —

— Capricho es llevarla con manipulación y falsas excusas. — El Rey Lucius tensó su mandíbula. ¿Acababa de llamarlo manipulador frente a sus servidores y su mujer?

— Bueno, es mi esposa ahora, y si de algo me arrepiento es de no haberla traído antes, no haberla conocido antes, y no haberla marcado antes. ¿He sido claro? —

— No se confunda Majestad, no me he manifestado contra su matrimonio sino la manera tan brusca en la que se dió, desde pequeña a mi hija le enseñé a seguir las leyes y a los dioses, he sido bendecido con verla crecer. —

— Estoy seguro de ello... —

— Pero no sé si sus padres le dieron esa educación debido a que según su accionar estoy seguro que no, porque si no habría esperado los días necesarios, no la habría casi raptado como lo hizo, ni habría ido contra ellos. Que deshonra para sus padres. —

Nephthys no pudo evitar ver a su padre herida, su mirada triste lo dijo todo, ella misma sintió aquella punzada que inundó el corazón de su Alpha con tristeza. Y se sentía doler en agonía por ello.

— Lamento no ser un hijo merecedor de su grandiosa hija, estoy seguro que ni juntando mis vidas pasadas tendría el valor suficiente como para ser merecedor de su cariño. Y sin embargo no quiero ser descortés con ustedes, pero también me disculpo por no haber crecido con padres amorosos como ustedes que me educarán adecuadamente. Con sus permisos me retiró. —

No pudo evitar sentir molestia, él no era un Alpha perfecto, podría ser un hombre honrado y muy correcto, pero aquello no le quitaba sus sentimientos.

¿Era culpable por ser egoísta y querer tener a su Omega sin paciencia? Claro que lo era, y no era un pecado, al menos para él no lo era, los dioses habían sido lo suficientemente generosos para permitirle tomarla y hacerla suya.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now