33. Los dioses los acompañarán.

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La Omega tenía una pequeña sonrisa de amabilidad en su rostro, pero la verdad era que su corazón estaba destrozándose al ver como su Alpha estaba enfundado en su armadura táctica de guerra, aquella que no sólo lo hacía ver imponente, sino que había sido testigo de tantas muertes perdiendo la cuenta.

Lucius entendía la necesidad de su Omega por verse valiente. Pero sentía en su conexión su verdadera tristeza. Más entendía ahora que despedían a su ejército que la sonrisa de su hermosa esposa reconfortaba a los soldados.

— Vayan y regresen a salvo. — Se despidió la Omega de los soldados que alcanzaron a escuchar por sus sentidos desarrollados. — Rezaré a los dioses por su camino y regreso. Los dioses los acompañarán. —

Los soldados se sentían más seguros así, la razón era porque sabían que los dioses escucharían a la mujer del general. Hicieron una reverencia antes de partir, y el General Lucius depósito un último beso en sus labios suaves, se arrodilló en su lugar para despedirse de ese precioso vientre abultado que resguardaba a sus cachorros.

— Te pensaré todos los días y noches. Y prometo que regresaré por ti y nuestros cachorros. — Ella asintió con una sonrisa más cálida.

Entendía que no podría cambiar muchas cosas, ella no era mucho, y en las manos de su esposo estaban muchas vidas, desde las de sus hombres, soldados, así como la seguridad del resto de la nación, sabía que partiría, pero ella esperaría con ansias su regreso.

Lucius le dio un último vistazo a su hermosa esposa, y luego a la persona que quedaría a cargo de su palacio, y de la seguridad de su esposa, Lateef había sido ascendido a Jefe, era el Alpha líder a cargo, no sólo de todo lo que tuviera que ver con el General si no de su más valioso tesoro, la seguridad de la esposa del General y sus pronto venideros cachorros.

Lateef sabía la enorme responsabilidad que recaía en sus hombros. Pero también confiaba en los hombres del General y el favor de los dioses para con él.

La partida del ejército no sólo fue acompañada de ánimo, sino también de tristeza por la partida de los seres queridos. Todos sabían el riesgo que corrían, pero el orgullo de mantener a su nación a salvo era los que los mantenía con la frente en alto.

Ante la partida del ejército, alguien sonreía ampliamente en su trono. Sintiéndose dichoso por saber que su primo no estaría en la ciudad por mucho tiempo, sabía que podría aprovechar ese tiempo, pero debía ser paciente si no quería que regresara tan pronto. Así que paciencia guardaría. En su lugar disfrutaba de los exóticos bailes de las Omegas que componían su Harem, lleno de hermosas mujeres, como elegantes.

— ¿Ya te decidiste? — Le preguntaba Tot, a su hijo.

— No realmente. — Negaba del todo. No había encontrado una mujer lo suficientemente hermosa, una que sólo serviría como un trofeo del cual presumir, porque no pensaba compartir el privilegio de gobernar.

Si bien podría romper las reglas como su primo casándose con una Omega, Ishap no le veía el beneficio a tener una por esposa, las Omega eran más que buenas en los aposentos, pero no iban a aspirar mucho más que eso, tenían un cerebro que no serviría para ser la esposa de un Alpha como él.

— ¿Y si establece una alianza con el reino de las montañas? —

— ¿Ese pequeño reino seco y rocoso? Demasiado poco como para que valga la pena una vida triste de casados. — Se negó Ishap.

— Si no te apresuras los dioses podrían quitarte el poco que te han dado. —

— ¿Y qué me han dado realmente? — Encaró Ishap muy molesto. — ¿Un pueblo caprichoso que no se conforma con lo que les doy? ¿Mujeres que no sirven para nada? ¿O una reputación muy irrespetada en mi propio trono? — Tot sabía que su hijo estaba perdido, las cosas no funcionaban así.

— No reniegues de las migajas que los dioses te han dado, agradece con sinceridad. Porque el trono lo tienes porque tú lo pediste, no porque sea tuyo o lo merezcas. Y Lo sabes bien hijo. — Habló Tot. Sabía que su caprichoso hijo sólo había tentado la ira de los dioses, y pronto está explotaría en el Reino.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now