40. Te he fallado.

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La Omega entre sollozos apenas podía lavarse, no entendía lo que sucedía o porque las doncellas la trataban de manera tan fría, ella observaba como intentaban hacerles daño a sus cachorros también, y no le agradaba por obvias razones. Siguió con su labor terminando de lavarse, logró secarse con unas sábanas y también apuró a secar a sus cachorros con calma. Apuró su cometido terminando de ocupar aquella mísera cubeta de agua.

— La princesa Menwi solicita verla. — A la Omega no le gustaba su mirada, ni nada que tuviera que ver con la beta de la familia Real, su mirada furiosa a sus cachorros le quitaba el sueño.

— ¿Para qué desea mi presencia? — La doncella de Menwi hizo una mueca.

— No lo sé, su Alteza sólo desea que lleve a los cachorros con ella. — De inmediato Nephthys negó.

— Aún no se acostumbran al olor de extraños. —

Se apuró a caminar a la alcoba que le habían dado por habitación seguida siempre de las ridículas escoltas que no le dejaban dar un paso en el lugar sola, como si tuvieran miedo de que ella les hiciera daño a sus propios hijos. Colocó a sus cachorros con cuidado en sus aposentos que simulaban un nido, porque no se sentía como uno.

— No jueguen así. — Negó cuando vio que uno de sus cachorros reía lanzándose sobre el otro. — Van a lastimarse. — Les sonreía con ternura, esos dos cachorros eran todo lo que tenía ahora, ni siquiera podía contactarse con su familia.

Observó cómo sus cachorros buscaban la luz y es que la alcoba era terriblemente oscura, decidió salir otra vez como normalmente hacía en la semana evaluando alguna manera para salir, porque no iba a quedarse, regresaría con sus padres y sus cachorros porque su Alpha no estaba cumpliendo sus promesas.

Cubrió su rostro como de costumbre, y salió a uno de los jardines menos custodiado, era uno de los jardines trasero. Los inútiles guardias estaban aburridos de seguir a la Omega que le había dado dos hijos al Rey, así que dejaron a la Omega escabullirse por ahí.

— ¿Les gusta? — Preguntaba emocionada besando sus coronillas, y sus sonrisas decían todo, parecían emocionados con ver la luz del sol y tomar aire fresco. Ella río cuando escuchó por primera vez un aullido muy claro de uno de sus cachorros y carcajeó, realmente contenta.

— Ya sabemos que eres el mayor cariño, protégeme cuando yo ya no pueda hacerlo por ti. — Decía ella llenándolo de besos, y su otro cachorro sonreía esperando con una sonrisa muy quieto su lluvia de besos también. — ¿Tú también quieres? —

Él asintió como si entendiera y comenzó a lanzarle muchos besos en el aire a su madre y la Omega río comiéndose a besos a su hijo menor, y luego sentándose en el césped bajo un árbol palmeado con mucha sombra. Para poder besarlos a gusto, mimarlos y que sus brazos no dolieran por el esfuerzo.

Sus cachorros comenzaron a gatear en el lugar y ella sólo se aseguraba de que no se lastimaran, intentaba con todas sus fuerzas contener su aroma, pero dejó escapar sus feromonas al sentirse feliz y a gusto, al menos superficialmente.

Cuando el Rey Lucius iba entrando a su nuevo palacio, alcanzó a percibir ese delicioso aroma en el aire, más bien todos los guardias y colegas que venían con él no podían evitar notar ese delicioso aroma que sólo los Alphas de agudo sentido podían llegar a percibir, ese que olía a paraíso en medio del desierto, y a días lluviosos en las sequías, era inconfundible, era el delicioso aroma de la Omega que los atraía, estaban seguros que los dioses los estaban bendiciendo con sólo dejarlos verla a la lejanía

Y Lucius fue el que detectó ese delicioso aroma lechoso lleno de vida, arándanos y las moras más dulces en el paraíso, el celo iba a azotarla otra vez aunque ella tuviera esas especias que lo impedían en su sistema.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now