7. Mi regalo.

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Al llegar al palacio los servidores recibieron con alegría al ejército del general, quién avanzaba con rapidez entre los soldados. Al conocer la noticia la princesa Menwi fue la primera en pedir arreglarse para ir a su encuentro.

— ¿Vienes a recibirlo? — El Rey le preguntaba a su hermana menor que venía bajando las escaleras con ánimo siendo seguida de todas sus doncellas.

— Como es de suponer hermano. — Asintió la princesa de inmediato sin poder ocultar su sonrisa de su rostro. Cuando el General Lucius descendió de su corcel negro, podían notar su rostro serio, aunque su mente no podía escapar de un lugar, una persona y una sonrisa.

— ¡Bienvenido! — Como era de suponer la tradición el Rey fue el que saludo a su primo primero. — Los dioses te han sonreído hermano. Y el sol ha guiado tu camino. — Decía Ishap recibiendo con un abrazo a su primo.

— Ha sido la grandeza de tus hombres la que me ha traído de vuelta a casa. — Decía Lucius.

— El sol te ha sentado bien, y tú honor se ve resplandeciendo en los rostros de tus soldados. — Decía la princesa Menwi viendo con anhelo al General. Este simplemente asintió con firmeza.

— Vienes mucho antes de lo esperado, pero aun así estamos ansiosos por tú día. — Decía el Rey Ishap.

— Perdona mis ansias, pero quería arreglar unos asuntos. — Ishap no pudo evitar sorprenderse, los asuntos del general solo tenían que ver con la seguridad de la nación y la guerra a la que él iba hacía el frente.

— Hablemos luego de la cena de bienvenida. — Decía el Rey Ishap, y este tenía razón.

Esa tarde los soldados dejaron sus armaduras y antes de ir a sus hogares esperaron el banquete que ofrecía el Rey a sus soldados. La luz de la noche alumbraba sus rostros, así como las antorchas que alumbraban el banquete y los enormes jardines del palacio del Rey en el que se encontraban.

— ¿Has pensado en el deseo que pedirás a los dioses en tu cumpleaños? — Le preguntaba la princesa Menwi al General Lucius mientras supervisaba que sus doncellas le servían de manera adecuada su cena.

— Realmente no. — Admitió con sinceridad, sus deseos siempre rondaban alrededor de un buen año para la nación, pero fuera de eso no sabía cómo formular algo que él realmente deseara.

— Yo solo estoy ansiosa. — Admitía la princesa por fin sentándose a comer con su hermano y su primo.

— Pues no comas ansias. — Habló su hermano. — Puede ser que los dioses no aprueben tus planes. — El General Lucius frunció el ceño.

— ¿Piensas tomar decisiones importantes princesa? — Pregunto su primo y ella se sonrojo de inmediato.

— Así es... — Dijo de manera sencilla.

— Sino es mucha intromisión, ¿Podría saber de que se trata? — Naturalmente el Alpha sólo estaba preocupado por su familiar.

— Piensa en desposar a alguien. — El General asintió sabiendo que ya era hora de que su prima desposara a alguien, sólo esperaba muy sencillamente que encontrará a alguien merecedor de su compañía y cariño

— Esperemos que los dioses te bendigan. — Dijo muy simple Lucius. Ishap quería reírse de su hermana en ese momento, porque definitivamente la princesa a pesar de su hermoso parecer no tenía el mínimo interés del Alpha sangre pura en ella.

Cuando el banquete terminó y la mayoría de soldados habían vuelto a casa. Aun cuando se quedaron los de la guardia real. El Rey Ishap vio conveniente charlar con su primo acerca de su extraña preocupación, acerca de porque había regresado casi corriendo al palacio, ni siquiera sus familiares habían regresado.

— ¿Puedo quedarme? — Preguntó la princesa Menwi de manera educada. Más su hermano negó de inmediato.

— Son asuntos que no tienen que ver contigo. — Casi regaño su hermano.

Ella simplemente agachó la cabeza y tuvo que retirarse, pero aun así hizo señas a su doncella más cercana para que escuchará por ella. Esperaba fervientemente que pidiera su mano a su hermano mayor.

— ¿Qué era eso tan importante que querías consultar conmigo? — Le preguntaba el Rey al General.

— Tu Harem. — El Rey se extrañó que su primo preguntará por sus concubinas.

— ¿Quieres que mis mujeres te acompañen durante la noche? — Preguntó Ishap aún confundido, el General ni siquiera tenía su propio Harem, nadie sabía porque él simplemente prefería su soledad y la guerra.

— Solo quiero saber algo. — Ishap asintió. — ¿Ellas solo son omegas, verdad? — Al General Lucius ni siquiera le importaban, pero hasta hace poco no había descubierto un par de cosas que ahora sabía.

— Las más hermosas de toda la región, el Harem de nuestro tío ni siquiera se le compara. — El General asintió, era bien sabido que las omegas solo podían ostentar a eso, damas de compañía. — ¿Porque? ¿Quieres tomar alguna de mi Harem y hacerla tuya? — El General volvió a negar.

— No es cuestión de eso. — Negó casi de inmediato. — Quiero traer a alguien. —

— ¿La primera de tu harem? — Preguntó Ishap, pero para Lucius una Omega como la que quería llevar con él no merecía ser solo una dama de compañía.

— El titulo le quedaría corto. — Admitió él, y el Rey rió casi a pulmón. No habían mujeres más hermosas que en su Harem, no habían mejores compañías. Porque él siempre tenía a las más hermosas y llenas de gracia. Él mismo la había escogido desde que cumplió su mayoría de edad coleccionándolas como lo que para él eran, simples trofeos que exhibir cuando se le apetecía.

— Creo que el sol te ha afectado. Sabes que las mejores mujeres están esperando por mí. — Se levantó, sin ganas de seguir en la compañía de su primo, al que muy internamente tenía envidia. Porque ni a pesar de ser el Rey tenía el cariño y respeto de las personas.

— Quiero mis palacios. — Ante aquella mención Ishap frunció el ceño, los palacios del General Lucius estaban siendo usurpados por las amistades del Rey.

— ¿Por qué? —

— Creo que es hora de que yo también disfrute de mis aposentos privados. — Reía el General Lucius ante la incredulidad ingenua e ignorante del Rey. — Así mismo no será necesario que cada vez que regrese tenga que dormir en tu palacio. —

— Sabes que no es ninguna molestia hospedarte en mi morada. —

— Quiero ofrecer mi propia hospitalidad. — Decía el General también levantándose antes de ir a la recamará en la que pensaba residir hasta que se llegará su cumpleaños.

— ¿A quién? —

— Mi regalo, el regalo que los dioses me obsequiaron. — Decía Lucius tan ansioso porque los días pasarán con rapidez. Para así volver a sentir su delicioso aroma, para ostentar con honor aquella preciosa joya y Rosa del desierto, aquella que olía a paraíso en el desierto.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now