12. Aroma a hogar.

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La recámara tenía el aroma del General Lucius en todo su esplendor, si bien no estaba tan impregnado en cada rincón del lugar, las sábanas en la cama y las cortinas olían a ese paraíso, su interior vibró sin saber porque, pero su Omega le gritaba que había encontrado su lugar.

Los aposentos estaban sumamente resguardados bajo telas finas y almohadones enormes. Cada poro de su piel se erizo al sentir su aroma rodeándola cuando se acercó a la mullida cama adornada con colores exóticos y el delicioso aroma del General, quería decirle a la beta que no dormiría allí, que ella no era su mujer, que estaban equivocados, pero su Omega la convenció de inmediato, si no estaría en brazos del General Lucius nunca al menos quería bañarse en su aroma tóxico, uno que la paralizaba y la hacía actuar fuera de sí.

— Gracias. — Dijo en voz baja haciendo una pequeña reverencia e imitando a la servidora que la dejaba con una sonrisa en el rostro en el lugar, sabía que el General estaría contento.

Nephthys tuvo que escabullirse a la recámara de Kyla y pedirle de las especias especiales que hacían calmar a su Omega interior. Porque aunque no le gustará su Omega adelantaba su celo cada vez que sentía las notas del General Lucius o cuando recordaba su aroma, por eso sabía que no podía quedarse mucho tiempo. Le preguntaría al General la razón de su travesía y luego regresaría a casa, pero la cuestión era que Nephthys aún no sabía los planes de los dioses.

Se resguardo en ese aroma a seguridad, a cielo e infiernos juntos y decidió quedarse a contemplar ese aroma atrayente que podría hacerla pecar. Se quitó las incómodas prendas que estorbaban y bajo su propia ingenuidad se quedó dormida entre sábanas de seda y Lino fino.

...

El General Lucius regresaba de su campamento de entrenamiento con sus hombres. Cuando llegó a la ciudad a la noche su destino sería su palacio, aunque extrañamente no se sentía como lo que era llamado un hogar, pero tenía la esperanza de que el aroma de la Omega que venía en camino podría inundar con su delicioso aroma la estancia.

Se extrañó cuando el Rey Ishap le invito la cena con uno de sus guardias reales que traían su recado. Al subir las grandes escaleras al palacio Real, la princesa Menwi esperaba en la entrada con una extraña sonrisa en el rostro.

— Esperaba con ansias su llegada. — Decía haciéndole una reverencia al General Lucius, este imitó su acción y decidió seguirla hasta el gran comedor donde por alguna razón que no sabía había un banquete servido, y unas mujeres bailaban antes de que la comida diera inicio. Guiaron a Lucius hasta el extremo al lado del Rey.

— ¿Y este inesperado banquete? — Preguntó Lucius a Ishap, este sonrió tan valeroso como nunca y con un chasquido de sus dedos hizo que la música que inundaba el lugar parara, y que las mujeres dejarán de bailar.

— Simplemente quise ofrecerlo por tus mujeres. — Lucius de inmediato frunció el ceño.

— ¿Qué mujeres? —

— Las que traía Khalid para tu nuevo Harem. — Respondió el Rey y hasta entonces descubrieron los rostros de las betas frente a él esperando que el rostro de Lucius se desencajara.

Por un momento la adrenalina y la ira sí que parecía querer cegar su raciocinio, porque durante toda su vida estuvo dispuesto a cederle las espadas, las mujeres, las capas, carruajes y caballos a su primo mayor, incluso le cedió el trono, porque no tenía su interés, ahora había encontrado algo que no iba a ceder, así suplicará cualquiera o se encaprichara. Lucius comenzó a reír mientras tomó los utensilios para iniciar su cena cuando observó a las mujeres betas que eran tan corrientes y no podían compararse a esos ojos Marrón-Durazno.

— ¿De qué te ríes Lucius? — Preguntó Ishap. Epi estaba expectante a su sobrino, pensó que quizás como siempre le cedería las mujeres a Ishap como siempre le cedía todo.

— Esa no es ninguna de mis mujeres. — Negó de inmediato.

— Khalid las traía en su carruaje. Entonces te ha fallado. — Quiso burlarse de la amistad de su primo con su mano derecha.

— Si me ha fallado haré rodar su cabeza. — Dijo con sencillez Lucius y escupió en los pies del Rey Ishap quien lo vio casi con irá. — La comida está mal hecha deberías tu vigilar que tu servidumbre no te fallé a ti. — Dijo antes de levantarse, sus tíos casi ríen en su lugar e incluso los padres de Ishap.

Nunca habían entendido el porqué de la envidia con Lucius, si Ishap tenía todo y más de lo que Lucius alguna vez tuvo. El cariño de sus padres incluso, cuando un pequeño Lucius apenas era cuidado por los padres de sus servidores nadie lo iba a arrullar entre sábanas de seda, Lucius tenía que dormirse, mientras a Ishap le permitían jugar hasta las horas que quisiera a Lucius lo hacían entrenar hasta el cansancio.

La Luna resplandecía con fuerza en lo alto y antes de ir a su propio palacio se detuvo a hacer una plegaria a los dioses, no sabía que había pasado, pero Lucius quería demostrarle a los dioses de que si era merecedor de su regalo que haría lo que fuera necesario para demostrarlo, para que la trajera con él, porque sabía que había nacido para pertenecerle, para permitirle adorarle, para ser sólo suya.

Cuando entró al palacio su semblante lo decía todo a pesar de ser de noche quería hablar con Khalid de inmediato y si no estaba en su palacio iría a buscarlo a su hogar de ser necesario. Los guardia hicieron una reverencia y algunos servidores se despertaron de inmediato ante el ruido.

— ¿Dónde está Khalid? — Preguntó a una de sus servidoras quien se asustó de inmediato al escuchar su voz ronca y oler esas feromonas molestas en el aire. El General Lucius siempre tenía control hasta de su lobo, pero esta vez no podía evitar sentirse molesto, iba a encontrar a esa Omega así tuviera que revisar cada grano de arena del desierto.

— Está en una de las recámaras de huéspedes. — Dijo con voz baja una de sus servidoras.

— Manda a llamarlo. —

— Si es por la mujer de su harem ella llegó temprano, está en su recámara señor. — Soltó bajo la beta intimidada por las feromonas del General Lucius.

Este tuvo que pestañear un par de veces y volteo su vista al cielo, las respuestas de los dioses eran rápidas para él. Le dio gracias a la Luna y las estrellas.

— Entonces no lo llamen. Y tampoco me interrumpan. — Pidió.

Camino a paso rápido a su habitación sus dedos cosquillaban y su olfato alcanzó antes de abrir la puerta a oler esas gloriosas motas de luz en la oscuridad. Abrió una de las puertas de su recámara tan lentamente que se sentía deshonrado por su impaciencia.

Lo supo cuando observó sus lindos ojos cerrados y sus pestañas rizadas, contrastando con sus mejillas rosas abultadas, se maldijo por no ser tan correcto como debería, por desear tocar su cabello y su piel sentirla junto a la suya.

El aroma de la Omega lo venía seduciendo a cada paso que daba, y se sentía cayendo en un abismo al que sabía que no podría volver a salir. Sabía de las decisiones de los dioses y ahora estaba dispuesto a asumir las responsabilidades, asumir las obligaciones y asumir que ahora quería que el aroma a hogar inundara sus mañanas, quería ese aroma a paraíso mezclado con el suyo.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now