43. El mar infinito de Jade.

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La fiesta y el banquete dio inicio luego de que el Rey Lucius agasajará a los invitados de honor, Lateef uno de los hombres de confianza de Lucius y el primero en ganarse un reconocimiento del nuevo Rey así como su mujer Kyla la doncella oficial de la mujer y única esposa del Rey Lucius.

Los servidores de su antiguo palacio estaban por ser acomodados para servirle ahora siendo Rey luego de que disfrutarán del banquete que era dedicado a ellos por su esfuerzo de cuidar de su palacio y lo más importante su familia.

— Espero los dioses iluminen el cielo en la noche, así como sé que los guiarán e iluminarán todos sus caminos por sus arduas tareas. —

Reverenció gratamente el Rey antes de dejarlos en la mesa de honor, y buscar en el salón llenos de personas su trono mientras esperaba que su esposa hiciera acto de presencia como había prometido. Estaba ansioso, y aunque la Omega tenía como siempre su escolta, no se fiaba del todo, al menos no hasta que cortará el problema de raíz dentro de pocos días, porque como un Rey sabio debía encontrar el momento adecuado para castigar.

Aburrido se sentía, la música no hacía mucho sino adormecer un poco sus sentidos de Alpha, sin embargo las mujeres aprovecharon la ausencia de la princesa Menwi su supuesta prometida y las bailarinas así como algunas invitadas de la Realeza se acercaron al Rey, sintiéndose bendecidas por si quiera tener una de sus miradas.

La princesa Menwi entró al salón airado, muy molesto cuando observó cómo es que unos simples servidores disfrutaban del extenso banquete, así como que sus propios servidores o los del antiguo Rey Ishap ya no estaban ahí.

— ¿Puedo hablarte en privado mi Rey? — Preguntó Menwi a un Lucius que ni siquiera prestaba mucha atención a lo que decían las mujeres jóvenes a su alrededor, así como de unos cuantos de sus soldados.

— ¿Porque tu espíritu parece tan turbado? — Ella casi pierde la compostura.

— ¿Qué hace el hombre que huyó con tu antigua mujer sentado en la mesa de honor? — Lucius suspiró.

— ¿Es esa la forma correcta de dirigirse a un Rey? — Lucius tomó una copa de vino dulce.

— ¿Tu castigas de la forma correcta a los pecadores e injustos? —

— Los dioses susurran que ellos mismos se encargarán de los pecadores, más sin embargo y si te lo preguntas sí, yo si castigo y castigaré a los injustos y a los justos haré honor y aprecio. — Asintió Lucius.

— Creí que Lateef era un hombre inicuo. —

— ¿Qué te sorprende? ¿Qué el despótico de tu hermano me haya dado mal la información adrede y también haya querido matar a mi mujer? — Menwi tragó fuerte, asustada por lo que iba a hacerle a ella, a su hermano, y ahora que era Rey incluso a su familia.

— ¿Q-Qué? —

— Como lo oyes, he de darte a ti el honor de la espera, por ahora disfrutaré de la reunión, los juzgaré como es debido, y según nuestras leyes más adelante. ¿En serio crees que iba a permitir que tocarás a mi mujer sin obtener lo que te mereces a cambio? — La princesa Menwi estaba pálida sus labios y mejillas perdieron color en ese instante.

— Yo no, no he... No hecho nada. — Tartamudeó.

— Es tu palabra contra la de mi Reina, y he de decirte que no dudo de sus palabras, así que estás en clara desventaja. — Exclamó Lucius porque no iba a permitir que su prima se saliera con la suya luego de haber lastimado a su esposa. Ella iba a encapricharse. Y la calló de inmediato con su sola mirada.

— Porque es noche de celebración no castigaré a nadie au... —

La puerta del salón principal se abrió y aunque no todos le prestaron atención en primera instancia, muchas servidoras y las mujeres alrededor del Rey se vieron intimidadas de pronto por el delicioso aroma que desprendía de su piel cremosa, aparentemente humectada con los aceites más finos, sus vestimentas rojas y púrpuras como la representación de los dioses de la fertilidad.

Los invitados al banquete sabían de pronto que efectivamente la esposa del Rey era la reencarnación de la diosa de la fertilidad, sólo eso explicaba su belleza o ese delicioso aroma, incluso el que sus caderas atrajeran miradas indiscretas.

La preciosa Omega vestía ese vestido rojo con telas transparentes púrpuras en los lugares correctos, sus cabellos largos, sus delicadas manos y pies portaban los lujosos regalos que su Alpha le había obsequiado, su mirada tierna y sus labios cerezas eran una perdición para cualquiera que tuviera el honor de apreciarla.

— ¿He interrumpido, Majestad? — Preguntó con su mirada perdida al ver que el Rey casi estaba rodeado de muchas personas.

Sin embargo el Rey Lucius estaba sin habla, hablaría más tarde con la doncella que la había vestido, porque siempre se equivocaban al vestirle como una Omega, como si no fuera la dueña del trono a su lado y de su corazón, decidió ignorar ese hecho por ahora, debido a que no era un acto público, eso y que la mayoría eran soldados y servidores que esperaba no se atrevieran si quiera a posar sus ojos pecadores en su esposa.

— Claro que no. — Negó el Rey de inmediato con una mirada indicándole a las personas que lo rodeaban que se esparcieran en la fiesta. La Omega se sintió un poco más segura cuando el Rey tomó su mano y la haló contra su cuerpo a punto de disfrutar de su cercanía.

— ¿Qué hace ella aquí? —

Nephthys tragó fuerte sin atreverse aún a encarar si quiera a una princesa, a alguien de la realeza porque Nephthys tenía respeto por ellos aunque empezaba a dudar del favor de los dioses con la princesa.

— Es mi esposa. — Habló obvio el Rey. — Ahora si nos permites privacidad Menwi... — Habló el Rey queriendo deshacerse de la presencia inútil de la beta, ya llegaría su castigo.

Una servidora se acercó al lugar con un regalo especial que el Rey había mandado a pedir, todos en el salón casi suspiraron cuando la pieza fue sacada de su caja, todos esperaron atentos en su lugar, admirando aquella preciosa joya única en su especie hasta la fecha.

— El mar infinito de Jade. — Habló el Rey. — Tan infinito como el amor que nos ha de unir. —

Aquella piedra había sido formada en uno de los cumpleaños del mismo Alpha, quienes como siempre los dioses arrojaban estrellas por su favorecido, satisfechos de su labor y arduo trabajo y conducta. Esa piedra era un signo de contento y gracia, así como de agradecimiento y dicha.

Todos los invitados esperaban que como se había rumoreado entre los salones que la lujosa piedra hubiera sido colocada en el cuello de la hermosa beta, pero su belleza fue eclipsada por la preciosa Omega que en su lugar sus mejillas se pintaron de ese tierno rosa que resaltó con una sonrisa amable y agradecida, recibió el regalo con una reverencia al Rey y también su esposo cuando este la colocó en su precioso cuello de cisne. Eso fue lo que se necesitaba hacer en público para que no hubiera duda alguna que sí, el Rey amaba infinitamente a su esposa y la madre de sus cachorros.

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now