29. Necesidad.

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Las fiestas continuarían toda esa semana, pero Lucius no quería exponer a su esposa a más peligro, suficiente había tenido con esa servidora de Menwi a la cual le cortaron la mano por culpa de la princesa.

Fue entrada la noche y Lucius tomó ventaja del Estado de su Omega.

— Ha sido grandioso poder compartir con ustedes las bendiciones y buenas nuevas de los dioses, pero mi esposa necesita reposo y me temó que debo ir con ella por los cachorros. — Decía Lucius justo antes de presentar sus respetos y despedirse de la familia Real e irse del lugar.

— Parece que tuvieras ventaja de tú posición. Pero que una Omega ¿No puede cuidar de sí misma por sí sola con tus servidoras? ¿Acaso no confías en tu gente para llevarla a casa? — Preguntaba el Rey queriendo hacer enojar a Lucius.

— Mis hombres se han ganado mi confianza y mi respeto, estoy seguro de que siempre hacen bien su trabajo. Pero mi espíritu se verá ansioso sino la llevo a salvo a nuestro palacio. —

— ¿Qué es esto? ¿El Alpha más correcto y confiado de todo el reino no tiene la confianza en si mismo para enviar sola a su mujer a casa? ¿Qué? ¿Piensas que siendo Omega no va a controlarse? Seguramente mi nueva prima lo haga, deberías confiar más en ella Lucius. — Un par de sus primos se rieron. Y Lucius también le sonrió al Rey.

— No es eso Primo. Sucede que cuando por fin logras engendrar vida y esperas por tus herederos lo único que te preocupa es eso... Y Lo sabrías de no ser porque no has logrado que ninguna de tus mujeres quedé en cinta como un buen Alpha haría. — Lucius había tocado una fibra sensible, porque todos sabían lo vigoroso que el Rey era, y las muchas mujeres que dormían con él, pero sin embargo no tenía hijos y a su edad en el trono ya debería tener aunque sea un heredero fuera de quien fuera su madre.

— Esperemos los dioses te bendigan en algún momento como me han bendecido a mí. Sin más que ofrecer nos retiramos. — Decía Lucius despidiéndose del lugar con un poco de molestia, y cuidando que su Omega estuviera bien y cómoda.

Las risas no hicieron falta entre la realeza al ver como Lucius está vez no ignoraba los comentarios hirientes del Rey, y fue de esa manera que pidió ser acompañado por su hermana, pues estaba de muy mal humor.

— Eso fue inútil. — Le decía Ishap a su hermana menor. — El olfato de Lucius está aún más desarrollado, sabes que no podremos hacer mucho con él cerca. — Ahora más que nunca quería matarla.

— ¿Quieres que la aleje de él? —

— Él tampoco es un tonto. — Respondió Ishap, porque realmente veía imposible llegar a su primo que tenía hombres y mujeres custodiando a su esposa todo el tiempo. — Mejor habla al templo, por lo que sabemos a ella le gusta ir seguido, podemos terminar con su vida ahí. — Decía Ishap y algunos de sus hombres tomaban nota al igual que su hermana menor.

(•••)

— ¿Realmente te gustó o sólo quieres volver ir a las fiestas por los dioses? — Le preguntó a su preciosa Omega mientras terminaban de llegar a sus aposentos y se quitaba la armadura con paciencia.

— Los dioses merecen nuestros respetos... — Él sonrió, porque sabía que ella no había estado del todo cómoda entre tantas personas que la juzgaban por su naturaleza Omega.

— Ellos saben del amor que les tienes y estarán bien contigo aunque no hagas más acto de presencia. — Habló Lucius, en el cielo comenzaron a estrellarse fuegos que lanzaban desde el templo para los dioses y su linda Omega los miraba maravillada por el balcón que daba a su habitación, no eran luces de colores ni eran tan bonitas como la lluvia de estrellas que los dioses lanzaron en el cumpleaños de Lucius, pero los humanos ofrecían sus respetos a sus dioses de esa manera.

Mi Paraíso Contigo. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora