24. Soy muy feliz.

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El objetivo de Lucius era poner a salvo a su Omega en el palacio, pero su aroma estaba descontrolándolo porque estaba asustada, realmente muy asustada de que su Alpha se enojará con ella. Su Alpha enterró su nariz en su cuello desde su espalda e iba rogando calmarse con todas sus fuerzas.

— ¿Está enojado? — Preguntó asustada, sin embargo no escuchó respuesta inmediata.

— Hablaremos en casa. — Ella agachó su cabeza avergonzada de la molestia que había causado en su Alpha.

— No fue... — Ella dejó de hablar cuando su Alpha la pegó más sobre su dura armadura.

— He dicho. — El camino a caballo hacía el palacio fue tedioso para la Omega porque su Alpha no podía alejarse de su cuerpo, ella no entendía la verdadera preocupación del Alpha del que ella saliera sola, sin sus guardias o escolta.

En cuanto el Alpha entró al palacio muchos casi suspiraron de alivió al verla aparecer entre la luz de la Luna y la noche, porque sabían que el General tal vez no los mataría, pero del escarmiento que tendrían no iban a huir.

— Nadie entra, ni sale del palacio mientras yo no esté aquí. Es una orden. — Casi rugió molesto.

El ademán de bajarse del caballo de la Omega fue la cereza del pastel. Él la hizo bajar con mucho cuidado, y tomó su mano haciéndola caminar al interior del palacio a prisa.

— Vamos a cenar en nuestro lecho. — Les dijo a sus servidoras. — Sobre lo que ha pasado hablaré más tarde o mañana. — Todos notaban su clara ira. Lo notaban por su autocontrol, porque parecía seguir en calma y no revolcarse en la molestia cuando en realidad deseaba matar a unos cuantos por eso.

La Omega apenas podía ver sus pies de lo avergonzada que estaba por el olor a Alpha molesto en el aire, lo que menos había querido era que su Alpha se enojará. Al abrir las puertas a sus alcobas del palacio la Omega no dudo en entrar está vez de inmediato al sentir un aroma neutral y seguro en el mismo.

— Lo lamento tanto Majestad. — De inmediato se disculpó cuando llegó al centro de su recámara. Hizo un ademán de hacerle una reverencia pues como su Omega le había ofendido por completo. — No fue... — Él la detuvo de inmediato y la hizo sentar a la cama. Sus ojos azules estaban más oscuros que siempre mientras la observaban. '

— Es más le prometo que nunca fue mi intención... — Calló de inmediato soltando un jadeo en el proceso cuando su Alpha se arrodilló frente a ella olfateando con insistencia ese precioso vientre. Las puertas se abrieron de par en par con las servidoras trayendo la comida del Alpha y todas se avergonzaron al encontrarlos en esa posición tan íntima.

— Déjenlo en el centro. — Pidió apuntando una mesita, adornada de piedras preciosas en el centro de la habitación, los velos apenas cubrían su lecho y las velas ya estaban encendidas junto a un par de candiles adornados que alumbraban la habitación.

— Si desean algo más. —

Las servidoras hicieron una reverencia y observaron con una sonrisa a la humilde Omega, pues el General Lucius estaba perdidamente enamorado de ella si se arrodillaba sólo ante su presencia, porque fuera de que era sólo una reverencia del Alpha más honrado de la nación era la rendición a su persona.

El Alpha aún seguía molesto con sus servidores por descuidarla, así que simplemente mostró su gratitud no enojándose con ellas. La Omega suspiró volteando a ver a su Alpha, tendría que hacer muchas reverencias para que la perdonara seguramente.

— ¿No sabes en lo que te has metido, verdad? — Le preguntó su Alpha. Ella tragó con dificultad y negó.

— Lo he ofendido. — Fuera de eso lo había preocupado en demasía.

— Quítate la ropa. — Pidió Lucius recuperando la compostura. Ella se quedó sin habla, su Alpha era muy cariñoso con y cuando se trataba de complacerse mutuamente siempre tenía cuidado de no avergonzarla o hacerla sentir incómoda.

— ¿A-Ah? — Ella tragó fuerte otra vez al ver su aura aún molesta. — ¿C-Cómo dijo? — Fingió no haber escuchado.

— Quítate la ropa. — Pidió al verla envuelta en harapos, él se dio media vuelta para quitarse su armadura con rapidez y ella apenas alcanzó a caminar hacía las túnicas de seda y las ropas suaves que utilizaba para dormir.

Bajo la atenta mirada de un Alpha que se había quitado la ropa y terminado sólo con su túnica puesta, la pequeña Omega comenzó a quitarse los harapos muy avergonzada, su Alpha sonrió desde su lugar al sentir su aroma a vergüenza, no porque disfrutará de eso sino que disfrutaba de la vista que su Omega tenía para ofrecer. Ella aún tenía puestas las joyas y regalos que su Alpha le había obsequiado que resaltaban su belleza.

A medida se desprendía de las ropas la Omega quedaba expuesta, su cuerpo curvilíneo con su estrecha cintura, sus caderas anchas que contrastaba con sus piernas rollizas, sus senos pequeños pero perfectamente moldeados adornados de las joyas que su Alpha le obsequió con todo el cariño del mundo. Aún si tuviera mucho más peso sería hermosa, para el General Lucius lo era, más aún si conocía su humilde corazón.

— Yo de verdad lo siento. — Murmuró aun sintiéndose culpable porque había desobedecido una orden de su Alpha. Cuando se puso sus ropas de seda para dormir su Alpha suspiró en su lugar y asiento. Tenía que relajarse un poco si en el proceso no la quería anudar a su manera y lastimarla en el proceso.

— ¿Porque saliste? — Pensó inmediatamente en que era lo que a su Omega le hiciera falta.

— F-Fui egoísta y-y yo quería ir al templo. — Ella apenas podía verlo a los ojos con sus ropas de seda puestas. Las velas que adornaban la habitación porque pronto sería de noche, le mostraban la preciosura de su Omega y sus delicadas facciones le decían que aquello fue sin intenciones de huir.

— ¿Querías huir? —

— ¿Qué? No... — Negó de inmediato pues sabía que su lugar era junto a él y lo seguiría hasta el fin del mundo. — No fue esa mi intención, como lo dije antes en verdad lo siento por hacerlo enojar Alpha. — Decía avergonzada y arrepentida por su comportamiento egoísta, él lo sabía y podía sentirlo a través de la conexión.

— Soy muy feliz aquí. Con usted. — Sus mejillas rosas la delataban, y su Alpha suspiró con un poco de alivió al saberlo, porque la amaba y sólo quería que estuviera cómoda.

— Me alegra escucharlo. — Le apunto su regazo con una sonrisa, para comenzar alimentarse porque ella necesitaba ser fuerte si quería traer al mundo a su heredero.

— Viste al rey, ¿Verdad? — Ella asintió porque lo suponía cuando sintió el aroma a realeza en ese otro Alpha.

— Sí. — Asintió sirviéndole a su Alpha un poco de vino dulce.

— Es mi primo y la mujer que salió del carruaje su hermana menor. — Ella sonrió porque él aun no la había presentado a su familia cosa que tenía que haber pasado mucho antes de que la marcará por lo menos.

— ¿En serio? — Genuinamente creyó que se acercaría a su familia y ella podría dar su devoción y respeto a la realeza. Siguió sirviendo comida para ambos.

— Quieren matarte. — Eso fue como si hubieran vertido un cántaro de agua fría y helada por la noche en todo su cuerpo. Su Alpha detuvo que no derramará la jarra de plata sobre la mesa.

— ¿Y-Yo hice mal? — Preguntó con su rostro lleno de preocupación hasta que su Alpha a su lado la refugió entre sus brazos.

— Nada, tu estas perfectamente bien. — Confesó el Alpha. — Tienen miedo. — Susurro su Alpha sobre su sien.

— ¿De qué? —

— De ti y nuestros cachorros. — Ella estaba por hablar y él la sostuvo entre sus brazos antes de robar su aliento en un par de besos.

— Porque voy a darte el lugar que te mereces por derecho en el trono. Mi hermosa Reina. — Aquello la había dejado sin aliento, sin saber de lo que realmente su Alpha hablaba.

Mi Paraíso Contigo. © Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora