46. Muerte.

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— ¡Muerte! —

Sentenciaba la muchedumbre y el pueblo tras haber juzgado a Ishap, frente a los hombres de la corte en la Arena justo después de la coronación de la Omega como Reina, este se encontraba con cadenas que no solo iban contra su naturaleza Alpha, sino también contra sus arraigados desde niño pensamientos superiores de soberbia. Él no podía estar encadenado, porque su sangre era la de un Rey no la de un Alpha común y corriente que merecía ser juzgado.

— ¡Insolentes! Esa Omega sucia a nublado su juicio. ¿Ha placido ella dormir con todos ustedes para condenarme por un crimen que ni siquiera he cometido? —

Tot y Epi, tenían el corazón en la boca, Ishap acababa de acusar a la ahora Reina, a la portadora de la corona, a la que le había traído al mundo a dos herederos al trono, y a la dueña del corazón del Rey como una simple mujerzuela. Los Alphas y Betas de la corte exclamaron con asombro por su ignorancia, pues había sido explicada todas las artimañas de Ishap. Todos voltearon a ver al Rey Lucius entonces.

— Tu juicio ha sido nublado primo. No has sido condenado por insolencia o calumnias ¿Acaso no ves los que te acusan? —

Los testigos claves que habían sido enviados por el antiguo Rey a asesinar a su esposa estaban frente a él, y dependiendo de su comportamiento serían asesinados también como dictaba la Ley.

— Mienten. — Vociferó ganándose el repudió de la gente que observaba en la Arena. — Tú me has inculpado. — Acusó al Rey, la multitud quedó en silencio. Más el Rey Lucius sólo se levantó de su lugar muy molesto.

— ¿Cuáles son las pruebas con las que me acusas entonces? — Ishap no las tenía, tomó una espada iba a matarlo con su propia mano.

— M-Majestad. — Murmuró su Omega más él le regalo una mirada serena. Bajo a la arena con la mirada de todos, puesta en él, dejó su túnica Real y la corona a cuidado de un soldado, antes de entrar. Él mismo fue quién ordenó que lo soltaran, pero Ishap sabía que por mucho que tuviera sangre Real, no podría contra aquella bestia.

— ¡Defiéndete! — Habló el Rey al ver a su primo rendirse sin ni siquiera intentarlo.

— Estás en ventaja. —

— Tú has estado en ventaja antes, eso no te detuvo. — Recalcó el Rey, recordando cuando su primo se enfrentó a él con una gran ventaja, pues él tenía el brazo roto, y aun así a Ishap no le había importado en lo más mínimo.

— Yo no soy cómo tú. — Negó Ishap, y el Rey se acercó a punto de cortarle el cuello.

— ¡Piedad! — Exigió Tot y Epi, levantándose de su lugar. — Si hemos tenido gracia ante tus ojos, te pedimos piedad por nuestro hijo, no un Rey sino tu pariente, tu primo. — El Rey volteó a ver a aquellos que habían sido como unos padres, no pudo evitarlo como el hombre correcto que era soltó su espada al suelo.

— Agradece que tus padres aún sienten misericordia por ti a pesar de todo el daño que has hecho a la nación. — Le decía Lucius a Ishap al oído por todos los bullicios que se escuchaban de las personas que pedían justicia.

Lucius se retiraba del lugar con la frente en alto, aunque Ishap fue más rápido en su actuar cuando con rapidez tomó la espada apuntando al corazón del Alpha.

— ¡L-Lucius! — Un gritó ahogado se escuchó de parte de la Reina, asustada de que algo le hubiera ocurrido a su Rey cuando vio la sangre caer y consumirse en la arena.

— Tu orgullo te consumió. — Exclamó Lucius viendo como los ojos de su primo perdían vida, luego de que atravesará su propio corazón luego de que Lucius detuviera con su mano la espada de su primo y la regresará hacía donde venía.

Ahí había muerto un antiguo Rey, y aunque no quisieran algunos tendrían que rendirse los honores necesarios de la familia Real.

Los sollozos en el funeral no se hicieron esperar, mucho menos cuando su cuerpo fue incendiado en la hoguera para hacerse cenizas luego de poner las monedas de oro y las vestimentas necesarias. El Rey fue capaz de ver a través de los ojos de Menwi, y por mucho que quisiera matarla, ya le había quitado un hijo a sus tíos, destierro a primera hora de la mañana, no iba a permitir que peligro hubiera cerca de su esposa en su ausencia.

(• • •)

— Entonces. — Hablaba el Rey con sus cachorros. — ¿Cómo van a morder a quién se le acerqué de más a mi Omega? — Los pequeños cachorros mordían la mano de su padre con pequeñas sonrisas en sus rostros, y su Reina sólo reía un poco al ver como sus cachorros jugaban con su padre antes de partir.

— Eso es... — Decía él con orgullo al ver que sus cachorros sí que lastimaban con sus mordidas fuertes, aunque él no sintiera mucho más que cosquillas.

— ¿No piensa que es demasiado? Sus hijos le gruñen a cualquiera que se acerque a mí sino es usted. — Hablaba la Omega tomando con cariño a uno de sus cachorros.

— Sólo sé que desde pequeños son buenos Alphas protegiendo a su madre y me agrada. — Ella alcanzó a sonreír al ver el orgullo de su Alpha al hablar de sus cachorros.

— Después van a morderle Majestad. — Decía la Omega yendo a sujetar a uno de sus cachorros. Porque pronto su Alpha iría al frente junto al ejército que partía al sur.

— No, porque tendrán disciplina. Yo mismo me encargaré de eso. — Habló el Rey parando de jugar con sus hijos, y yendo a abrazar a su esposa con su otro hijo en brazos, depósito un par de besos con ternura en su rostro, y luego otro en sus labios que sabía a amor.

— Que los dioses guíen como siempre su camino, Majestad. —

— Que ellos te vistan con su esplendor como siempre. — Decía el Rey dejando un beso en la frente de su esposa, y luego en sus hijos, sabiendo que dejaba su aroma a cariño con ellos. 

Mi Paraíso Contigo. © Where stories live. Discover now