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En la mira del cazador

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Cuando era niño solía creer ciegamente en el destino, pero con el pasar de los años la idea de que todo estuviera escrito para mi fue pareciéndome cada vez más ilógica y tonta. Actualmente, a mis veinticinco años, creo firmemente que nosotros nos volvimos marionetas, que hacen lo que los de arriba indican, como si estuviésemos predestinados a seguir sus contradictorias normas y obedecer estrictamente las leyes que ellos dictan, podría interpretarse como que ya nacemos con el destino grabado en la frente.

Así se han regido mis días durante toda mi vida. Trabajo, almuerzo, trabajo otra vez y nunca hay más que eso, y así veo también la vida de todas la gente que me cruzo diariamente en mi camino, pero, presiento que no soy la única persona que cree que hay más allá de lo que nos están mostrando, sospecho que hay algo que nos ocultan. Tengo la vaga sensación de que por primera vez descubriré algo, aunque ahora me siento acompañado en la idea de que hay algo escondido en la cotidianeidad y lo oscuro de este mundo, se que voy a encontrar a esas personas que tengan la capacidad de ver las cosas como yo... lo que las demás no lo ven... por eso tengo una razón más que importante por la que seguir adelante con esta idea. Mi hijo, mi esposa y mi madre son las únicas personas a las que actualmente puedo confiarles esto. Sé que entre los cuatro podremos destapar las mentiras que nos han dicho durante años.

Entre mi vida monótona y aburrida, solía utilizar como método de escape a la misma, una distracción que me encantaba, visitar a mi madre, para conversar con ella y para que pudiera ver a su nieto al menos unas horas. Todavía recuerdo las viejas historias que me contaba cuando era pequeño, algunas nunca me cansaré de escucharlas.
Mi madre siempre fue muy liberal, a pesar de saber que tipo de bestias habían afuera, ella siempre se mostró implacable, compasiva. Decía que los marcados no son monstruos, que no merecen el odio que reciben, que solo son personas, chicos asustados que necesitan un hogar y debo admitir que durante mucho tiempo pensé que estaba loca, que algún día vería la realidad, que cuando conozca a su primer marcado cara a cara le temería al igual que todo el pueblo. Para mí, los cazadores solo hacían su trabajo, los atrapaban y les enseñaban a no matar personas, tal vez, pero en el fondo siempre supe que no era así, siempre supe que no estaban enseñando modales, si no matando a sangre fría a niños inocentes.

—Cariño, ¿recuerdas la historia que te conté cuando eras niño?—Pregunta mi madre mientras mece a mi hijo para tratar de calmarlo. Alex, mi niño, la quiere mucho, como todo nieto ama a su abuela... incluso más que a su propio padre, esta claro que ellos tienen una conexión extraña y me encanta que se lleven tan bien, pero hay algo raro, que no encaja con Alex, por momentos parece que él nos hace algo, mi mente no entiende que es, pero Alexander no es un niño normal, algo en su mirada me lo dice.

Cuando era bebé, se comportaba como un niño común y corriente, llorando cuando tenía hambre, riendo de felicidad, pero cuando cumplió los dos años, algo cambió, todo parecía ir más rápido, a veces más lento, por momentos no recordaba como hice para llegar a algunos lugares cuando no estaba ni cerca de ellos, los objetos se movían solos, Alex cambiaba de sitio, entre otras cosas que intentábamos ignorar.

Existe la posibilidad de que sea...

—¡Félix!, ¡estoy hablándote!—Exclama mi madre, sacándome de mis pensamientos.

—lo siento, ¿Las historias?, Me has contado demasiadas madre, ¿cuál de todas?—Pregunto acercándome a ella.

—La de la niña marcada, que escapó de los cazadores en la gran cacería, la marcada que vivió—ella habla.—he tratado de evadir esto, he querido que tengas una vida normal mi niño, estuve cerca de lograrlo, pero hay algo que tienes que ver.

• 𝙇𝙊𝙎 𝙈𝘼𝙍𝘾𝘼𝘿𝙊𝙎 •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora