Capítulo 117. Madera.

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Una sala de prensa a reventar. Más de cien medios nacionales e internacionales, más de cuarenta cámaras de vídeo, el doble de fotografía y periodistas hasta donde alcanzaba la vista. Se oía un rumor incesante de voces susurrantes, inquietas en sus asientos, en los laterales de la sala, en todas partes. Entraban y salían, esperando el momento en el que la mesa que encabezaba el lugar, con sus micrófonos y sus botellas de agua para cada integrante del grupo, se llenara de personas de lado a lado. 

Una noticia iba a ser dada, una presentación, un acto mediático. Y un grito en el hall del edificio. 


- ¡Es que te voy a matar, Natalia Lacunza! -María Villar se llevó las manos a la boca al ver a su amiga, representada y socia mayorista de la discográfica que regentaban. 

- ¡Mari, me cago en la puta, que estoy intentando no llamar la atención! -siseó, escondiéndose detrás de un macetero más grande que la pequeña rubia que llevaba en brazos-. ¡Y no digas tacos, joder, que está aprendiendo a hablar! 

- ¡Habló de p... prostitutas la tacones, no te jo... joroba! -dijo a duras penas, haciéndole carantoñas a la niña-. Hola, bebesota, qué bien te alimenta tu madre, qué mofletitos tienes que te voy a comer esa pansita gordita... 

- ¿Y estas patorras gordinflis? ¿Y estas rodajas que me las voy a merendar esta tardecitititi? 


Babeaban como las dos pavas que eran. No estaban aún acostumbradas a los bebés en el grupo, y aquel préstamo temporal era algo que les ponía el corazón blandísimo. Otro grito ahogado y otras manos en la boca. 


- ¡Virgen del perpetuo socorro! -Julia tenía los ojos abiertos de par en par. Sabela, que iba junto a ella, siguió su mirada e imitó su gesto ante lo que se encontró delante. 

- ¡La madre que te va a parir cuarenta veces, Natalia! 

- ¡Shhhhhhhhhhhhh! -le tapó los oídos a la niña, que la miraba con una enorme sonrisa con dos dientecitos sin saber qué estaba pasando-. ¿Habéis visto? ¡El equipo Reche al rescate! -levantó a la niña en brazos, haciendo el avioncito, y la pequeña rio como una posesa mientras daba palmas. 

- Natalia, no hacía falta mimetizarte tanto con tu mujer y tu sobrina, ¿sabes?

- Ya que mi cuñi no puede estar... Mi mujer se merece todo el apoyo Reche hoy. 

- ¡Ay, que me meo por la pata abajo, Natalia! -Marta se paró en mitad del hall nada más entrar, cruzándose de piernas, sin dejar de mirarla. Ni parpadeaba. 

- ¡Hostia puta, es que no puedo dejar sola a esta persona! -África iba negando con la cabeza, con los ojos como platos soperos, caminando muy deprisa-. ¡Si no me la encuentro calva, me la encuentro con patillas de bandolero, y si no, me la encuentro rubia! ¡Rubia! -no daba crédito, no salía de su asombro, no podía creerse lo que estaba viendo. 


Se acercó a Natalia y la cogió de los mechones decolorados, enredándolos entre sus dedos, girándole la cara de un lado a otro para comprobar los daños desde todos los ángulos. Soltó un bufido de indignación y miró al resto de sus amigas con disgusto. 


- ¿Os parece normal que hasta el rubio le quede bien? Yo paso. ¡Hola, cosita, ven con tu tita Afri! 


La pequeña Lucía se llevó toda la atención de la concurrencia que, escondida como estaba detrás del macetero, daba más el cante que si estuvieran en mitad de la estancia. Natalia se miró el reloj, iba a ser la hora. Había esperado que todo el mundo ya estuviera dentro para hacer su aparición, pues no quería, bajo ningún concepto, quitar la atención de su mujer. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now