Capítulo 112. Una suscripción premium.

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Tenía frente a sí un libro más grande que una biblia y estaba empezando a ver borroso. El servicio de catering era una pasada y ella estaba empachada de ver fotos y fotos de comida minúscula en cucharas de bambú. 

Apuntó en su libreta la referencia de otro aperitivo que le había gustado e hizo una foto para enseñárselo a María y a Damion. Habían contratado varios cortadores de jamón, un puesto de cocina asiática en directo, una food truck de cookies, helados y dulces varios, grifos de cerveza artesana, vinos caros y champán del bueno. 

Faltaban menos de dos semanas, literalmente nueve días de ir y venir, de llamar a proveedores y encargar las cosas de último minuto. Ni siquiera había tenido tiempo de ir a comprar el traje que se iba a poner. 


- ¿Sí? 

- Hola, Natalia, Agencia Efe, soy Ernesto. La acreditación da entrada a reportero y cámara, ¿no? 

- Hombre, Ernesto, qué tal. Sí, podéis venir dos personas por medio, aunque, si es una nada más, pues mucho mejor, ya sabes, para no colapsar. 

- Anda, exagerada, que me he pasado por allí y tenéis un patio enorme. 

- Por eso venís tantos, capullo -rió. 

- Pues nada, allí nos veremos. ¿Hay que ponerse guapo? 

- Tus mejores galas, no me seas cuadro. Nos vemos allí, seré la que va de traje. 

- Y yo en chándal, ¡adiós! 


Natalia negó mientras sonreía. Llevaba días contestando llamadas estúpidas como esa. Ahora valoraba realmente el trabajo de María. Ella, siendo su representante, era la que se encargaba de todo eso, pero en la fábrica su trabajo era otro muy diferente y le tocaba a ella lidiar, como socia mayoritaria, con todo lo que suponía organizar un evento de esa magnitud. 


Al menos me he librado de los famosos. 


Eso sí que era cosa de María, miembra activa de la noche madrileña y mucho más puesta en cómo tratar a toda esa fauna ecléctica de la que estaba formada el faranduleo español. Actores y actrices, músicos de toda índole y condición, influencers de quién sabe qué y animales televisivos. Natalia había dejado muy claro el tipo de invitados e invitadas que quería en la inauguración, y, aunque comprendía que la promo era lo más importante, no pensaba invitar a una borrachera gratis a una jauría de niños y niñas de papá de los que viven de saltar de fiesta en fiesta con trajes caros. Quería estar a gusto en su propia fiesta y, aunque habían recibido alguna llamada dejando caer que les encantaría ir, la lista estaba cerrada. 

Apoyó las manos en la mesa y descansó sobre ellas la frente, dándose un descanso a los ojos, que ya le empezaban a picar. Estaba sola en la fábrica y era bastante tarde, pero quería terminar con esto cuanto antes. 


- ¿Se puede? 


Natalia levantó la vista y sonrió, destruída. No podía con su alma. 


- Tú siempre eres bienvenida, cariño. 

- Traigo cena -levantó una bolsa con sendos kebabs, le dio un beso rápido que terminó por ser un salvavidas, pues Natalia necesitaba respirar de su boca para descansar-. Y después nos vamos a casa. 

- No puedo, Albi -volvió a golpear la mesa directamente con la frente. Ese beso había terminado por destrozar sus endebles murallas contra el agotamiento. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now