Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.

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<Natalia.Lacunza ha añadido contenido a IGTV>

Espero que no te enfades. Media sonrisa. Una canción al piano. Y un felicidades diminuto en una esquina. 


Está en Pamplona, pensó Alba, reconociendo el piano del salón de sus padres de las numerosas fotos que le había mandado cuando había estado de visita. 

Sin que hubiera puesto ese pequeño felicidades habría sabido que esa canción era para ella, pues la cantante siempre estaba olisqueando su pelo, su garganta, su piel y diciéndole lo maravillosamente bien que olía siempre. Era una pesada Lacunza con los olores, pero así la compró. Y la devolvió. O se le pasó la garantía. O qué sabe nadie ya. 

Le recorrió un escalofrío al sentir, como si estuviera allí mismo, la nariz y el frío septum de la cantante recorriéndole el cuello y haciéndola reír con su olfateo perruno. 

Aquella fue la primera vez en la que no se enfadó con ella tras una canción dedicada, justo la vez en la que le había hecho ver que imaginaba que estaría enfadada con ella. Tan tonta unas veces y tan perceptiva otras. La conocía perfectamente hasta en las situaciones que aún no habían vivido. Alucinante. 

Sonrió, capaz de visualizarla acojonada antes de entregar los dedos a las teclas del piano, con la idea de la hostilidad de Alba hacia ella rondando por su cabeza insegura. Lacunza siempre se agobiaba cuando conseguía enfadar a la rubia, le tenía cierto miedo a su rotundidad, a su capacidad de decirle cuatro verdades y dejarla en la mierda, y aquel había sido el enfado por antonomasia. 

Sí, sonrió al imaginarla cagada de miedo, tan infantil y tan niña como siempre que hacía alguna de sus trastadas incomprensibles. Nunca le duraban demasiado sus cabreos con ella cuando la veía así de vulnerable, de arrepentida. 

Fue la primera vez en dos meses que pensó en ella sin una pizca de animadversión. 

Se permitió, por un momento, ponerse en su piel asustada por su atrevimiento, una audacia en la que se arriesgaba a recibir un rapapolvo, pero que hacía decidido llevar a cabo únicamente para que supiera que la tenía en sus pensamientos el día de su cumpleaños, a sabiendas de que podía salirle el tiro por la culata. Pero así era ella, siempre atenta, siempre detallista con ella. No pudo enfadarse. No obstante, algo cálido, en contraposición a lo que se había convertido en habitual, pasó rápidamente por su pecho, como una brisa de nada en la que no hubiera reparado de no ser porque se encontraba, justo en ese momento, mirándose el interior. 

Tenía el corazón lleno de sábanas para evitar que los muebles se llenaran de polvo, y aquella pintada azul que una vez la morena le había escrito, como si fuera un augurio, una despedida inevitable que manchaba la pared más grande de aquella estancia sin saber que se convertiría en verdad. Las cortinas echadas y el olor aún resistente a madera que siempre la envolvía. En la chimenea una lumbre se consumía, intentando ser olvidada, haciendo el esfuerzo inhumano por no acercarse a ella, ponerse en cuclillas y echar un par de troncos más para que no se apagara. No podía vivir siempre de un calor que no le llegaba a la piel sin ella. Miraba aquella fogata apasionada que apenas había perdido fuerza, pues los troncos que terminaba de devorar eran tan robustos que pasaría aún un tiempo hasta que amainaran aquellas llamas titilantes. 

No le contestó, pero dejó que respirara aliviada, si quería entenderlo, al subir una storie con el emoji del dedo pulgar levantado al lado de una caca con ojos. Olores, ¿no? Pues toma olores, Lacunza insoportable. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora