Capítulo 72. El clavo ardiendo.

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- Buenos días, Natalia -saludó la psicóloga nada más verla aparecer por la puerta. En esta ocasión no salió a recibirla. 

- Buenos días, Noemí -sonrió con cierta vergüenza y agitó el papel que llevaba-. He traído los deberes -un brillo de ilusión iluminó su mirada. Se notaba que esa chica tenía ganas. 

- Así me gusta -tendió la mano para que se lo pasara y le echó un rápido vistazo-. Ya veo que has sido bastante concisa con tus anotaciones. 

- Lo siento, pensé que era así como tenía que ser -se azoró. 

- Sí, sí, fue lo que te dije, pero esperaba algo más... intenso, viniendo de una artista -sonrió para tranquilizar la cara de susto que había puesto la cantante. 

- Estoy un poco reñida con esa parte de mí. 

- Entiendo -volvió los ojos a la morena-. Pero tú escribes canciones. Y las cantas. Es a lo que te dedicas -hablaba despacio para que comprendiera cada afirmación que decía y ella misma llegara a la conclusión de que no tenía mucho sentido. Trucos. Al final sabe más el diablo por viejo que por diablo-. Lo normal en estos casos es que un músico cante con impostura hasta el puñetero cumpleaños feliz -ambas rieron por lo ridículo que les resultaba aquello. 

- Ya, ese es uno de los motivos por los que estoy aquí. Un daño colateral -tenía la misma cara que una niña que está intentando explicar cómo se ha roto un jarrón mientras esconde una pelota en la espalda. 

- Natalia, no pasa nada porque hayas escrito esto de la manera que te haya dado la gana, es simple curiosidad. Prácticamente estaba esperando un relato corto, por eso insistí en que fueras al grano -rió por la nariz. 

- Hace unos meses te habría traído dos maquetas y un cuaderno a doble cara -admitió, más relajada. Noemí soltó una carcajada. 

- Pues menos mal que no, tendría que contratar a una asistente solo para ti -volvió la mirada al papel-. Es curioso, te acuestas con una energía más positiva de la que te levantas. 

- Puedo elegir lo que pienso antes de dormir, pero no controlo lo que sueño -se puso seria de repente. Noemí lo dejó pasar, de momento. 

- Bueno, primero vamos con el uno y luego ya nos pondremos con el dos, porque aún no me has contado dónde está tu problema. Dices que estás reñida con tu parte creativa. Cuéntame. 


Natalia estuvo un rato hablando sobre cómo había sido su vida desde que se rompió la muñeca. Su devastación al no poder escribir ni componer, lo difícil que le había resultado encontrar otros pasatiempos que la libraran de la ansiedad de vivir sin la música, la aparición de la fisio que la estaba tratando de su lesión como amiga, siendo esta y todo lo que había traído con ella, tanto nuevas amigas como vida social, la personificación de una realidad nueva alejada de la música y de la explotación de su arte. 


- ¿Quieres decir que, si en lugar de una chica de tu edad, con tus mismas inquietudes, hubiera sido un señor de cincuenta años que solo sabe hablar de maquetas navales, sí hubieras estado componiendo? 

- No, porque estaba de baja. No podía tocar por prescripción médica. 

- Pero sí escribir. 

- Sí, pero estaba muy ocupada -rió, como si aquello hubiera sido una travesura-. Me animaron a tomarme esa baja como unas vacaciones y así lo hice. Supongo que si mi rehabilitador hubiera sido un señor amante de las maquetas mi convalecencia hubiera sido mucho más dura, aunque hubiera escrito más -sonrió, nerviosa. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now