Capítulo 69. El ruido.

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Noviembre


<Alba.Reche ha añadido contenido a su historia>

Alba aparecía con una enorme sonrisa junto a su hermana en un ascensor. Su ascensor. Estaba preciosa. 


Natalia bloqueó el teléfono y dio una nueva calada a su cigarro. Adoraba el norte, el frío de la brisa marina en la cara, las playas desiertas. 

Le alegraba verla bien. Sabía que una personalidad como la suya no podía permitirse ahondar en la tristeza. No se hubiera perdonado haber borrado de su cara esa sonrisa que era capaz de doblegar una tormenta. 

Terminó el cigarrillo, lo tiró a una papelera y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta para continuar con el paseo. Sonó su teléfono y, como siempre, se le alocó el corazón pensando que pudiera ser ella. Pero nunca lo era. 


- Qué pasa, Mari. 

- Hola, baby, ¿cómo vas por aquellas tierras tan frías? 

- No creo que en Madrid estéis tomando el sol. 

- No se está mal. 

- ¿Querías algo o solo llamabas para escuchar el sensual sonido de mi voz? 

- Quería saber qué tal estabas, imbécil. 

- Pues bien, como siempre. 

- O sea, en la puta mierda. 

- No, bien. 


Guardaron silencio. Una mirando al horizonte infinito, la otra esperando que hiciera la pregunta que nunca se atrevía a hacer. 


- ¿Qué vas a hacer hoy? 

- Es miércoles de malasaña, ya lo sabes -sonrió desde el otro lado. 

- Sí, ya sé. 

- A ver si te dignas a pisar Madrid, las chicas tienen ganas de verte. 

- ¿En serio? 

- Pues claro. 


No comentó mucho más y al poco colgó la llamada. Apenas había hablado con sus fisios, intentando no impregnar con su presencia el entorno de Alba y temiendo ser persona non grata para ellas. No tenía pensado visitar Madrid a corto ni medio plazo, con la inamovible intención de dejar que la rubia continuara tranquila con su vida sin ella. A ninguna le vendría bien verse. Estaba todo demasiado reciente, demasiado descarnado. Solo había pasado un mes sin saber de ella y el frío ya le había calado hasta los huesos. 

Introdujo los pies descalzos en la arena y caminó cerca de la orilla. 

Alguna vez había tenido la tentación de pensar que, quizá, se había equivocado con su decisión de dejarla marchar, pero había días como aquel, en los que una clarividencia celestial se le incrustaba en el cerebro y le calmaba el espíritu: era lo mejor para la rubia. 

Asumía la pérdida como podía, obligándose, por una vez, a dejar de lado su egoísmo enquistado y ser generosa con Alba. Cuanto más repasaba su relación más cuenta se daba de lo mucho que se había estado mirando el ombligo. Menos al final, en el momento último había sido capaz de perder para que la fisio ganara. No estaba acostumbrada a pensar por dos, pero llevaba todo un mes a sus espaldas en el que, lo único que le importaba, era su bienestar. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now