Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.

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Tenía una hora libre antes de que llegara Lacunza, por lo que aprovechó para mirar sus redes. Vio que la cantante había subido una storie del atardecer del día anterior y una frase: La noche se vuelve a encender. La puso en Google y descubrió que era una canción. No tiene mal gusto la chavala. Añadió el tema a una playlist nueva a la que llamó Nat. Aprovechó para meter Alma mía y El poeta Halley. Sabía que no tardaría mucho en llenarla de canciones. 

Miró la hora y se dispuso a ir a por ella, ya debería haber llegado. 



Cuando Natalia entró en la clínica no había reparado en que vería a Marta después de sus confesiones. No lo había pensado pero, nada más verle la cara, se dio cuenta de que debería haberlo hecho, pues con verla aparecer echó la cara para atrás, pegando la barbilla contra su cuello, sacando papada, y le dedicó una sonrisa sin dientes que de tan insinuante resultaba grotesca. La siguió con la mirada sin cambiar el gesto hasta que la tuvo delante. Sin dejar de sonreír. 


- Hola, Marta -dijo con el ceño fruncido. 

- Hola, Natalia -movió la boca lo justo para hablar y volvió a esa sonrisa con las cejas alzadas. Ni pestañeaba, la puta loca. 

- ¿Te encuentras bien? -la preocupación empezaba a ser real. 

- Muy bien, ¿y tú? -alzó y bajó las cejas. Lo que le faltaba, encima cachondeito. Se remangó las mangas invisibles, se iba a enterar. 

- Estupendamente, deseando ver a tu jefa -paladeó con mucha intención la palabra deseando. La cara constreñida de Marta cambió a una de desconcierto. 

- Ehhhh -soltó un hilo de voz sin sentido, sin saber qué contestar. 

- ¿Estamos poco habladoras hoy? -se sorprendió la Reche, apareciendo tras la puerta. 

- Tu recepcionista, que ha ido a por lana y ha salido trasquilada -rió entre dientes. Marta le hizo una mueca de burla. 

- ¿Vamos? -dijo Alba señalando el pasillo. 

- Vamos -Natalia pasó el brazo por los hombros de la rubia y se giró para sacarle la lengua a Marta, que aprovechó para sacarle el dedo de en medio. 


Caminaron en silencio, apretando el agarre en torno a sus cuerpos, anhelantes del contacto del que se habían visto privadas desde hacía la friolera de dos días. Nada más traspasar la puerta de la sala Alba empujó a Natalia contra ella, cerrándola de golpe. Se acercó agónicamente despacio hacia ella en comparación con lo brusco de sus maneras iniciales, y lamió sus labios de abajo a arriba con una sensualidad que la encendió de inmediato. Joder. La morena jadeó, ansiosa por su boca, pero cuando echó la cabeza hacia delante la rubia se inclinó un poco hacia atrás, con la sonrisa más prometedora del universo entero. Natalia volvió a probar, lanzando sus labios para atrapar los de ella, que volvió a echarse hacia atrás cinco centímetros de nada. Como dice el refrán, a la tercera va la vencida, y para que funcionara se aseguró de que lo hiciera agarrando la pechera del uniforme de la fisio y tirando hacia ella hasta que chocó contra su cuerpo, y en este caso fue ella la que retrasó el beso para darle un toque nariz con nariz y provocarle con su respiración húmeda contra su boca. Cuando vio la mirada anhelante en los ojos de la rubia, que no apartaba de su boca, y apreció el movimiento casi imperceptible de sus labios abriéndose, se lanzó a por ella. 

Fue un beso lento, pero no tierno. Se habían echado de menos sus lenguas y se notaba. Pararon para respirar y Natalia, aún con el uniforme de la fisio encerrado en un puño, la empujó con suavidad, apartándola de ella. Le dio un leve pico, sonrió con malicia y le susurró: 

La sala de los menesteresKde žijí příběhy. Začni objevovat