Capítulo 82. El taladro.

29.8K 1.3K 1.3K
                                    

Cuando llegó al palco y no vio a la rubia sintió una ligera decepción, pero tampoco se dejó dominar por el desaliento, pues no esperaba que asistiera y lo había hecho, y eso iba a tenerla contenta para una semana. 


- ¡MENUDA SACADA DE COÑO, COLEGA! -se lanzó la Mari sobre ella. 

- Esto ha sido lo más espectacular que han visto mis ojos, estos ojos, Natalia -dijo Marta, señalándoselos. 

- Muchas gracias, tías, me alegro de que os haya gustado. 

- ¡Ha sido espectacular! -Sabela seguía sin creérselo. 

- Has vendido a treinta cochinos euros un concierto que vale, sin correr, ochenta. Eres una pringada -se burló Afri. 

- Pero os lo habéis pasado chachi, y eso es lo que importa -dijo con cierta timidez. 

- Pasárnoslo chachi, dice. Primero hace eso -Julia señaló al escenario-, y luego dice chachi. Es que hay que comerte esa cara que tienes -le dio mil besos. 

- Ay, ya vale, que me da vergüenza -agachó la cabeza frunciendo el ceño y poniendo voz de niña pequeña-. Me voy con mi mamá. 

- Ven aquí -la cogió la Mari, pasando el brazo a duras penas por su cuello para tener su oreja a su altura y alejarla del resto-. Has dejado a la rubia con la misma cara que el meme de Pikachu. 

- ¿De verdad? -la miró con ilusión. 

- Le tienen que estar doliendo los mofletes de tanto sonreír. Al principio se resistió un poco, no voy a mentirte, negaba con la cabeza y murmuraba "la madre que la parió, la voy a matar", pero cuando la gente ha empezado a silbar y a encender los móviles... 

- ¿Bien? -no se lo terminaba de creer. 

- Debe haber hecho un cráter en el suelo con sus bragas. He temido por la estabilidad de este nuestro palco, sinceramente. 

- Anda ya -rodó los ojos-. No veas la que tuvimos el jueves en la sesión. 

- Eso da igual. La casa puede estar un poco despintada, los muebles con carcoma y las puertas llenas de humedad, pero eso, ¿qué son? Detalles sin importancia -juntó los dedos indicando algo muy pequeño-. Las paredes siguen ahí, Lacunza, fuertes como un jodido roble. Con eso te tienes que quedar. 

- Ni se te ocurra llamarme Lacunza -gruñó. 

- Es tu apellido. 

- Ya, pero Alba no deja de llamarme así y estoy empezando a cogerle manía. 

- ¿No te llama por tu nombre? 

- No. 

- Maldita Reche, es que es la mejor -soltó una carcajada que intentó disimular con una tos cuando vio la cara de su amiga-. Perdón, Natalia, sé que es una putada, pero no me negarás que es una maestra de lo pasivo agresivo. 

- No es gracioso, María -dijo muy seria. 

- Te pone de los nervios. Es lo que quiere y lo consigue. Intenta devolvérsela. 

- No estoy en tesitura de devolverle nada si lo que quiero es que se relaje conmigo. 

- Lo que une la peleita no lo une nada, cariño, pero eres tan pequeña que no lo sabes -le dio un beso en la mejilla. 

- Pensaré en algo -dijo al fin. 

- Maravilloso. Y ahora ve a saludar a Noe y a su hijo, que el chaval está a punto de saltar por encima de las mesas. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now