Capítulo 27. Casa.

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- Madre mía, Natalia, cómo puedes tener esa energía de buena mañana. 

- Llevo dos horas levantada, Albi, estoy a tope. Bébetelo, anda, que se enfría. 


Se fue a cambiarse tras el biombo y Alba se permitió sentarse un momento a saborear el café. No era de la máquina de la recepción, se lo había llevado de una cafetería que, según sus palabras, le gustaba mucho. La verdad era que se notaba que era un café magnífico y entre esto y el detalle de la morena estaba, de repente, de mejor humor. 

Llevaba unos días en los que tenía a Natalia hasta en la sopa, lo que había provocado una efervescencia insólita en ella y mucha tontería. Incluso Marta, el día anterior, le había llamado la atención por el aspecto de colegialas que tenían. Sonrió al recordarlo. Lo cierto era que le había encantado el arranque de la cantante por acompañarlas a comer, sabedora de que no era muy propio de ella improvisar ese tipo de planes. Se sintió especial. Llevaba sintiéndose especial ya varios días por su culpa. Le había dicho que pasar tiempo con ella era lo que más le gustaba, que era sugerente, adictiva y que le gustaría que se viera con sus ojos. ¿Cómo la vería? Le encantaría escucharle hablar sobre eso, aunque sabía, conociéndola, que sería demasiado pedir. 

Aunque no se reprochaba esa actitud suya tan entusiasmada, reconoció que le vendría bien la distancia que, obligatoriamente, iban a tomar los dos próximos días. Tenía una sobredosis de Lacunza y casi dejaba de pensar con claridad. Se había masturbado tras una conversación de nada con ella, por el amor de dios. Sí, definitivamente esos días de vacaciones le vendrían muy bien. 

En ese momento apareció la morena tras el biombo y se sentó en la camilla esperando que la fisio terminara su café. Alba se puso colorada por sus últimos pensamientos, se bebió de un trago lo que le quedaba y fue a por la manta de calor intentando no deslizar la mirada por el cuerpo de la cantante. 


- ¿Marta y tú siempre coméis fuera? 

- Casi siempre, menos cuando mi madre me da un millón de tuppers. 

- Pues a lo mejor me uno algún día que otro, si te parece bien. Soy una pobre cantante de retiro espiritual muy aburrida, ¿sabes?

- ¿Ah, sí? No tenía ni idea -sonrió ladeando la cabeza. 

- Como te lo cuento. Pero bueno, no es tu culpa mi falta de ocio, así que puedes negarte siempre que quieras. 

- Ya, como si fuera así de fácil -murmuró. 

- ¿Qué? -le había escuchado perfectamente, pero quiso cerciorarse para justificar ese salto al vacío que había sentido en el pecho. 

- Nada, nada. 


Natalia sonrió para sí. Su inseguridad crónica le hacía poner en valor aquellas confesiones de la rubia, pues le confirmaban lo que esta le decía continuamente y no se terminaba de creer: que le gustaba mucho pasar tiempo con ella. Ya apenas le costaba relajarse en su compañía, pero habían pasado a otro estadio en su relación y lo que antes le inquietaba ahora era normal, pero habían aparecido nuevas situaciones y temas de conversación que le volvían a poner en ese estado gelatinoso de desasosiego. 

Ya se tocaban de manera natural, pero tenía nuevos deseos con respecto al tacto que le ponían otra vez en la casilla de salida. Se sentía fuerte al verse superar sus propias barreras, pero esa sensación de euforia duraba poco porque enseguida se lanzaba de cabeza hacia la siguiente pared que deseaba saltar. Ya no le valían los abrazos tímidos y los besos en el pelo, ahora el muro que se cernía frente a ella estaba hecho de la mampostería de la intimidad. Gestos más cercanos, tan cercanos como la sentía a ella cuando miraba desnuda su alma. Había que volver a equilibrar y, aunque no sabía cuántas murallas le quedaban por escalar para sentirse plenamente en paz con el universo, estaba decidida a asaltarlas todas. Hacía sentadillas mentales mientras sacaba fuerzas para el abordaje, y sabía que tenía que estar al cien por cien para soportar el vértigo. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now