Capítulo 23. Notting Hill.

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Un nuevo día amanecía en el piso de Alba Reche. Las mismas sábanas del día anterior, la misma gata restregándose contra su cara, el mismo aire templado que ocupaba la habitación y la misma luz entre los cuadritos de la persiana. Pocas cosas había que le gustasen más que esa semioscuridad de las persianas bajadas pero no del todo. Ese mosaico de luces y sombras perfectamente delineadas en la pared de su derecha le recordaba a sus veranos en Santa Pola y casi notó el olor del mar. 

Todo era igual, todo menos ella. Algo había mutado en su interior. No era un cambio gigante, no era un gusano convertido en mariposa, era más bien como una serpiente cambiando la piel. Todo parece exactamente igual, pero hay un matiz que lo modifica todo. 

Había querido besar a Natalia Lacunza. Tampoco es que hubiera que fustigarse por eso, siendo objetiva era la persona más irresistiblemente atractiva del planeta, sobre eso no había ningún género de duda. Cualquiera podría dejarse aturdir por la intensidad de su mirada, por la perfección de su piel y la belleza de sus rasgos. Tampoco había que poner el grito en el cielo, pues no creía estar en un grupo reducido de gente que quería comerle la boca. Esto le evitaba el agobio que podría sentir. Podría pasarle a cualquiera. 

Sin embargo, algo le decía que aquel cambio no era circunstancial, producto de las copas y el baile pegadito, sino permanente. Como si el color de su sangre, de repente, fuera más brillante y oscuro: no podía verse, pero ahí estaba, recorriéndole el interior. Una alteración de nada que le bombeaba por dentro. 

No es que creyera que fuera a temblar de ganas cada vez que la viera, pero aquel anhelo repentino ya le había calado hasta los huesos. No lo podía ignorar: había caído, sin quererlo, en el canto de sirenas de sus labios. Es una pequeña variación en el paradigma de nuestra relación, no es para tanto. 

Solo tenía que serenarse cuando le volviera a pasar, porque tenía claro que sucedería. No había nada romántico en aquello, era un simple impulso orgánico que sabría sobrellevar, como si cualquier proximidad con la cantante fuera insuficiente y el roce de su boca la acercara a ella de una manera más completa y contundente. En su cabeza todo estaba claro. Y era fácil. 


A una distancia prudencial de allí, una morena exótica preparaba su segundo café antes de comer. Sus pensamientos partían del mismo punto, solo que habían recorrido un camino totalmente diferente. Besar a Alba Reche. Negaba con la cabeza mientras se recostaba en su mecedora de la terraza. Llevaba un par de horas sonriendo por esta revelación que había tenido la noche anterior, sonreía como cuando ves a un niño intentando explicar cómo se las ingenian los Reyes Magos para visitar todas las casas del mundo en una noche, con cierta ingenuidad. Era una locura divertida. 

Este hecho no le había puesto el cerebro del revés, como hubiera sido normal en una persona como ella, pues estaba segura de que había sido una situación totalmente puntual. Habían estado tan cerca, se habían tocado tanto y de una manera tan primitiva, que era lógico querer finalizar aquella expedición con un acercamiento definitivo, pues no había más unión más profunda que la de dos bocas. Pura ciencia. 

No podía negarse que Alba era una persona atractiva y magnética, lo sentía vibrar en su carne cuando la tenía cerca, pero no había nada más allá de eso. Era su Albi, su pequeña y adorable fisio, aunque verla tan desatada le había dado un nuevo color a la imagen que tenía de ella, como iluminada por la misma luz pero un poco más tenue. Con todo y con eso, lo que más deseaba, a pesar de la llamada insistente de sus labios unas horas atrás, era acariciar su rostro siete horas y estrujarla entre los brazos. No había sexo en su percepción de la rubia, sino una absoluta y entrañable ternura. 


Alba preparó su comida sin regodearse más en ese tema: no había dónde rascar. Esta nueva apreciación no le había quitado las ganas de verla y conocerla más a fondo, ni le había producido una mínima inquietud por su reacción al encontrarse con ella. No era habitual en su relación tanto calor ni tanta adrenalina, sería fácil esquivar esa bala. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now