Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.

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- Y para terminar, ya sabéis, una cover de un temita que me gusta mucho y que creo que nunca había entendido bien hasta hoy. 


El público aplaudió con ganas, estaban deseando ese momento, pues nadie tenía ni idea de por dónde iba a tirar Lacunza esa vez. Quizá era un bolero, un trap, o un fandango. No estaba claro, y eso hacía crecer las expectativas. 

Se sentó en un taburete con su eterna guitarra negra, la de siempre, con la que empezó. Ajustó el micro, se diluyeron las luces y solamente un foco la iluminó desde atrás, creando ese ambiente etéreo que tanto la definía sobre el escenario. Comenzó la canción, esta vez una de The new Raemon. 

Aprovechó los primeros acordes para mirar aquel recinto enorme, esas caras de felicidad, para sentir la pulsión de la gente que había ido allí por ella. Solamente por ella. Amaba lo que hacía, lo amaba con toda su alma, porque ella también se emocionaba en los conciertos de otros, y reía, y bailaba, y lloraba, y era una sensación indescriptible provocar eso en los demás. 


- Pero ahora que el mal ya está hecho lo bueno va a encontrar su oportunidad


Era una promesa. 


- Ahora tú no dejes que hable, te debo un baile y no una explicación. Te debo un baile


Y todos, mi amor. 


- La próxima vez que levantes las cejas de incredulidad que sea al mundo y no a mí


Por favor. 




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Había visto aquel vídeo mil quinientas veces. Por lo menos. Y aún seguía llorando a moco tendido. Menudo planazo de domingo. Jodida Lacunza, siempre dándole en el punto justo. 

Daba gloria verla subida a un escenario. Hacía algo que estaba al alcance de muy pocos, bien lo sabía ella como fan suya que era. Se veía en su carita lo mucho que disfrutaba, lo viva que se sentía allí subida, la emoción temblando en sus dedos sobre los trastes de la guitarra. No quería privar al mundo de eso, ni a ella, ni a sí misma. Natalia era Natalia y la música, dos entes indivisibles como los zumitos del supermercado, iban de la mano, nombre y apellido. 

Si no fuera tan sumamente cabezota... ¿Tan difícil era para ella esperar un tiempo, adaptarse al cambio y dejarse disfrutar? ¿De verdad no podía aprovechar para dejarse influir por otros artistas, buscar otros sonidos u otras maneras nuevas y más positivas de expresarse? Si solo se permitiese parar durante unos meses estaba segura de que, finalmente, la inspiración y ella se reconciliarían. Era tan sencillo como eso, lo veía cristalino, y ganas le daban de atarla a una cama hasta que se le pasara el mono, porque era evidente que la música se había convertido en una sustancia dañina para ella. El hecho de creer que la necesitaba para vivir, aunque antes le hubiera salvado, ahora la estaba llevando sin remedio hacia lo más oscuro del bosque, alejándola del claro que tanto le había costado encontrar. Como quien toma somníferos para poder dormir y termina enganchada a ellos cuando ya puede dormir del tirón toda la noche. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now