Capítulo 30. El alma mía.

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Natalia se levantó tarde para lo que ella era y temprano para alguien que se había acostado a las cinco de la mañana como un piojo. Al final de la noche cambió las copas por refrescos para no morirse de la resaca al día siguiente: tenía una cena que organizar. 

Mientras se duchaba pensó en Alba y la noche extrañamente cercana que habían tenido. Sus deseos se habían visto cumplidos, aunque fuera por unas horas, y sus cuerpos habían estado más de una vez a punto de fusionarse. Ahora tocaba encontrar la manera de no tener que esperar al libertinaje de los bailes para asentarse en esa cotidianidad. 

Se había venido un poco arriba con el bocado en su cuello, y el simple recuerdo le incendió las tripas y le dio una sensación de vértigo poco habitual en su organismo. Le gustó hacerlo, aunque por seguridad decidió no volver a repetirlo pues no era Natalia una persona con la suficiente fuerza de voluntad como para no engancharse a la droga dura que era su cuello. 

El cuello de Alba Reche. 

No sabía muy bien por qué, pero le encantaba. No tenía claro si era por los músculos marcados cuando giraba la cabeza, por los aros gestuales que lo rodeaban, como si fueran los anillos de los troncos de los árboles, o por los lunares salpicados por toda su piel. Natalia lo miraba y se le hacía la boca agua. 

Se vistió y salió a comprar lo que le faltaba para ponerse manos a la obra con la cena. Fue a un mercado cercano, le apasionaban ese tipo de lugares ruidosos y agitados. Los olores y el trasiego le llevaban a una normalidad que ansiaba, zambullida en el anonimato de las señoras con sus carros y los señores con la lista de la compra en la mano. Se obligó a no detenerse en cada puesto, como solía hacer, para disponer de todo el tiempo del mundo en la preparación. Era su ritual. 

Llegó a casa, se hizo un café y salió a la terraza a fumar. Desde fuera echó un vistazo general al salón y se dio por satisfecha: todo estaba recogido y limpio, no tendría nada de qué preocuparse. 

Estaba nerviosa. Sentía una bola de plomo en el estómago y un aleteo incómodo que le tenía el pecho en constante desequilibrio. Alba Reche en su casa. Tras la noche anterior una podría pensar, más conociendo a la cantante, que estaría avergonzada o alterada por los acontecimientos dentales vividos hacía unas horas, pero lo cierto era que estaba tranquila. Le alteraba pensar en ello, pues unas ganas de no sabía qué ni de dónde salían le atenazaban el vientre, pero no le afectaba en su visión sobre su relación. Iban dando pasos pequeñitos que habían desembocado en aquel toma y daca sin descanso, en un flirteo adorable-no-tan-adorable-desde-el-mordisco que le revolvía los nervios, pero nervios de los buenos, de los que te mantenían alerta y preparada para el siguiente asalto. 

Más tranquila estaba, además, tras la despedida de las chicas y de Alba, que le abrazó como si nada hubiera pasado y que se había comportado hasta entonces con su habitual desenvoltura. Le permitía investigar en aquello del contacto sin prisas, sin preguntas, dándole el tiempo que necesitara para avanzar a su ritmo, lento para lo que era la rubia, y ella simplemente dejaba que la cantante hiciera y deshiciera hasta donde le permitía su personalidad, que solía ser bastante poco, para luego darle la calma de saberse siempre en el mismo punto de confianza. A veces sentía que no se la merecía. 

Estaba preparando algo de comer cuando su móvil sonó, y se relamió los labios sabiendo ya de quién se trataba. 


*Alba*

Buenos días, Zacarías

*Natalia*

Buenas tardes, Maricármenes

*Alba*

No pega

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now