Capítulo 33. Morrearse.

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- Martuki mía, lo lo lo lo, lo lo Martuki mía -entró cantando la, sorpresa, cantante. 

- Natalia hija, yo no sé que te pasa últimamente que estás tontísima. 

- Me gusta venir todo el camino hasta aquí pensando una nueva manera de saludarte. Además, hoy hace un día magnífico, ¿verdad? -brillaban sus ojos como lámparas mágicas en la arena de Bagdag. 

- No sé de qué me suena a mí eso... -Marta olía el aire, y aquello apestaba a gato encerrado. 

- ¿Te gustó la trenza que te traje? 

- Illa, en tres meriendas me la he liquidao'. 

- La próxima vez te traigo un palé -rió por la nariz. 

- Pa' cada pata -rieron ambas. 

- Por cierto, el pañuelo tiene una firmica por detrás, para que te acuerdes de mí. 

- Un autógrafo de Lacunza, ¡VAMOS! ¿Pero va personalizado? 

- 'Para la Martuka con todo el cariño de mi corasón, tkm', o algo así. 

- Yo sí que tekaeme, morena. 

- Tuya forever -hizo el gesto del corazón con las manos. 


Entró la dueña de la clínica con una sonrisa que se le salía de la cara, como si se hubiera puesto un filtro de instagram, y la cantante usó el mismo filtro para devolvérsela. Acababan de juntarse en una misma habitación y eso había bastado para cargar el ambiente de una electricidad estática que ponía el vello de punta. 


- Mía no sé, pero suya seguro -murmuró Marta. Nadie la escuchó. 


Se miraron con timidez e ilusión. Llevaban sin verse nada más y nada menos que treinta y cinco horas, y eso era un montón. Hizo un gesto la rubia para que la acompañara por el pasillo y, nada más cruzar la puerta, Natalia le pasó el brazo por los hombros y Alba por su cintura, asegurándose de que no hubiera entre ellas ni un átomo de aire. La morena estrechó con fuerza a la fisio y besó su pelo, su sien, su mejilla y hasta un ojo. Huele a hierbabuena.


- Uf, qué día y medio más largo, rubia -sonreía con toda la cara encantada de tener de nuevo el calor de su Albi al lado, donde debía estar. 

- Me da la sensación de que alguien me ha echado de menos por aquí -se agarró el mentón. Menuda idiota

- No sé, a mí que me registren. 

- No des ideas, Lacunza, no des ideas. 


Entraron a la sala y Natalia se sentó en la camilla, remangándose y apreciando el culo de Alba Reche, que parecía que esa mañana de miércoles le retaba altanero mientras su dueña trasteaba entre las cremas. 

La fisio se giró de repente y cazó a Natalia dándole un repaso digno de selectividad, pero no dijo nada. Si empezaba a acojonarla con esos temas se podía ir despidiendo de comerle la boca a corto-medio plazo, y eso sí que no. Ahora, cuando la viera más suelta se iba a enterar. 


- ¿Qué tal la cena en casa de Afri? 

- Pues muy bien, invitó a unos compañeros de trabajo y nos partimos el culo. Quién me ha visto y quién me ve. 

- ¿Por qué dices eso? -su principal objetivo seguía siendo conocer en profundidad a la cantante, por muy obnubilada que estuviera por sus labios. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora