Capítulo 2. Anestesia y rosas.

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- Me va a despedir. 

- Deja de decir estupideces, Andrea, no te va a despedir. 

- Ya verás como sí. Le he jodido el inicio de gira. 

- ¿Te puedes callar? En el fondo le has hecho un favor. 

- No sé cómo se me ha podido escurrir. Me va a perseguir allá donde me esconda y me va a matar. Va a estar meses sin poder tocar. Me voy del país. 


Natalia llevaba unos minutos despierta. No tenía muy claro de quienes eran aquellas voces ni procesaba el contenido de lo que decían. Le pesaban los párpados. 


- ¿Qué ha dicho el cirujano? 

- La operación ha salido genial. 

- ¿Cuánto tiempo? -murmuró Natalia. 


El revuelo se apaciguó enseguida gracias al tono autoritario de la Mari, que los mandó callar. Echó al grupo de la habitación con un gesto de las cejas y en breves se quedaron las dos a solas. 


- ¿Cómo estás, flor del desmayo? 

- ¿Cuánto tiempo, María? -volvió a preguntar la cantante cerrando con fuerza los párpados. 

- Tres meses -contestó agachando la cabeza esperando el estallido de su jefa. 


Sin embargo, no sucedió y volvió a levantar la mirada del suelo. Lo que encontró fue peor que gritos y despropósitos. Ante sí tenía a una Natalia hundida, con los ojos arrasados en lágrimas que miraba hacia la escueta ventana que ocupaba una de las paredes de aquella habitación de hospital. Nunca había visto llorar a su amiga. La había visto conmovida cuando cantaba, con los ojos brillantes de pura emoción, pero nunca había visto una lágrima como aquella que resbalaba por su bella cara. Natalia se la quitó con un golpe de su mano buena y la miró. Si algo tenía Natalia Lacunza eran unos ojos que hablaban todo lo que ella callaba, que era mucho; te taladraban el alma y se vertían dentro de ti para comunicarse contigo. María tuvo miedo de sumergirse en ellos y, cuando lo hizo, no pudo sino temblar. Natalia tenía sobre sus hombros toda la pena del mundo. 


- Natalia... 

- Déjame sola, María, por favor... -apretó la mandíbula y volvió su cara a la ventana. 

- Natalia, yo... 

- Solo un momento, por favor. 


El temblor en la voz de su jefa fue aviso suficiente para María. Era duro ver la tristeza de su amiga constantemente, impregnando cada letra y cada nota de su música y de su vida. Verla llorar era algo que se le antojaba insoportable. Natalia, por su parte, se dejó ir cuando escuchó la puerta de su habitación cerrarse. Ya apenas lloraba, pero siempre que lo hacía lo hacía en soledad. Era un desgarro íntimo, y para sí misma lo quería mantener. Desde que Alicia se fue su lugar seguro había sido la música. Ni un solo segundo desde aquello había estado sin ella. Tres meses. Tres meses sin poder tocar. Sentía que se ahogaba. Ignoraba cómo podría soportar aquel desastre. 

Unos minutos después entró el cirujano para verla. Le comentó lo que ya sabía. Tendría que hacer reposo y rehabilitación. Nada de instrumentos en una larga temporada, pues un paso en falso en la recuperación podría resultar fatal. La buena noticia era que el reposo le vendría bien para la tendinitis que arrastraba desde hacía meses, y podría aprovechar la rehabilitación para tratarse ese problema tan común entre los músicos. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora