Capítulo 52. Trascendente.

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Era su última sesión con Alba. El final de su calvario personal. Un calvario que, ciertamente, no había sido tal. Pensaba que esos dos meses de parón le iban a destrozar los nervios y la razón, pero la realidad había sido bien distinta. 

Había cambiado su música por la vida, y no tenía la sensación de haber perdido en el cambio. A partir de ese día todo volvería a la normalidad, y aún le quedaba el gran reto de compatibilizar ambos conceptos, pues nunca habían coexistido. 

Todo comienza ahora. 

Intentó imaginarse a sí misma dos meses atrás, preparándose para su primera visita a la clínica de la desconocida Alba Reche. Estaba nerviosa, atacada, mientras la Mari no dejaba de llamar al portero. Apenas había sido capaz de dormir. Cuando llegó allí se sintió como un burro en una discoteca, ansiosa por no ser reconocida por nadie, pues lo que estaba en juego era mucho y no tenía el ánimo para andar siendo amable, bastante tenía con no echarse a temblar. 

Fue hasta aquel cuadro que llamó su atención y que consiguió darle la calma que necesitaba, calma que desapareció en cuanto se giró hacia el cuerpo mínimo de la fisio que la iba a tratar. Sonrió al recordar la cara de sorpresa que puso la rubia al reconocerla, con sus ojos gigantes, su cejas alzadas y la boca entreabierta. Los nervios de ella sosegaron los suyos propios. Estamos empate, pensó. Pero no solo fue eso. Su presencia, su mirada siempre comprensiva y abierta de par en par, su rostro limpio de sombras y de segundas intenciones, la verdad que en cada momento emanaba de su cuerpo. Alba Reche fue casa antes de serlo, qué curioso. Quererla había sido inevitable. 

Y la electricidad, esa energía brutal que recorrió sus cuerpos la primera vez que la tocó, en su despacho, sentada en un taburete con su mirada infinita posada sobre sus ojos desconfiados. Un seísmo hubiera sido menos intenso que aquello que notó cuando sintió su piel recorriendo la suya. 

Recordó aquello que solía decir cuando hablaba de ella en aquella época: se le humedecían las bragas porque le excitaba la mente. Y seguía siendo así, aunque ahora se le empaparan por un millón más de razones. 

Hacía dos meses había entrado en aquella clínica como quien va al matadero, y ahora iba a salir con una mochila llena de felicidad, de amigas y de amor. Quién me lo iba a decir. 

Agarró la bolsa y salió de casa con un nudo en la garganta. Miró la escayola que había colgado en la pared del comedor, se acarició la muñeca ya sanada y dio gracias a todos los dioses del cielo por haber puesto el alma de aquella rubia revoltosa en su camino. Por haber permitido que hallara agua en el desierto, tan muerta de sed como estaba. Por haberle regalado aquel descanso a su alma maltratada. 




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- No, hasta que no llegue no lo descuelgues, no quiero que sospeche. 

- Ay, Alba, qué bonito, que me muero -tenía los ojos aguados. Pronto empezamos

- Es una tontería nuestra, no tiene importancia. 

- Mi coño no tiene importancia. No me jodas, Alba Reche, que he llorado como una magdalena cuando me lo has contado. Sois goals desas. 

- Es bastante bonito todo, ¿verdad? -le preguntó con una sonrisa-. A veces pienso que demasiado para ser verdad. 

- No digas tonterías. Cualquiera que os haya visto juntas sabe que lo vuestro es de otro mundo, va más allá de lo terrenal. Es una cosa mu fuerte. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now