Capítulo 68. 1999.

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Me sale el eyeliner siempre que parece de exposición y hoy estoy hecha un puto cuadro. No merezco, de verdad. 


Afri terminaba de retocarse antes de salir a las cañas de los miércoles con sus amigas. Pero no era un miércoles normal: hoy venía Damion. 

Llevaba hablando con él cosa de un mes, y lo que al principio había sido un tonteo sin futuro se había terminado por convertir en una necesidad básica diaria, como el agua micelar antes de dormir. Parecía tímido al principio, pero cuando se soltaba era la persona más graciosa que había conocido. Siempre le hacía reír a carcajadas con una sola palabra. Qué humor esta persona, por favor. 

Le gustaba, lo tenía que admitir. Le gustaba como le gustaban muchos, pero no le gustaba como le gustaban todos. Este chico tenía algo distinto: parecía no prestarle excesiva atención, aunque era condenadamente atento, se ahorraba los comentarios inapropiados sobre las fotos que subía y parecía tener siempre la palabra correcta para ella. Estaba acostumbrada a tíos de portada de revista con poca conversación y discurso limitado, cuerpos que se alimentaban de otros cuerpos sin más intención que alargar las dos horas de gimnasio diarias con algo de ejercicio aeróbico en la cama. 

Pero este muchacho, además de ser alérgico a las pesas, hablaba de otras cosas que no fueran ropa y los garitos de moda, cosas que ella adoraba pero que habían terminado por aburrirle. Damion conversaba sobre música, sobre las cosas extrañas que le apasionaban y sobre comida, pero no de suplementos alimenticios, sino de las delicias prohibidas que a ella tan loca le volvían. 

Cualquiera que viese a África diría de ella que era una chica superficial y plana, pero había sabido guardarse su interior para un mundo menos peligroso que el de la moda, el de sus amigas, su familia y, ahora, Damion. 

Salió a la calle con un temblor inusual en las rodillas. La Mari le había dicho que ya estaban en el bar al que acostumbraban a ir. Hasta ese momento todo lo que había conocido de él le había encantado, llegando a lugares que llevaban mucho tiempo deshabitados. Ahora solo faltaba comprobar que esa química que había sentido la única vez que lo había visto seguía intacta tras tantas horas de conversación. Por una parte deseaba que así fuera, pero por otra sentía un cierto vértigo al pensar en lo que eso supondría para su vida y su inexperto corazón al tenerlo tan lejos. 

Entró al bar y allí lo vio, carcajeante junto a Natalia. Vaya par. 

Bueno, podemos asegurar sin temor a equivocarnos que la química está, al menos por mi parte. 

Saludó y se sentó junto a él, al otro lado, un hueco que la Mari, muy sabiamente, había dejado libre para ella. 

No tardaron en unirse las fisios, un poco más rezagadas por sus respectivos trabajos. Vio cómo Alba daba un pico a Natalia y se sentaba sin mayores aspavientos. Era consciente de que algo iba regular entre ellas, y, aunque lo achacaba a la gira de la cantante, parecía que habían perdido la chispa que las hacía tan especiales. Siempre era un gozo secreto verlas juntas, fluía en torno a ellas una energía brutal, un terremoto que removía el aire a su alrededor y, si una se fijaba bien, era capaz de ver los hilos, como el queso de la pizza al separar una porción, que las mantenía continuamente unidas. 

Pero el habitual choque de trenes que hacía temblar las patas de las sillas cuando se encontraban no había sucedido. Como un matrimonio que lleva tanto tiempo metido en la rutina que ya ni recuerda por qué estaban juntos. 

Si yo creo en el amor es por verlas a ellas, no me jodáis. 

Pronto se le olvidó su preocupación, más interesada en la mirada insistente de Damion a su lado. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now