Capítulo 91. Bombillas.

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Natalia llegó a la obra sin recordar cómo había sido el trayecto hasta allí. Llevaba el casco de la moto en la mano, por lo que imaginó que se había desplazado sobre ella. Saludó torpemente al jefe de obra y oyó, que no escuchó, lo bien que estaba marchando todo. Asintió cuando el tipo se quedaba en silencio y sonrió cuando le pareció que lo requería la ocasión. 

Cuando sintió hambre se fue a casa a comer y, del mismo modo, cuando quiso darse cuenta, ya estaba calentando aceite en una sartén y cortando verduras. Algo la sacó del silencio ensordecedor de su mente: sangre. Mierda, se había pegado tremendo tajo en el dedo. 

Se curó como pudo, intentando prestar atención a lo que hacía. Su mente era un hervidero de pensamientos, de emociones. Se había besado con Alba Reche, un roce de labios de nada, y eso había sido lo menos relevante de toda la sesión. Si se lo cuentan esa mañana no se lo cree. 

No era capaz de asumir todo lo que se habían dicho, todo el dolor, de ambas, puesto a la luz del sol por primera vez. Había sido devastador para su espíritu, pero se sentía tan bien saber, al fin... Conocer cómo se había sentido Alba tras su marcha, cómo le había afectado su ausencia, los motivos a los que lo había achacado que, aunque erróneos, eran lógicos. Dolía, no iba a mentir, dolía que su alma suya hubiera pensado así de ella, que hubiera tenido los pensamientos tan alejados de lo que ella era en esencia. Le producía una pena seca en la garganta que le impedía tragar, pero lo entendía, de verdad que sí. 

Llevaba un rato intentando empatizar. Ella en Madrid, Alba se marcha y no vuelve a tener noticias de ella, sin contar algunas stories dedicadas y un puñado de canciones que, aunque en su momento puso en valor, ahora, sabiendo cómo Alba se había sentido durante ese tiempo, le sabían a poco. ¿Qué hubiera pensado ella de estar en su lugar? Que no podía ser tan grande un amor que se olvidaba tan pronto. Y, lo sabía, eso le hubiera hecho pedacitos diminutos el corazón. Pero, y también de esto estaba segura, nunca hubiera dudado de la verdad que Alba le había mostrado mientras estuvieron juntas. A su vuelta, Natalia pensaba que la hubiera recibido con menos rencor y con más predisposición. Pero claro, desde su posición y con todo lo que sabía, se veía muy fácil. 

A pesar de que hubieran reaccionado de manera parecida, pero claramente diferente, aceptó que cada una lleva las cosas como puede, que no eran la misma persona ni falta que hacía, y que el pasado de cada una afectaba en la manera presente de asumir ciertas situaciones, por muy similares que fueran sus caracteres, sus almas. 

Ella le había dado la explicación que necesitaba hacerle llegar, con el corazón en la mano y todo su amor puesto para llevar. Esperaba, de verdad, que aquello fuera suficiente para que la rubia comprendiera de manera profunda su forma de actuar. Por el modo en el que la había abrazado, y después besado, hubiera dicho que sí, pero todo podía deberse a la intensidad del momento, al fragor de la batalla en su punto álgido, a la llamada a casa que resultaban sus labios para la otra justo antes de marcharse. 

Estaba deseando verla, comprobar si sus palabras habían taladrado su cráneo y se habían incrustado en su cerebro, derramando por todo su sistema, a través de su flujo sanguíneo, el antídoto que era la verdad. Con solo mirarla sabría si todo seguía igual o si había dado un paso definitivo en su dirección. 


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Amarró el hilo con toda su fuerza, soportando la tensión terrible sin aflojar ni un segundo. 

Quiso aprovechar la subida de la marea y se arriesgó a tirar con un poco más de fuerza de la habitual. El agua le llegaba por las rodillas, pero no podía flaquear: si cedía, la fuerza del continente Reche la empujaría de boca hacia el mar, dejándola, definitivamente, náufraga. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now