Capítulo 84. Baja voluntaria.

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Se levantó al amanecer, como en sus tiempos mozos de compositora maldita. Pero no era la inspiración la que aporreaba su subconsciente, haciéndola salir a empujones del sueño, sino los celos. 

No eran, para ser honesta, unos celos posesivos y desquiciantes, era más bien una sensación de soledad terrible que se le instalaba en la tráquea y que le escocía al respirar. 

Aunque se hubiera marchado y les separaran cientos, incluso miles de kilómetros, siempre había sentido un punto de contacto, como una roce de manos que no era tal, sino simplemente la carga magnética de sus pieles, tan cercanas en la distancia. 

Ahora, donde antes notaba su presencia, se había insertado un frío voraz que le ponía el vello de punta. Alba se había deshecho del último resquicio de proximidad entre ellas. Y se le hacía trabajoso vivir en su propio cuerpo. 

Pero, tal y como le había dicho Sabela, ese era el menor de sus problemas. Recuperarla era el siguiente paso, pero, de momento, tenía que centrarse en el primero para lograr, al menos, que entendiera su manera de hacer las cosas. En sus manos estaría juzgar si estaba bien o mal hecho, pero la verdad tenía que encontrar su lugar. 

Bullía en su interior cierto nerviosismo mientras se encaminaba hacia la clínica, como si sus vuelcos en el pecho quisieran avisarla de algo. No tenía intención de hacer mención a la cita de la rubia, de hecho no tenía intención de hacer mención a nada relevante, solo tratarse y salir de allí procurando no dinamitar aún más su relación. Se había terminado aquello de buscar sin descanso una oportunidad de hablar, el mensaje estaba entregado, y solo podía esperar a que la fisio hiciera algo con él o lo dejara pasar sin más. No pensaba volver a sentirse como una acosadora, ya había hecho lo que tenía que hacer, solo quedaba tener paciencia y estar cerca para, si un día quería respuestas, dárselas. 


- Buenos días, Martus -saludó con la mano al llegar. 

- Buenos días -susurró, tapando el auricular. Estaba atendiendo el teléfono. 


Le sonrió y le dio la espalda, dirigiéndose a su cuadro en préstamo. Lo necesitaba más que ninguno de los días que había ido allí. No sabía qué esperar, si una Alba seria y distante, una un poco más amable, como últimamente, o el peor de los escenarios posibles: una Alba con un chupetón como el sombrero de un picador. 

Ni que fueras su dueña, joder, deja de sentir gilipolleces

No lo podía evitar. No le importaba lo que la rubia hiciera con otra gente, en el fondo, lo que la traía por la calle de la amargura, era que no lo estuviera haciendo con ella. 

Recordaba lo esponjoso de sus labios, lo calentitos que estaban siempre, lo cortados que los tenía a veces de tanto mordérselos y el afán que ella ponía constantemente en hidratárselos con su boca. 

Y lo mismo ahora los trae hidratados de casa

Frunció el ceño. 

Una tos a su espalda. 


Alba entró silenciosa en la recepción, esperando verla antes de que lo hiciera ella. Después de su desastre de cita y la de veces que Lacunza le había venido a la mente durante la misma, estaba un poco en equilibrio sobre una cuerda, pensando si dejarse caer o aferrarse al cable como si fuera su última esperanza de autocontrol. 

Allí estaba la morena, mirando el cuadro que era suyo y suspirando profundamente. Lo notaba en la forma en la que se movía su torso y en las respiraciones intensas que peleaban con la voz de Marta, al otro lado. Le hacía gracia la manera en la que se refugiaba en esa pintura, como si de verdad hallara en ella la paz de una inquietud que, no podía ser de otra forma, tenía que ver con ella. 

La sala de los menesteresOnde as histórias ganham vida. Descobre agora