Capítulo 103. Un temblor de tierra.

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El sol en su rostro empezaba a molestarle. A través de los párpados percibió el tono rojizo del sol traspasando la piel. Sonrió con el olor de Alba, que inundaba toda la habitación, desviando su atención del sonido de la calle. Para ella era como estar en una casa perdida en medio del bosque: los ruidos de la naturaleza y una quietud que calmaba el alma. 

Pero no, estaba en el mismo centro de Madrid sin atreverse aún a abrir los ojos. Se inclinó hacia el lado de la cama que pertenecía a la rubia y, al estirar el brazo, no la encontró. Eso hizo que abriera los ojos de golpe, cerrándolos al instante por tanta luminosidad. Se incorporó, quedándose sentada, y los volvió a abrir lentamente. Alba no estaba. 

Echó un vistazo a la estancia. El sol bañaba los rincones con delicadeza y, por donde cruzaba el haz de luz, se apreciaban las motas de polvo suspendidas en el aire. No se escuchaba nada. Por fin vio la ropa de Alba doblada en una silla y eso la tranquilizó. Estaba aún un poco desconcertada por el despertar repentino y la ausencia de la fisio. Se rascó los ojos y frunció el ceño. 

Iba a levantarse para buscarla cuando escuchó el sonido de la puerta. Unos pasos. Una bolsa sobre la mesa. Más pasos, cada vez más cercanos. Una risita al otro lado de la puerta. La manija girándose y allí Alba, con una sudadera suya que le quedaba por las rodillas y un pantalón de chándal remangado para no pisárselo. Aún llevaba el pelo húmedo y la cara limpia después de la ducha. Es un ángel, vestido sin ningún criterio, pero un ángel


- Buenos días -sonrió tanto que desaparecieron sus ojos. Se apoyó en el marco de la puerta. 

- Ahora mucho mejores -le correspondió el gesto-. ¿No se suponía que teníamos que esperar a que la otra se despertara? 

- Eso es solo para ti, que te despiertas antes de que pongan las calles -se cruzó de brazos y se mordió el labio. Natalia Lacunza desnuda y con su cara de niña pequeña. La dualidad hecha persona. 

- Ven aquí -abrió los brazos y esperó a que Alba se acercara. 


Pero la rubia, en lugar de deslizarse elegantemente, de apoyarse con ternura sobre su torso y dejarse caer como una hoja liviana de otoño, corrió los pocos pasos que la separaban de la cama y saltó sobre ella sin ningún miramiento, haciéndoles caer hacia atrás. Natalia la cazó al vuelo, gritando cuando su menudo cuerpo impactó sobre ella y quejándose del golpe recibido. 


- Eres una princesita dulce y delicada -le dijo mientras la acomodaba en su pecho en un abrazo apretado. 

- Y tú una dormilona de campeonato -dejó un beso en su hombro. 

- Es que, ¿sabes qué pasa? -dijo con tono reflexivo, mirando al techo y acariciando su espalda-. Yo me despertaba al amanecer, me hacía un café, cogía mi libreta y salía a la terraza para escribir. Era mi mayor momento de inspiración. 

- Lo sé -murmuró, no queriendo romper su diálogo consigo misma. Ella solo daba la casualidad de que estaba allí. 

- El frío matutino, el silencio no tan silencioso de la ciudad antes de despertar... Era como un clima perfecto para la melancolía -se quedó en silencio unos segundos, esperando que las palabras salieran por sí solas-. Pero ya no escribo así, bueno, ya casi ni escribo -rió por la nariz-. No tengo esa "obligación", así que puedo dormir sin miedo a perderme lo que me quieran contar las musas. 

- Hablas como si estuvieras escribiendo poesía -ronroneó Alba-. Me encanta cuando te pones intensa. 

- Es que este momento también es idóneo para la lírica. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now