Capítulo 116. El collar.

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Un par de años después... 


Caminaba con lentitud por aquellas estancias impolutas. Recorría con sus dedos los muebles, comprobando que no hubiera en ellos ni una mota de polvo. Olía a fresco, a playa, a bosque del norte, y las cortinas ondeaban movidas por la brisa agitada de una tarde cálida que no terminaba nunca. 

Ya no había telas hechas jirones por las zarpas de la bestia, no había mordiscos en las patas de las sillas, ni restos del naufragio tirados por los rincones. Habían desaparecido las telarañas del abandono, las nubes lloronas que lo empapaban todo, los insectos insolentes que se habían hecho dueños de los huecos que ella no quería llenar. 

En su lugar, los suelos brillaban, las estancias aparecían ahora diáfanas, limpias de todo mal, cálidas y con un olor a hogar que le calentaba el alma. No había ya habitaciones cerradas ni armarios oscuros repletos de la basura incomestible que se atascaba en su garganta en el pasado. 

Se le había quedado un interior de puertas abiertas y ventanas de par en par. Se sentía, al fin, en casa consigo misma. 

Paseó por el pasillo sin ninguna prisa, disfrutando del sonido lejano de los pájaros del exterior. Sentía el cuerpo ligero, como si estuviera hecho de aire más que de agua. Los pies, uno tras otro, se deslizaban sin hacer ruido, como si ese lugar tuviera unas leyes físicas diferentes al resto, como si, realmente, no existiera a los ojos del mundo, pero sí para ella. 

La sala del piano olía a flores, y sonrió desde la puerta al ver el ramo silvestre que su chica colocaba allí cada mañana. Se acercó y enterró en él su nariz. La música, ella y sus flores, como una manera de abarcar en un solo abrazo todo lo que amaba. 

Escuchó una risita ronca que rebotó en los altos techos en forma de eco. Sonrió ante ese sonido que siempre conseguía calmarle el corazón, por muy atribulado que estuviera. Caminó tras esa risa, como una ratilla siguiendo la melodía embaucadora de su flautista de Hamelín particular. Flotó sobre el suelo de madera, dejándose transportar por aquel tañido de campanas que siempre le removía cosas por dentro, haciéndola volar hasta ella con los ojos cerrados. 

Se apoyó en el marco de la puerta que daba a la sala de la biblioteca. Dos butacas enfrentadas, un sofá bajo el ventanal, una estantería de pared a pared y decenas de plantas enormes por todas partes. Estaban sobre los muebles de madera desnuda y hierro forjado, colgando del techo en una esquina, por el suelo y sobre las baldas repletas de libros. 

En ese lugar siempre era verano. 

Y, como elemento reinante en esa especie de selva doméstica, una rubia ocupando el sofá bajo la luz de la ventana con un libro en las manos. Volvió a reír debido a lo que estaba leyendo y la morena, como ya he dicho, sonrió a su vez. No era algo contra lo que pudiera, ni quisiera, luchar. Era más una reacción fisiológica incontrolable que un gesto consciente. 

Dejó la cabeza descansando sobre el marco y se dedicó a observarla sin ser descubierta. El pelo casi le llegaba a los hombros, el perfil difuminado por la claridad que entraba desde fuera hacía que pareciera un ser de otro mundo, su cuerpo engullido por aquel asiento mullido que había llevado hasta allí para ella. 

Tenía los pies recogidos bajo el cuerpo y sostenía su rostro con la mano que apoyaba en el reposabrazos. Era sencilla la imagen, una chica leyendo y basta. Y era hermosa. 

Pasó un tiempo indefinido allí, mirándola ensimismada, pensando en todo el tiempo que habían tenido juntas, ansiosa por el que aún les quedaba por venir. Tragó saliva debido a la emoción brutal que humedeció sus retinas. 

La suerte a veces tiene forma de mujer. 

Rió con aquel pensamiento, al que bien podría darle cuerpo de canción, y fue descubierta por esa chica que leía en su sitio favorito de la casa de su alma. Con un gesto la invitó a acercarse, a que se sentara junto a ella. Se separó de la madera y nadó sobre el aire hasta ella, quien la recibió con un beso de ojos achinados y una sonrisa más grande que el universo mismo. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now