Capítulo 5. Reglas.

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Alba se estrujaba los dedos. Natalia no tardaría en aparecer en el despacho. Había exactamente diecisiete pasos desde la recepción hasta su puerta. En las piernas kilométricas de Lacunza probablemente la mitad. Entre el golpeteo angustioso de su corazón en sus oídos pudo distinguir el ruido de unos nudillos en la puerta. Mierda. Ya estaba allí. 


- Adelante -dijo con la voz más calmada que pudo poner. 


Natalia abrió poco a poco, con cierta vergüenza. La miró a los ojos pidiendo permiso y Alba asintió señalando la silla que estaba frente a ella, al otro lado del escritorio. La cantante echó un vistazo rápido a la estancia mientras se dirigía hacia la silla. La mesa era de madera oscura, parecía antigua. A la izquierda había un gran ventanal, un sofá y una mesa baja, y en la esquina una puerta que, imaginó, daba a un baño. A la derecha una estantería llena de libros, fotos, regalos y más cosas a las que no pudo prestar mayor atención, ocupaba toda la pared y, frente a ella, una camilla con un agujero en un extremo. No era una habitación muy grande ni ostentosa. Le pegaba a la pequeña rubia que presidía el lugar. 

Llevaba un par de cafés y una carpeta bajo el brazo, por lo que Alba se levantó para ayudarla, aunque hubiera sido divertido ver cómo intentaba dejar los vasos sobre la mesa sin dejar caer la carpeta al suelo. No era la persona más ágil en aquel momento. 


- Tome, este es para usted -comentó Natalia extendiendo uno de los vasos de café. 

- Muchas gracias, no hacía falta -Alba estaba sorprendida con el detalle. Natalia Lacunza llevándole un café. Para contarlo a sus nietos. 

- No sé usted, pero yo hasta que no me tomo un café no empieza a funcionarme el cerebro, e imagino que no le habrá dado tiempo a tomarse uno. 

- La verdad es que no -comentó la rubia avergonzada mientras cogía el vaso que le tendía la cantante -. Siéntese, por favor. 

- Tutéeme -pidió Natalia mientas se sentaba, incómoda, en la silla. 

- Lo mismo digo -sonrió tímidamente Alba para calmar sus nervios y los de la morena, y dio un trago al café que, sorprendentemente, estaba a su gusto. Se sintió reconfortada, lo necesitaba más que respirar-. Siento muchísimo el retraso, no es propio de mí. No pretendo justific...

- No pasa nada, de verdad, no tengo nada que hacer después. No puedo hacer gran cosa con este artefacto a cuestas -alzó la escayola con cara de fastidio. 


Alba sonrió más ampliamente. No sabía qué podía esperar de Natalia Lacunza, pues nunca había fantaseado con una situación como esta, pero le pareció mejor de lo que hubiera podido imaginar de haberlo hecho. Parecía agradable y se sentía cómoda, bueno, todo lo cómoda que podía sentirse siendo fan de póster de la persona que tenía delante. ¡Si incluso, en lugar de enfadarse por su retraso, le había traído café! Eso le calmó una preocupación que no había tenido hasta ese mismo momento, pues quién iba a pensar que la fuera a conocer: que la parte personal de Lacunza enturbiara la fascinación que sentía por su música. 

Era cierto que apenas habían intercambiado tres frases, pero eso le pareció suficiente para saber que no iba a llevarse, por ahora, una sorpresa desagradable. Si en lugar de mostrarse amable hubiera sido una estúpida insoportable, no tenía claro que su admiración no se hubiera desinflado, y no quería perder aquella conexión que sentía con su obra. Estaba demasiado ligada a ella. Por lo tanto cruzó los dedos, con algo parecido al miedo a que su artista favorita la cagara de manera sideral. Había mucho en juego. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now