Capítulo 50. El photocall.

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Recogieron la casa e hicieron las maletas, aunque más bien se limitaron a volver a meter lo que se habían puesto. Si Alba hubiera deshecho la suya al llegar, muy probablemente tendría que haber empezado a llenarla antes de la hora de comer. 

La fisio se giró antes de salir y echó un vistazo a aquella casa. No terminaba de creerse todo lo que había cambiado desde que entró por aquella puerta hasta ese momento en el que salía. Llegó con Natalia Lacunza y se iba con su chica. Una sonrisa tonta se le dibujó en la cara. 

Cuando salieron del ascensor se tropezaron con un vecino. Maldita maleta gigante. 


- Perdone, es que la maleta de mi chica es más grande que ella -se disculpó Natalia. 


Llamaron a un taxi que las acercó a la estación de Sants, y de nuevo el problema de la maleta para subirla al maletero. 


- Parece que mi chica ha metido un cadáver dentro -se rió de ella junto al taxista. 


Se encaminaron hacia su andén y la rubia buscó en su bolso los billetes, que tenía a su cargo. No los encontraba por ninguna parte. 


- Disculpe, es que mi chica es un poco anticuada, tengo los billetes en el correo electrónico. Un segundo. 


Los encontró, pasaron el control y subieron al tren. Se sentaron en sus asientos y se cogieron de la mano. Natalia echaba flores y purpurina por los ojos. 


- Te ha faltado decirle a ese señor de allí que soy tu chica -rió entre dientes la rubia. 

- ¡Es mi chica! -dijo no muy alto, pero tampoco en voz baja. La madre que la parió, qué vergüenza. 

- Natalia, por favor te lo pido -apretó su mano intentando controlar la risa y el bochorno. 

- Deja a las personas disfrutar de las cosas, Albi -se mordió el labio para controlar su sonrisa, que se le derramaba por todas partes, y la besó. 

- No podemos pasar de estar escondiéndonos a que lo publiques en el Hola. 

- Esta mañana, mientras esperaba a que te despertaras, he tenido que hacer un esfuerzo titánico para no subir a mi insta la foto que nos hicimos ayer. 

- Pero qué la pasa -dijo sorprendida. 

- ¿No te ha pasado nunca que estás tan feliz que te apetece gritarlo a los cuatro vientos aunque no le importe a nadie? 

- Me lleva pasando desde que te conocí -le acarició la mejilla-. Pero eres una famosa -dijo con disgusto- y tengo que pensar en la mierda de las consecuencias por las dos, ya que tú no lo haces -le clavó un dedo en el hombro con sorna. 

- Lo siento -puso un puchero-. Desde que me conociste, ¿eh? -movió las cejas. 

- Desde que te vi entrar por la puerta de la sala. ¿Sabes lo que pasa y que es súper injusto para mí? 

- Dime -apoyó la cabeza en su hombro. 

- Que te estoy dejando a ti el papel de romántica por la vaina esta de que tú marques los tiempos, y yo quedo como una estirada con más cabeza que corazón. 

- ¿A qué te refieres? 

- Es como si tuviera miedo a asustarte si me dejo llevar. 

- Yo no me achanto -hinchó el pecho con suficiencia. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now