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EMMA

Mis ojos se abrieron lentamente, ajustándose a los pequeños rayos de sol que entraban por la ventana de la habitación. Intenté mover mi brazo, pero me di cuenta de que tenía una vía y si me movía tendríamos un disgusto. Entonces supe que estaba en un hospital. Una figura de hombre estaba tumbado en el sofá de al lado. El mejor amigo de Leone estaba completamente dormido. Me incorporé poco a poco para levantarme de la cama, pero un pitido fuerte e intermitente me delató. Salva se despertó y se levantó rápidamente del sofá para venir hasta mí. Me cogió de los hombros, asustado.

—¿Qué haces? —Le pregunté.

—¿No crees que eso debería preguntártelo yo? ¿A dónde narices vas? —Preguntó agitado.

—Al baño. —Se relajó al instante—. No querrás que me mee encima, ¿verdad?

—Tienes un pañal puesto, Emma. —Le miré incrédula.

—La futura esposa del Don se mea encima. Ya puedo verlo en la portada de una revista. —Salvatore rió ante mi ocurrencia.

—Nunca va a aparecer en una revista de cotilleos que Leone es el Don de la mafia italiana.

—¡¿Eso es lo único que te preocupa?!

—Ve al baño antes de que mis sospechas sean ciertas, bambina.

Le miré mal mientras me ayudaba a salir de la cama. Cuando me dirigía al baño con el gotero arrastrando detrás de mí, unas enfermeras entraron rápidamente en mi habitación y vieron a Salva detrás mío.

—Nos han informado de unos pitidos de las máquinas en esta habitación —Dijo una de ellas —. ¿Está todo bien?

—Sí —Respondió Salvatore por mí—. Solo se levantó para ir al baño. No sabíamos que iba a pitar tanto.

Las enfermeras se quedaron extasiadas mirando al italiano. Eran jóvenes, más o menos de mi edad. Era normal, Salvatore era muy guapo. Pelo castaño, piel bronceada, barba perfectamente cortada y ojos azules como el mar. Me miró y yo me encogí de hombros. Las chicas ni se daban cuenta de mi presencia, así que me metí al baño. Escuché pasos, pero cuando salí después de hacer mis necesidades, Salvatore estaba solo sentado en el sofá de antes.

—¿Y las enfermeras? —Pregunté.

—Se han ido. —Dijo encogiéndose de hombros.

—Eso ya lo veo. —Dije. Me fui a la cama y me senté, dejando el gotero a mi derecha—. ¿Qué las has dicho?

—Nada. Me han pedido el teléfono y yo no se lo he dado.

—¿Por qué? ¿No eres tan semental como tu jefe? —Pregunté con un poco de picardía. Me gustaba hacerle rabiar de vez en cuando.

—Mi jefe es un semental y está a punto de casarse porque cierta bambina ha caído en sus encantos. —Me crucé de brazos y levanté una ceja, lo que causó cierta diversión en el italiano.

—¿Yo en sus encantos? —Pregunté indignada—. Pero si era él el que no paraba de venir hacia mí.

—Vi cómo le mirabas, piccola. A mí no me engañas. —Entrecerré los ojos.

—Bueno, da igual —Dije cambiando de tema. Pensé en qué decir durante un rato—. ¿Está ya en Sicilia?

—Supongo que sí. No lo sé. Lleva horas incomunicado.

—¿No puedes intentar llamarlo de nuevo? —Negó con la cabeza.

—Es muy peligroso, Emma. Pueden quitarle el teléfono y rastrearnos. Si lo hacen, vendrán a por nosotros, porque sabrán nuestra ubicación exacta. Pasó en el hotel, ¿recuerdas?

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now