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LEONE

—¡Mio bambino (mi chico)! —Mi tío también vino hacia nosotros. Emma estaba temblando, así que me limité a frotar su espalda intentando tranquilizarla.

Toda mi familia me saludó a mi primero y luego a Emma con dos besos. La última de todas fue mi abuela, la matriarca de este pequeño clan. A sus ochenta y dos años, caminaba con una gracia y una elegancia increíble. No aparentaba su edad, estaba claro. Su nuera, es decir, mi tía, siempre decía que quería tener la vitalidad de su suegra a su edad. Parecía eterna, y la verdad es que me encantaría que fuera así. Mi abuela y yo siempre estuvimos muy unidos, sobre todo desde que murió mi abuelo. Él sí que era como una unión mía. Éramos inseparables, aunque no todo dura para siempre. Emma tiene la suerte de tener a los cuatro, y me da pena que, por todo lo que las ha ocurrido, no haya podido tener una relación tan estrecha con ellos.

—¿Dónde está mi nueva nieta?

Reí cuando vi el sonrojo en las mejillas de mi prometida. La pobre Emma estaba temblando. Mi abuela, o mejor dicho, la gran señora Grimaldi, apareció alrededor de todos los demás.

—No la asustes, abuela.

Un chico de la edad de Emma hizo acto de presencia. Era alto, pero no me alcanzaba, yo era el más alto de la familia. Mi primo Lorenzo, con el que nunca terminé de llevarme demasiado bien. Era un mujeriego en toda regla. Siempre intentó arrebatarme alguna novia, varias con éxito. Sacó los genes de su padre, al igual que yo los de mi madre. Un chico de pelo castaño oscuro, ojos azules como su madre y complexión fuerte, aunque no demasiado. Podríamos decir que es un sex-symbol italiano, aunque todo está por verse.

—Y este es mi primo Lorenzo. —Dije presentando a mi primo por pura cortesía. Mi novia le miraba con desconfianza, mientras él solo subía una ceja con diversión—. Lorenzo, mi prometida Emma.

—Mucho gusto. —Dijo ella tendiendo la mano para estrecharla. Mi primo cogió su mano, pero giró el dorso para plantar un beso en él.

—El gusto es mío, señorita... —Dijo mi primo esperando su apellido.

—Sorrentino.

—Caruso.

Ambos hablamos a la vez. Emma me miró con los ojos entrecerrados, ya que había dicho el apellido que aún no poseía. Mi primo era todo un semental y me negaba a que ocurriese de nuevo.

—Todavía no. —Dijo.

—Pero no tardando. —Dije entrecerrando también los ojos.

—Seguro que estáis cansados. Les diré a los empleados que suban vuestras cosas. Siéntete como en casa, cara (querida).

Grazie (gracias), tía Antonella.

Grazie (gracias). —Repitió Emma.

Prego (de nada). —Dijo ella, sonriente al vernos subir las escaleras.

Dirigí a Emma a una de las habitaciones de la planta superior. Había muchas, por no decir infinitas, pero había una que me representaba. La mía. Me detuve frente a una puerta y la abrí para ella. Emma entró con confianza, pero se quedó estática en cuanto vio la habitación. Tenía que decir que era preciosa, como si se tratara de un hotel. Había una alfombra gris sobre el suelo de mármol blanco, con una cama matrimonial pegada a la pared y un dosel a sus lados. A juzgar por su expresión, la gustaba.

—¿Te gusta? —Lo pregunté para asegurarme.

—Me encanta. —Dijo aún con la boca abierta.

—¿Quieres ver algo? —Pregunté.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now