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LEONE

Emma y yo reíamos sin parar mientras la contaba anécdotas ocurridas por las calles de Campomarino di Maruggio. Era una localidad preciosa, muy clásica. Era pequeña y acogedora. Ideal para personas como Emma y yo, acostumbradas a vivir entre edificios de inmensas alturas, carreteras y avenidas por todas partes, además de tiendas y locales de comida rápida. Esto no era comparable con Nueva York. Mi prometida se paró frente a alguna que otra pequeña tienda donde vendían escasa ropa. Siempre pensé que mi futura esposa tendría los mejores lujos, pero ver a Emma tan feliz como tan poco... Decía mucho de su increíble personalidad. No necesitaba lujos, no necesitaba vivir como una reina para ser feliz.

Cuando terminamos la ruta, nos dirigimos a la playa. Era preciosa y si caminábamos un rato por la arena estaríamos en nuestra casa. Mientras Emma miraba al horizonte con una sonrisa, me acordé de que debía llamar a su padre. No sabía si Rafaello se había enterado de la muerte de Sophia, pero estaba claro que alguien debía ir a Nueva York a cuidar de su mujer y su hijo.

—Leone... —Una voz me sacó de mis pensamientos. Emma me miraba con preocupación mientras se quedaba quieta, con las olas chocando contra nuestros pies descalzos. Estábamos casi a la altura de la casa de mis tíos—. ¿Tutto bene? (¿Todo bien?)

—Sí. Tranquila. Solo pensaba.

—¿En qué? —Preguntó.

—En que mañana iremos con mis tíos a mirar alguna iglesia por la mañana. Aunque, la verdad, casarnos aquí, frente al mar, no me parecería tan mal. —Me miró muy poco convencida, aunque no volvió a insistir.

Ambos llegamos a la casa de verano, viendo luz en el interior. Emma subió a la habitación mientras mis tíos bajaban bastante arreglados. Nos ofrecieron ir con ellos, pero me adelanté a decir que Emma y yo estábamos cansados. Mi abuela y mis tíos salieron y Emma bajó un rato después. Se había puesto una de mis camisas sobre su cuerpo, y me atrevía a decir que no llevaba nada bajo la tela blanca. De pronto, unos pasos se escucharon bajar de nuevo por las escaleras. Lorenzo venía arreglándose sus mangas arremangadas, dejando ver sus brazos tonificados. Había cambiado mucho desde la última vez que lo vi, y tenía que reconocer que las mujeres lo veían atractivo. Pero mi primo estaba interesado en la persona equivocada. Cuando vio a Emma semidesnuda, con solamente una camisa mía encima, incluso pude apreciar una pequeña erección en sus pantalones. Vi a mi prometida bastante incómoda, por lo que me puse frente a Lorenzo y escondí su cuerpo detrás del mío.

—¿Vais a quedaros? —Preguntó mi primo.

—Sí. Estamos cansados. —Dije con voz firme.

—Iba a invitaros a salir de fiesta con unos amigos. ¿De verdad no queréis venir?

—No. Pero grazie (gracias) por la invitación.

—No hay problema. Al parecer vamos a quedarnos un día o dos más. Mañana volveremos a quedar, estáis invitados.

Grazie (Gracias). —Respondí simplemente.

—Nos vemos. —Guiñó un ojo a Emma, no sin antes mirarla de arriba a abajo mordiéndose el labio inferior, y salió de la casa.

—Ese bambino (niño) me pone negro. —Dije girándome hacia Emma. Ella acarició mi mejilla pidiendo que me tranquilizara—. Siendo sinceros, amore (amor), nadie se resiste a verte así.

Emma puso los ojos en blanco antes de salir a la piscina. Me dijo que la acompañara, pero tenía algo que hacer. Debía llamar a Rafaello cuanto antes. Emma se quitó la camisa y la dejó sobre una de las tumbonas. Pude contemplar su cuerpo completamente desnudo, paseándose con naturalidad por la piscina y tirándose de cabeza al agua. Desvié la mirada para no cometer ninguna imprudencia antes de llamar a mi futuro suegro. Me metí en la cocina, donde no podía ver la piscina y tras unos ejercicios de respiración marqué el número de Rafaello.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now